“BOQUITAS PINTADAS” EN EL FORO CULTURAL

Manuel Puig y un abanico del amor

Manuel Puig y un abanico del amor

El desempeño de los actores es lo mejor de la propuesta escrita y dirigida por Juan Parodi.

Foto: Gentileza producción

 

Roberto Schneider

La retórica ya no sirve y entonces quedan el balbuceo, la metáfora, el apunte al paso, la reflexión que aspira a llegar a lo hondo y comprueba, al fin, que el amor (el concepto amor en toda su amplitud sexual, espiritual, fisiológica, filosófica y hasta mística) es, como la cebolla, una serie de capas superpuestas: si se las va arrancando, en aras del núcleo esencial, la cebolla desaparece. El genio de Manuel Puig comprendió la esencia fragmentaria, fugitiva e inclasificable del amor: hay tantos amores como seres capaces de imaginarlo, vivirlo y sufrirlo, o de burlarse de él. Así lo demostró en su magnífica obra literaria. Como en “Boquitas pintadas”, escrita en 1967 y publicada con enorme suceso en 1969 -tras el éxito de “La traición de Rita Hayworth” en 1968- aunque en su pueblo natal, General Villegas, tuvo un impacto negativo en los sectores que se sintieron retratados. Leopoldo Torre Nilsson la plasmó en el cine en 1974 protagonizada por Alfredo Alcón y por entonces fue prohibida en el mencionado pueblo. Pueblo chico, infierno grande, suele decirse.

Que un texto tan brillante en todos sus aspectos derive en un espectáculo teatral es casi una hazaña. El director Juan Parodi firma la versión dada a conocer por la Comedia de la Universidad Nacional del Litoral en el Foro Cultural, y logra acentuar la idea de que hasta no hace mucho tiempo, cuando en la mayor parte del planeta la supervivencia era una aventura, la asociación entre los seres humanos no sólo podía resultar placentera, sino que era necesaria. En los pueblos chicos, se hacía y se hace necesario establecer muchos placeres reservados, por suerte, al encuentro con los otros.

En ese contexto se desenvuelven los personajes de Puig, anclados como están también en el deseo. En este extraordinario autor argentino no hay pesimismo. No trata de construir una alegoría. Los hechos son los que los seres humanos producen: la condición de sus vidas es una elección. Son personajes que se encuentran, reparten las cartas y juegan el juego lo mejor posible, admitiendo casi de entrada que el resultado los supera. Contexto en el que Parodi encuentra la punta para actualizar los dilemas y cuestionamientos acerca de las relaciones de poder, de la incomunicación, del amor, de la existencia, de la vida y de la muerte, precisando sus contornos con líneas absolutamente contemporáneas.

La soledad en la que están inmersos los protagonistas de esta versión no es distinta a la que deben haber padecido los originales. La angustia de su condición se visibiliza más allá de lo imaginable. Y si la amistad y la traición; el amor y el desapego en los que se debaten los personajes parodinianos son temas recurrentes en la dramática de todos los tiempos, pocos aciertan en reflejar tan estrictamente la ligazón entre las razones de los seres humanos y las de la sociedad y el tiempo en que se vive. Poco importa de quien se trate, en definitiva. Las criaturas de Parodi se abren en un abanico tan amplio como para retratar las mayores carencias afectivas, deshojándolas con un trazo amoroso e incisivo que pone en evidencia los mecanismos de toda elección: la inconsistencia del deseo para transformar un destino que inexorablemente resulta hasta inasible.

No es difícil imaginar el compromiso y los enormes desafíos de llevar a escena esta obra. Una descuidada producción de Iván R. López Bode puesta de manifiesto en un vestuario que apenas alcanza la corrección de Lucía de Frutos; en una escenografía poco práctica, que impidió al menos en la noche del estreno el desplazamiento de los actores de Silvia Debona y Diego López; una endeble iluminación de Debona y el deslucido maquillaje y pelucas de G. Gerstner no impidieron el excelente desempeño actoral de un elenco sin fisuras, lo mejor de este espectáculo.

Desde la dirección del montaje, Parodi logra calidad en los vínculos y en las contradicciones de sus personajes con acciones que enriquecen el texto, cargado de múltiples y poéticos significados. Absolutamente, todos los actores de la propuesta ponen emociones que ganan enormemente incluso cuando apenas se asoman como tensiones internas de los personajes. Todos son homogéneos, eficaces y excelentes. Y como corresponde van sus nombres: Nidia Casís, Lucas Ranzani, Selma López, Carolina Cano, Stella Curi, Florencia Minen, Jaquelina Abrigo, Diego Quiñonez y Maximiliano Jenkins. Todos víctimas y verdugos del amor, a cuyo nacimiento, muerte y resurrección asistimos. La selección musical del mismo Parodi juega con los ritmos y la temporalidad en una totalidad que rescata a un grande de la literatura argentina de todos los tiempos. Y que a pesar de algunos aspectos señalados, le rinde merecido tributo.