COSQUÍN ROCK, SEGUNDA JORNADA

Festival subacuático

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Don Osvaldo, con Patricio Santos Fontanet a la cabeza: la verdadera fiesta estuvo abajo, entre el agite y las banderas (la mayor intensidad en los dos días que van de festival).

Foto: IAA

 

Ignacio Andrés Amarillo

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La segunda jornada del Cosquín Rock 2016 empezó temprano (y nuevamente con sol fuerte, aunque con nubes prometiendo gotas)... al menos para los nerds que se adelantaron para ver a Octafonic, la intensa y compleja creación de Nicolás Sorín, dueño del escenario junto a Hernán Rupolo y Mariano “Tano” Bonadío. “Wheels”, “Monster” y “Over” de la placa “Monster” se sumaron al ya difundido “What?” y un estreno.

Fueron sucedidos en el escenario principal por el tecnopop de Barco y Los Echeverría, bien upbeat, con algún retraso desde que Juan Terrenal abriera ese espacio. En realidad, la particularidad de ese tablado fue el hecho de que se previó a Don Osvaldo como número central y el show más largo de la fecha, aunque tocando a la tarde.

Pero no nos adelantemos: a las 17.20 Jaque Reina calentaba el Alternativo (un buen espacio para refugiarse del sol, de paso): se trata de una de las revelaciones del último tiempo, con espíritu nü metal y sonido actual.

Después de un par de años sin pasar por el festival serrano, Estelares regresó a presentar un puñado de sus canciones más emblemáticas. Retazos de la vida de Manuel Moretti, especialmente en sus mejores/peores años:

“Las vías del tren”, “América”, “Tanta gente”, “Melancolía”, “Arthur Rimbaud” y “Un día perfecto” fueron parte de un set de unos 50 minutos, cerrando con “Ardimos”, con el chileno Nea Agostini como invitado.

Electricidad suspirada

Los cánticos y banderas ya presionaban, apurando para que saliera Ojos Locos, repitiendo el telonero de aquella fatídica jornada de diciembre de 2004. Lejos de pensarlo como un disvalor, la multitud saboreó el show como un aperitivo de aquello que muchos habían ido a ver.

Pero para otros la opción estaba en el Alternativo: Marilina Bertoldi presentó una versión condensada de su “set eléctrico”: “Ladran”; “Poción”, “A mi muerte”, “Malabares” “Puentes” y “Puerto”, de los discos que ya abulta en su reciente carrera solista (“El peso del aire suspirado”, nacido virtual, y “La presencia de las personas que se van”), cerrando con “Y deshacer”, el adelanto de la próxima estación en el tren de la chica de los pelos locos y el ombligo inquieto.

El agite

Pero a esa altura ya explotaba Don Osvaldo, la nueva encarnación del proyecto artístico de Patricio Rogelio Santos Fontanet, vestido para la ocasión de shorts Adidas y remera negra, con el cable del monitor in ear al costado. Así se puso al frente de una formación numerosa (con vientos, percusión y una bonita violinista, única fémina) con su viejo compañero, el bajista Cristian Torrejón y el guitarrista Álvaro “Pedi” Puentes.

También lució un buen despliegue escenográfico, con un reloj de arena gigante que luego fue suplantado por una cabeza de animal fantástico inflable. Aunque la verdadera fiesta estaba abajo, entre el agite y las banderas (la mayor intensidad en los dos días que van de festival), durante las dos horas que duró el concierto, que terminó con las primeras gotas cayendo sobre el predio, anticipando lo que iba a ser la nueva tónica climática.

Meta cumplida

Eruca Sativa tenía el desafío de tocar por primera vez de noche, y luego de un número tan convocante. Lula Bertoldi, Brenda Martin y Gabriel Pedernera salieron a “bancar la parada” con un set concreto y sin fisuras: “Nada salvaje”, la flamante canción que abre la próxima etapa del trío, fue la apertura elegida, en un escenario armado hacia atrás para protegerlos de la lluvia que iba y venía. “Magoo”, “Para que sigamos siendo”, “El genio de la nada”, “Cuánto costará”, “Amor ausente” (otra vez lluvia, otra vez el cielo llora a Titi Rivarola), “Fuera o más allá”, “Queloquepasa” y “Desdobla” pasaron y dejaron un coro pidiendo “una más”: nada mal para cualquier artista en un festival.

Guasones recuperó al público más rocanrolero pero atrayéndolo hacia un mundo más cancionero y en mid tempo, apostando a variar intensidades, de la mano del histriónico Facundo Soto, que lució un sombrero de ala ancha de paja como nota distintiva. Ahí fue el momento en que la lluvia arreció hasta lo inimaginable, pero de todos modos el concierto pudo terminar como estaba previsto. Si Charly García se jactó en su momento de haber hecho el primer concierto subacuático, este bien podía ser un festival subacuático.

No escampó

Llegado el turno de La Vela Puerca, ya hubo retrasos para escurrir el escenario y evaluar alternativas. De todos modos los uruguayos salieron con el cuchillo entre los dientes a comerse el escenario (decorado como una biblioteca): los Sebastianes (el “Enano” Teysera y el “Cebolla” Cebreiro) se animaron a mojarse cuerpo y micrófonos con canciones “para arriba” como “De atar”, “La teoría”, “¿Ves?” y “Todo el karma”. Pero a esas alturas no se mojaban sólo los cantantes: el agua ya brillaba en la trompeta de Santiago Butler. Teysera pidió “dos minutos” y prometió (en alusión a una de sus páginas más célebres): “Va a escampar, siempre escampa”.

Pero volvió diciendo que habían acordado terminar el show antes porque había gente con hipotermia, así que prometió un par de temas más, y que Las Pastillas del Abuelo harían lo mismo. “Por la ciudad”, “Llenos de magia” y “El profeta” salieron disparados, antes de que la banda se fuera de escena.

Entre chubascos

Como a la 1.30 de la madrugada las precipitaciones habían amainado un poco, Las Pastillas del Abuelo se manifestaron (ese era casi su horario original) bajo la presidencia de Pity Fernández (“Buenas noches, valientes”, saludó a los que se apretaban en la parte cubierta de plástico del piso, alejándose del barro) pero terminaron dando un show de más de una hora, más cerca de lo que estaba previsto, de la mano de canciones como “Inercia”, “Tantas escaleras”, “Atajo al infierno”, “Saber hacer” y varias más, con la reconocible marca en el orillo de Fernández en la letrística. Pero para ese momento ya muchos abandonaban el predio, buscando refugio ante esa lluvia constante que se atrevió a prolongarse, ya sin prisa pero sin pausa, hasta entrada la madrugada.