Entrevista a Carlos Bernatek

Un hijo de las circunstancias

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Carlos Bernatek. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Augusto Munaro

En su última novela, La noche litoral (Adriana Hidalgo), Carlos Bernatek construye uno de los personajes de la literatura argentina contemporánea más crudos y verosímiles: Ovidio. Hijo de las circunstancias, protagoniza el calvario de un desclasado, de un buscavidas en una Santa Fe que no puede abandonar (tampoco lo desea). La novela atraviesa el grotesco y el lumpen. Novela que se ahorra en eufemismos tremendamente real.

—¿Cómo nació “La noche litoral”?

—Hace más de diez años escribí un cuento (está publicado en mi libro “Voz de pez”, de 2003). Las veces que lo leí en público, causaba mucha gracia: era una especie de esperpento que siempre me dejaba pensando sobre el texto. Tardé bastante en darme cuenta de que lo que tenía era el discurso de un personaje, que obedecía a una tipología muy reconocible para mí. De ese modo me puse a trabajar, a construir el continente social, geográfico y temporal desde donde yo reconocía que provenía esa voz. Así fui armando la historia que transcurre en una Santa Fe aproximadamente actual, en los circuitos obsesivos que recorre Ovidio, el protagonista.

—La novela está narrada en primera persona. ¿Qué matices te permitió explorar dicha decisión?

—Esa elección surge del protagonismo de Ovidio: todo pasa por su discurso, por su interpretación desesperada del mundo, una mezcla de lugares comunes del dudoso saber popular, con inferencias disparatadas de él mismo, de su lógica pedestre, lo que permite al lector construir lo ausente, lo no dicho. No había otra opción para mí que la primera persona.

—Algunas escenas son de corte tremendista. Por ejemplo la escena lumpen del coito con una mendiga tullida seguido, inmediatamente, por la ingesta de su perro moribundo, ¿qué pensás que gana una escritura que busca ese tipo de límites? ¿A tu juicio, cuáles pensás que son sus pros y sus contras?

—No lo pensé en términos de ganancia para el texto, sino que forma parte de un cuadro sistemático de relaciones que definen al protagonista: una sexualidad deserotizada, atravesada por tabúes, perversiones y, a un tiempo, absolutamente ridícula, humorística de trazo grueso. Hay modos muy diferentes de narrar estas cosas; yo no creo hacerlo desde el regodeo, desde el efectismo; prefiero el grotesco que provoca un protagonista apto apenas para gestar este tipo de vínculos. Lo ilógico sería que tuviera relaciones “normales”.

—El litoral, sus calles, sus sitios emblemáticos, es decir, el contexto, es, en verdad, el que sugiere el sentido profundo de la novela. ¿Pensás que es así?

—El litoral incluyo también al diario-, la ciudad y los aledaños, son partícipes necesarios, hablando penalmente. Pero ahora que se está traduciendo mi segunda novela al francés, pienso ¿qué se entenderá de todo esto allá? Quizá la entiendan como realismo mágico. En lo particular, conozco muy bien ese marco geográfico, lo recorrí y lo viví con mucha intensidad. Tengo una afinidad sentimental con la ciudad a la que llegué muy joven, en 1972. Y Ovidio es casi un prisionero deliberado de esa Santa Fe que narro, un reaccionario que aborrece cualquier otro sitio.

—La historia de Ovidio, el protagonista, refleja la vida de muchos desocupados que se encuentran sobreviviendo a la “cacería callejera”. ¿Cómo definirías a Ovi? ¿El lector debería, un poco, apiadarse de él?

—Quizá sea así. Pero hay en Ovidio algo distinto, una peculiaridad de ciudad chica: la cercanía de clase y de educación con sus pares pudientes en un sitio con una fuerte impronta tradicional. Los conoce desde el origen, sabe dónde y de qué viven. Eso no es posible en una ciudad grande, de ahí tal vez asome lo contradictorio de sus acciones y explicaciones, la lógica de la frustración que lo invisibiliza. El rechazo que puede producir el protagonista creo que se aligera a medida que avanza el argumento, quizá provoque algún grado de piedad. No me lo propuse. En última instancia ¿quién no la merecería?

—Alcanzás con un lenguaje despojado e intenso, un humor tan personal como ácido y soez; la ironía se presenta como una herramienta imprescindible para la evolución de tus historias.

—La ironía y el cinismo son parientes medio cercanos; una tiene mejor prensa que el otro. Yo no me propongo un determinado humor: me sale así como un acto reflejo; también en lo cotidiano. Son las herramientas con las que cada uno trata de sobrevivir. Quizá me equivoque muy a menudo, pero trato de que una puteada se justifique, de que no esté “puesta”. Porque cuando uno pretende apelar al lenguaje de la calle debe ir precisamente a esos lugares; lo contrario sería un falseamiento, y siempre se nota. La marginalidad tiene su lengua, no la invento, la escucho.