ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

La sociedad depresiva

Por Luciano Lutereau (*)

En su libro “¿Por qué el psicoanálisis?” (1999) E. Roudinesco establece una coordenada propia del mundo contemporáneo: la destitución del sujeto dividido por el individuo. El conflicto psíquico, corazón de la subjetividad descubierta por Freud, se diluiría en el marco de una afectividad difusa y triste. La sociedad de los deprimidos, siempre disconforme y acosada por la psicofarmacología, sería la comunidad en la que el individualismo se realiza no sólo como egoísmo (el detalle cínico sería un aspecto menor) sino a partir de cierta “reivindicación normativa”.

“Tengo derecho a ser feliz”, es un enunciado habitual en nuestros días; o bien, mucho más terrible, “me lo merezco” pareciera el dicho que consolida la forma actual de la locura. De acuerdo con Lacan, loco no es el mendigo que se cree rey (esa fantasía puede ser incluso una forma de sostener el deseo) sino el rey que se cree rey. Dicho de otro modo, la locura de esta creencia radica en su inmediatez, en el hecho de que desconoce la mediación simbólica que, por ejemplo, ubica en un pueblo la decisión última de derrocarlo o incluso decapitarlo.

Ahora bien, en nuestros días el loco ya no es un caso de infatuación, sino que acusa recibo de otro furor: ¿quién podría realmente decir que se merece aquello que le tocó en suerte? Radicalicemos la pregunta: incluso si en efecto se lo merece, ¿quién podría decir que lo tiene porque ha hecho méritos, y no por la generosidad, más o menos azarosa, de algún Otro (el azar mismo)?

Pensemos una última situación. Concedamos el mérito y el reconocimiento como causa de la realización del individuo, pero resta aún otra variable: la felicidad. ¿Quién podría reclamar ser feliz? Porque éste es el aspecto olvidado en la enunciación de este tipo de frases: que la ampliación progresiva de derechos civiles no produce una mayor libertad subjetiva. Desde ya que este alegato no tiene como objeto inculpar a los derechos por sí mismos, sino delimitar el desvanecimiento de la imputación del sujeto. Creerse con derecho (donde importa menos el derecho que la locura de la creencia) lleva a una posición de reivindicación del estilo “Nadie puede prohibirme”. De esta manera, si la sociedad se ha vuelto depresiva es porque no sólo ha desbancado el universo de las prohibiciones (y las represiones atribuidas) sino fundamentalmente al Otro como instancia que puede darle al sujeto la cifra última de un malestar cuya causa no posee.

El correlato del sujeto deprimido es algo peor que la represión. Si, con Lacan, entendemos que lo que no está prohibido se vuelve obligatorio, no puede extrañar que al sujeto dividido por el deseo se le oponga el sujeto de la performance. Esta última se verifica en diferentes niveles: por un lado, si la causa del padecimiento no proviene del encuentro con el Otro, entonces debe estar en alguna fibra última del cuerpo biológico (y por esta vía tenemos el desarrollo de las disciplinas del cerebro y las neurociencias); por otro lado, la búsqueda permanente de ser diferente conduce a la máxima homogeneización, tal como se comprueba en la proliferación de técnicas de autoayuda y diversos caminos espirituales ofrecidos para que cada uno se encuentre consigo mismo (aunque el verdadero yo de cada sujeto sea el saldo de una identificación con una imagen ideal proveniente de otra cultura, eventualmente oriental).

Ser uno mismo, ser como se es, ser original, he aquí las posiciones locas y delirantes del individuo de nuestro tiempo, demasiado empastadas con la ambición de ser y menos con el devenir.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires. Docente e investigador. Autor, entre otros, de “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

Ser uno mismo, ser como se es, ser original, he aquí las posiciones locas y delirantes del individuo de nuestro tiempo.