Señal de ajuste

Proletariado de mazapán

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Pablo Echarri y Nancy Dupláa, pareja protagónica de “La Leona”.

Foto: Gentileza Telefé

 

Roberto Maurer

Hasta el primer beso, en las ficciones de la televisión argentina el histeriqueo de la pareja protagónica suele prolongarse durante varios capítulos. Sería un recurso destinado a provocar una expectativa y convertir en rehén a la audiencia, que no se aplicó en el debut de “La Leona” (Telefe, lunes a jueves a las 22), donde, sin demoras, en la última escena los protagonistas se besan. Varias veces, y se agarran y adhieren sus cuerpos como stickers, con mordidas y durante un rato largo. Es un dato de la inteligencia de los guionistas: ¿para qué tener a media máquina a Pablo Echarri y Nancy Dupláa, una pareja de energía erótica ya probada en varias tiras y en la vida real?

La puesta en escena del citado agarre es estetizante, con esquina de tango, ochava y adoquines, pareja amurada, ella borracha con bretel caído, compartiendo a pico la botella y una iluminación artificiosa y rebuscada.

Con igual artificio se retrata a la clase trabajadora y a los poderosos. La insinuación de que “La Leona” estaría impregnada de realismo social no se concretó, para tranquilidad del consumidor de telenovelas. Ni actores, libretistas y productores parecen haber conocido una fábrica por dentro o por fuera, ni mucho menos haber trabajado en alguna.

Sólo en sus cabezas un establecimiento industrial puede ser representado como una escuela secundaria y su jolgorio. Cuando la protagonista nos presenta a sus compañeros, uno por uno, concluye: “Esta es mi gran familia, mi gente, todos ellos hacen que mis días sean una fiesta”.

La apertura es un largo monólogo en off de María Leone (Nancy Dupláa), en el cual relata la historia de la Textil Liberman, fundada por un inmigrante polaco soñador, y del barrio La Hilada. En un desfile de imágenes de archivo en blanco y negro se describe la evolución de ese pequeño mundo de trabajadores en una burbuja feliz, salvo una mención pasajera a las drogas y el gatillo fácil, sin precisar épocas, o sea una introducción documental situada fuera de la historia.

LEONA

María es madre de dos hijos, tiene un compañero haragán (Diego Alonso) y comparte su casa con la familia grande, incluyendo a su padre (Hugo Arana), que también trabaja en la fábrica, y una hermana reventadita que vuelve de madrugada (Dolores Fonzi). Tienden a expresarse a los gritos y viven en una casa con rasgos de gusto de sectores medios, en una versión de las “clases populares” que se identifica con el costumbrismo de telgopor tan difundido por Adrián Suar a través de las tiras de Pol-ka.

Del otro lado, los pudientes. Nadie duda de que con su poder económico se apropian de la plusvalía de los trabajadores. Pero aquí disfrutan haciéndoles daño. Los movimientos del capital no están dictados por la subjetividad del capitalista. El sadismo pertenece a la esfera de la moral y la salud mental, y allí se sitúa la problemática de los actuales propietarios de Textil Liberman. La heredera de los fundadores (Ester Goris, cuyo rol de mujer medio tumbada estremece por su cercanía con la realidad misma de la actriz) cedió el poder a su esposo Klaus Miller (Miguel Ángel Solá), un empresario que con la base de la fábrica familiar creó un imperio a ambos lados de la cordillera. Es despiadado y cínico, y acaba de ser informado de que padece un mal degenerativo que en un año lo convertirá en un dátil.

REY LEÓN

Con la perspectiva de un final a corto plazo, su maldad se acelera. Quiere liquidar la fábrica, “a mi edad lo único que quiero es tirarme al sol del Caribe”, le dice a Franco Uribe (Pablo Echarri), un abogado experto en el vaciamiento de empresas, a quien le ofrece la tarea sucia. Como todos los poderosos, Uribe no se lleva una chica a la cama, sino tres. Su carta de presentación es la ideal: no tiene escrúpulos.

—¿Quiere que corra la sangre? -le pregunta Uribe, para saber si la liquidación incluye a los empleados.

—¿Usted tiene cargos de conciencia? -responde Miller. Coinciden: “La mejor estafa es una quiebra”. En el acto, Uribe es nombrado gerente de Recursos Humanos y se presenta en la fábrica, donde se producen los primeros cruces incendiarios con María, que todavía no aparece como luchadora social sino, más bien, con una personalidad fuerte que la aproxima al descaro y la impertinencia. En la realidad, no duraría un minuto en ningún empleo.

Ese día, la primera medida consiste en suspender la fiesta de carnaval de empleados y vecinos a celebrarse esa noche en el patio de la fábrica. Es una tradición de la empresa y la decisión produce estupor, pero se hace igual en la calle. Allí se aparece Uribe, se encuentra con María y se registra la frenética escena de las dos fieras que se devoran a besos, con la que cierra el primer capítulo.

El carnaval representa un paréntesis de libertad en la vida de las clases populares, y lo afirma María con otras palabras, pero una cosa son las teorías de Bajtin y las buenas intenciones de los guionistas, y otra cómo se concretan en el mundo irreal de la tele, más cerca de los corsos de Gualeguaychú que de una fiesta de los humildes.