Retórica y política, una cuestión tan vieja como la filosofía

por Manuel Berrón (*)

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Una vista del Templo de Hefesto, dentro de la antigua ágora, a los pies de la Acrópolis de Atenas.

Foto: ARCHIVO

 

Es casi seguro que usted está viendo una buena cantidad de propaganda política sobre las elecciones, pero no sé si reparó en que mucha de esta propaganda se apoya en la idea de “cambio” para promocionarse. ¿Se preguntó cómo puede ser que desde los distintos partidos políticos se apele a fórmulas como “cambiemos”, “el verdadero cambio”, “el nuevo cambio”, y hasta el paradójico “el cambio continúa”, todos de modo simultáneo y sin temor a ser identificados unos con otros? ¿No le parece sorprendente que, con independencia del partido, todos puedan apelar a lo mismo como su principal eslogan? Todavía estas cosas me llaman la atención: ¿cómo es posible que todos invoquen lo mismo con indiferencia de su procedencia ideológica o partidaria?

Quizá a usted le sorprenda saber que la historia no es nueva y que donde primero se investigó sobre estas cuestiones fue en la antigua Grecia, en el origen mismo de nuestra cultura occidental. Quienes se ocuparon de estas características de las palabras lo hicieron por la enorme importancia que tuvo para los griegos: la palabra pública, la palabra en la plaza (lugar que, si no lo sabe, fue el espacio de la política y de la justicia). Como no tenían a mano cámaras de TV, computadoras, máquinas de escribir, ni siquiera lápiz y papel, todos los problemas se tenían que resolver hablando en la plaza. Sí, así como lo escucha, usando las palabras, discutiendo, intercambiando opiniones en forma oral.

Pero, ¿por qué me referí a la justicia y a la política al mismo tiempo? La respuesta está en que ambos temas de discusión se resolvían por medio de la palabra en el mismo lugar al que ya me he referido: la plaza pública, el ágora. La asistencia al ágora se transformó en una rutina para los griegos y así se fue consolidando un espacio de intercambio cada vez más complejo. Con el tiempo, fueron estableciéndose reglas para dichos intercambios y nació entonces la figura del orador (en griego réthor, y de allí retórica). Si usted repasa lo que hemos dicho, observará que resulta entonces que el orador, quien expone sus ideas en el ágora, lo hace tanto en los asuntos jurídicos como políticos: ¡fíjese qué importante entonces saber hablar y exponer en público lo mejor posible las ideas propias! En ello, se iba no sólo el destino individual en el caso de un conflicto jurídico personal sino incluso el destino del Estado mismo, de la ciudad toda. Otro importante detalle que debemos tener en cuenta es que las discusiones se resolvían democráticamente, es decir, por lo que a la mayoría le había parecido mejor. El punto entonces es que el orador debía pensar en convencer a la mayoría sobre lo que estaba diciendo, a toda costa, por todo medio posible, a partir incluso de cualquier eslogan.

Ahora que sabemos la importancia de las exposiciones en público en la antigüedad, podemos comprender que haya habido gente que se dedicó a investigar en profundidad este fenómeno y a ofrecerse a colaborar con quienes tuvieran que exponer. Estas personas fueron conocidas con el nombre de sofistas (sofista deriva de sophistés, algo así como “especialista”, y sophistés de sophós, sabio) quienes se especializaron en el arte de la palabra oral o, como usted ya sospecha, de la retórica: el arte de los discursos.

El espacio jurídico y político es, siempre, un espacio donde hay intereses en conflicto y donde el objetivo principal es vencer (sea un juicio o una elección). En este marco, no es raro que la palabra se haya transformado en una herramienta más para lograr el objetivo último: la victoria. Así, los sofistas se especializaron en lograr el triunfo incluso con independencia de los buenos argumentos. Platón expone esto cuando presenta en uno de sus diálogos a Gorgias, uno de los más importante sofistas antiguos, a quien le hace decir más o menos estas palabras: “Una vez, fuimos con mi hermano médico a visitar a un paciente a quien había que realizarle ciertas curaciones. Mi hermano no pudo convencerlo de que acceda al tratamiento pero yo, con ayuda de la retórica, sí pude persuadirlo”. Gorgias se jacta de ese poder de la retórica: la capacidad de persuadir sin conocimiento. Su hermano, que posee la ciencia, no logra lo que sí logra Gorgias, quien no sabe medicina pero sí retórica. El ejemplo nos muestra algo de modo patente: es posible que las personas tomen decisiones, como el paciente del caso, no a partir de buenos argumentos, los de la medicina, sino gracias a que escucha otra cosa que resulta más agradable... y aquí vamos llegando a nuestro punto. Los sofistas detectaron que los discursos ofrecen dos cosas: 1) palabras en forma de argumentos o de buenas razones y 2) palabras bellas. Pero detectaron también que las personas se dejan convencer más a menudo por lo segundo que por lo primero, y ése es el caso del paciente del hermano de Gorgias.

Retomemos ahora juntos la pregunta inicial: ¿cómo pueden todos los partidos arengarnos con el eslogan del cambio? ¿por qué eligen ese motivo? Una pista para responder esta pregunta está en la antigüedad: no nos dan un argumento sino una palabra persuasiva, bella, que suena bien, que nos gusta y que queremos. Si pensamos en los problemas económicos, la violencia en las calles, el narcotráfico y todo lo que usted quiera poner allí con sabor amargo, inmediatamente vamos a querer que algo cambie, y allí es donde el cambio es tan importante, tiene tanto valor y parece una luz “brillando en la oscuridad”. De este modo, ya nos dimos cuenta por qué a todos les gusta plantear que vienen a proponer el cambio y tanto Ud. como yo lo aceptamos, claro; ahora bien, lo que nos debe interesar, para terminar de decidir a quién vamos a elegir, no es tanto lo que los discursos no dicen en el segundo de los sentidos, en tanto que palabras bellas, sino en el primero, las buenas razones (la diferencia entre lo que dicen Gorgias y su hermano médico), y por ello: ¿cómo van a asegurarnos el cambio y mediante qué acciones? Si son capaces de explicarnos esto segundo quizá entonces vayamos con ellos por el cambio, ¿no le parece que debería ser así?

(*) Dr. en Humanidades c/m Filosofía.

Departamento de Filosofía Fhuc - UNL.

 

El orador, quien expone sus ideas en el ágora, lo hace tanto en los asuntos jurídicos como políticos: ¡fíjese qué importante entonces saber hablar y exponer en público lo mejor posible las ideas propias!