“... DE 1919”

Admirable lección de teatro

Con un manejo encomiable del cuerpo y la voz, Teresa Istillarte concreta una labor preciosista, para recordar. El manejo de sus manos y una mirada que dice mucho le permiten concretar ese periplo profundamente humano.

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La historia propuesta por la autora es, a la vez, intimista y cálida. Tiene en esa mujer, poseedora de recuerdos, sueños y fantasías, a su eje central aunque no único. Foto: Gentileza Producción

 

Roberto Schneider

En el bello espacio que el Mercado Progreso ha dispuesto para propuestas teatrales, totalmente colmado de espectadores, se puede apreciar cómo la intensidad creativa se produce cuando hay verdad escénica.

La aparición de Teresa Istillarte en escena es suficiente para que se celebre a todos y a todo lo que la rodea aun antes de que la acción comience a desarrollarse. Afirmamos que la autoridad que emana de una actriz, el halo que la envuelve, facilita la comprensión de un bello texto. En el centro de la escena su personaje cobra una dimensión humana impresionante y entonces crecen las ondas que mantienen en vilo a quienes comienzan a compartir una ceremonia de comunicación y juego permanente. Cuando ella habla, despliega los vastos recursos de una voz clarísima y unos gestos por cierto admirados. ¿Es una brillante actuación o una interpretación inmejorable? No sería la mejor definición a su trabajo, por el rigor, la minuciosidad y el preciosismo con los que encara este personaje, escrito por ella misma.

Cuando se estrenó la primera versión de este montaje sostuvimos en estas mismas páginas que existen muchas formas de llegar desde la escena a la emoción del público. Pero de entre todas esas formas la más honesta es la sinceridad, una sinceridad que parta de la emoción y se instale no en la lágrima fácil sino en el simple sentimiento de recorrer de la mano de sus personajes el camino de lo hondamente cotidiano. Y “... de 1919” posee esta cualidad, entre otras muchas. La historia propuesta por la autora es, a la vez, intimista y cálida. Tiene en esa mujer, poseedora de recuerdos, sueños y fantasías, a su eje central aunque no único. Ella misma convocará, en otras breves secuencias, a los otros, los que junto a ella vivieron su vida, para transformar a la totalidad en un viaje que la ayudará a reencontrarse a sí misma y, a la vez, le devolverá la olvidada posibilidad de elegir otra vida.

Sostener que esta historia es emotiva es apenas dibujar someramente la propuesta de Istillarte. Porque más allá de este calificativo, “...de 1919” es una exploración acerca del sentido de pertenencia, un ejercicio de rastreo de identidad, un grito al amor y una mirada delicada al destierro. Pero la historia posee otros valores no menos importantes. Hay una exacta pintura de un microcosmos reconocible, diálogos creíbles, seres que se debaten entre sus sueños y sus realidades y una narración a la que no le falta ni le sobra un punto ni una coma.

La dirección de Fabiana Sinchi valoriza la belleza de esos textos a partir de una puesta en escena de indiscutidos valores estéticos. Sergio Coronel es el otro intérprete, que se transforma en un soporte de calidad expresiva. La directora logra que el bailarín relate con su cuerpo otras historias sugeridas en el texto. Así no se abruma al espectador con el relato de lo que la actriz cuenta. Coronel no entorpece con su presencia los desplazamientos de Istillarte y, así, su trabajo enriquece la propuesta. Sinchi calibra los tiempos y se decide por la frescura y la espontaneidad, apuesta al medio tono entre la comedia y el drama y juega con un intimismo que siempre está a flor de piel en la protagonista. Demuestra de esta manera que sabe contar una trama y que no necesita del melodrama compungido ni de la risa estentórea para guiar al espectador por ese camino de búsquedas de las propias intimidades.

El diseño escenográfico de Sinchi, María J. Arancio, Juan Carlos López y Florencia Olmos es de exquisito buen gusto, del mismo modo que las luces de Sergio Robinet y el vestuario de Lucía Galán. La totalidad bucea con mirada esperanzadora en las relaciones personales algunas veces conflictivas, pero siempre tamizadas de afectuosa comprensión, con la magia y los dolores de seres reconocibles y queribles. Y porque, como también sostiene el personaje, “la vida es una ilusión”, y nos habla de la posibilidad de cambio, de buscar algo diferente para una vida, que puede ser la nuestra, sin que importen las condiciones sociales, ni la edad de las personas, para las que siempre existe la capacidad de modificar sus propios destinos.