EL INCIDENTE LITERARIO

Kipling y los detalles

E4 - RUDYARD KIPLING.jpg

La prosa de Kipling ha pasado la prueba del tiempo que exige el canon literario.

Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago de Luca

Joseph Rudyard Kipling nació a finales de 1865, en Bombay, en el ambiente colonial inglés ya que su padre era un oficial británico que se encontraba destinado en la India. Con veinte años, Kipling ya era un reconocido corresponsal de la India anglosajona y con los años fue señalado como el escritor del Imperio. Es decir, el escritor que proclamaba las virtudes del Imperio Británico. En su poema “The White man’s burden” (La carga del hombre blanco) se lee un elogio del sistema colonial. También apoyó abiertamente la causa británica en la guerra de los Bóer.

Pero si un escritor fuera sólo sus opiniones, uno podría estar en desacuerdo, sin mayores inconvenientes, con muchas de las opiniones que tuvo Kipling en su momento. Sin embargo, fue uno de los mejores escritores en lengua inglesa. Sucede que en el incidente literario nunca es directa y mecánica la relación entre lo que se declara y lo que se escribe. Además, muchas veces (la mayoría de las veces) las personas no se corresponden con lo que dicen. En el caso de Kipling, las fuerzas secretas de la India siempre estuvieron operando en su escritura. Kipling hace una alianza con la autoridad colonial, pero por otro lado sus textos tienen una potencia desestabilizadora. Por lo tanto, no se puede reducir sus escritos a sus opiniones políticas. Muchos personajes de la India son más complejos que los ingleses y sus escritos ofrecen “una multitud de verdades percibidas como provisionales y con efectos locales”.

La prosa de Kipling ha pasado la prueba del tiempo que exige el canon literario. Su escritura trabaja con la precisión, con la condensación y exige una lectura intensa. En la extrema economía verbal de sus frases, los detalles en apariencia irrelevantes suelen ser cruciales para el sentido. En sus memorias, “Something of Myself”, relata que su método de trabajo funcionaba de la siguiente manera. Una vez que tenía un borrador final tenía que quitar todo lo que era superfluo, eliminando todas las redundancias con tinta de la India, y luego dejar “escurrirlo” durante días o meses. Entonces, era necesario repetir dos veces más el proceso. Como resultado, cuando se lee, todo fluye como si fuera el estilo inocente, a la vez que es el efecto de un minucioso y culpable trabajo con los detalles.

LA PUERTA DE LOS CIEN PESARES

En el cuento “La puerta de los cien pesares”, un adicto al opio que vive en “la casa del humo” relata de manera tranquila lo que va percibiendo mientras espera la muerte. En la versión en inglés, el relato comienza con un proverbio de un fumador de opio en el que se declara que si puede obtener el paraíso por unos centavos de una rupia, para qué ser envidioso. Con Kipling no hay que saltarse nada. En los detalles está la trama. En este proverbio, tenemos ya completo al personaje que contará toda su historia entre la puesta de la luna y el alba.

En un callejón, oculta, está “la puerta” que en realidad es un fumadero de opio. Todos los detalles nos van envolviendo en esta atmósfera. El callejón es llamado “el callejón del humo negro”. Este proceso es gradual y nos deja, gratamente, adivinar lo que sucede porque el narrador no ejerce una omnisciencia tiránica y no satura de explicación todos los momentos del relato. “Nunca nos dijo Fung Tching por qué llamaba al lugar “la puerta de los cien pesares.” Además, en la percepción de los adictos a esta casa, las cosas se vuelven relativas y difusas.

Pero, sin perder el hilo de los detalles, la descripción del lugar asignado a cada fumador de opio permite ser recuperado al final del relato con un significado con más densidad. Se señala una estera por persona y una cabecera de lana cubierta de dragones negros y rojos. Al final de la tercera pipa de opio, los dragones comienzan a moverse y a pelear. Podríamos pasar por alto la existencia decorativa de estos dragones. Sin embargo, ya sabemos que acá los detalles son significativos y que si están es porque han sobrevivido al secado de la tinta de la India. Al final del relato, vuelven los dragones. Sólo hay que esperar un poco y recordar. El narrador ha visto morir mucha gente en las esteras y tiene miedo de morir a la intemperie, que es una manera de sugerir que desea morir en “la puerta de los cien pesares”. “Cuando sienta que me voy se lo pediré a Tsing Ling y podrá seguir retirando mis sesenta rupias por mes, hasta que se harte. Luego me echaré de espaldas, tranquilo y confortable, y veré a los dragones rojos y negros pelear su última batalla, y después...”. Tratar de explicar qué significan los dragones no sería dar las claves del relato sino anular su potencia de sugerencia.

El arte de la lectura lenta se corresponde con la escritura de los detalles. Basado en el proceso de trabajo de Kipling, podríamos imaginar algo análogo para su lectura. Tome un cuento de Kipling y léalo de un tirón. Unas horas después léalo detenidamente. Deje descansar el texto un mes y repita la operación. Si tiene la paciencia de repetir el proceso una vez más, tres meses después, verá pelear los dragones.