En Cataluña, los

nacionalistas no logran su objetivo

  • La secesión de España -o el separatismo- no parece estar a la vuelta del camino como propagandizan con indisimulado entusiasmo los nacionalistas más empecinados.

Más allá de las declaraciones, manifiestos y demás fuegos de artificios promovidos por los políticos catalanes, lo cierto es que la secesión de España -o el separatismo- no parece estar a la vuelta del camino como propagandizan con indisimulado entusiasmo los nacionalistas más empecinados. Por lo pronto, no pareciera tan evidente que la gran mayoría de los catalanes desee constituirse en un Estado independiente. Contra lo que pudiera sugerir un primer golpe de vista, las recientes mediciones dan cuenta de una relación de fuerzas bastante pareja, un verdadero contratiempo para los nacionalistas más furibundos que suelen hablar en nombre de absolutas mayorías populares.

Puede que haya una amplia mayoría de catalanes deseosa de preservar su identidad, tradiciones, costumbres y lenguaje, pero de allí a protagonizar lo que muchos de ellos no vacilarían en calificar como un irresponsable y temerario salto al vacío, hay una gran distancia. Por otra parte, si bien no son pocos los catalanes que se quejan a viva voz de lo que califican como las arbitrariedades del gobierno de Madrid, a nadie escapa que esas críticas no son muy diferentes a los habituales reclamos que las regiones o las provincias suelen hacer a los gobiernos centrales. Los argentinos, en estos temas, algo sabemos al respecto.

No concluyen allí las dificultades de la denominada causa separatista. La Constitución española de 1978 -que los diversos representantes catalanes en su momento votaron disciplinadamente- señala expresamente que cualquier intento en esa dirección debería ser avalada por el conjunto de la nación española. Dicho con otras palabras, el problema de los catalanes no es exclusivo de ellos. Por disposición constitucional, todos los españoles deben decidir al respecto, y no hace falta ser un experto o un adivino para saber cómo votarían los españoles en caso de ser consultados en la materia.

La otra dificultad insalvable la presentaría la Unión Europea, una institución que desaprueba los separatismos de todo tipo y que en caso de que éste se produjere exige que el eventual ingreso de una nación-Estado sea aprobado por una mayoría absoluta, algo que difícilmente ocurra. En la misma línea, los voceros de la UE advierten sobre los riesgos y costos de la constitución de un Estado independiente. La observación refiere a la costosa financiación de los dispositivos institucionales, que hoy son sostenidos por el aporte del conjunto de los contribuyentes españoles.

Más allá de los aspectos legales o financieros, no deja de llamar la atención -en términos políticos y culturales- que en un mundo cuyo rasgo distintivo es la globalización, se agiten las banderas de un nacionalismo que luce anacrónico, sectario y de puertas cerradas. Sorprende, asimismo, que justamente en Cataluña, donde los procesos económicos de modernización son manifiestos, se reivindique el localismo y la afirmación de tradiciones que sólo pueden sostenerse desde el fanatismo o la regresión a fantasías reaccionarias. Por lo pronto, el rechazo de casi el cincuenta por ciento de los catalanes a esta maniobra permite alentar esperanzas acerca de los riesgos que representa recorrer un camino sin retorno en el que los principales perjudicados serían los propios catalanes.

La Constitución española de 1978 señala expresamente que cualquier intento en esa dirección debería ser avalada por el conjunto de la nación española.