El cuerpo de la Gran Crisis

Por Miguel Roig

“Antes del anochecer” es la tercera parte de una trilogía del realizador Richard Linklater que cuenta la evolución de una pareja a lo largo de dos décadas, desde que se conoce a los veinte años. Esta última entrega, ya cuarentones, los muestra con hijos y de vacaciones en una isla de Grecia. Cerca del mar, en una mesa bajo una parra, varias parejas de distintas edades hablan del significado del amor y de la vida en común. Los más jóvenes, con apenas veinte años -al igual que los protagonistas en el primer film, “Antes del amanecer”-, viven un idilio edulcorado pero sin perder perspectiva. Declaran saber que la unión de dos personas es un tramo breve de la vida. Ella cuenta que sus padres están separados y él confiesa que los suyos siguen juntos por razones económicas. Narran un par de anécdotas románticas de su relación y la más cargada de emoción es el relato de cómo se duermen todas las noches con el ordenador en la cama conectados a Skype, cada uno en su respectivo piso, convirtiendo esa cercanía virtual en un acontecimiento central.

El cuerpo que circula en la Gran Crisis, que se inició en 2008 con la caída de Lehman Brothers -y que aún no concluyó-, busca la libertad a tal punto de entregarse cada vez menos al cuerpo del otro, llegando incluso a producir aquel cuerpo que desea.

El sitio Meetic es un portal donde se pueden entablar relaciones de todo tipo. Al ingresar hay que someterse a un pormenorizado cuestionario en el que se aportan voluntariamente o no los datos que se solicitan. Estos van desde el aspecto físico, pasando por las ideas políticas y las creencias religiosas, llegando incluso a preguntar si se poseen animales domésticos. Pero lo más interesante viene cuando uno se pone a producir a la persona con la que le gustaría contactar. Se suceden las mismas preguntas y la cuestión es ver si existe realmente una persona perfilada con tanto detalle. Por otra parte, si uno vive en un sistema donde está obligado a producir un personaje propio para conectar en un proyecto vital o laboral, ¿por qué no exigirle al prójimo un esfuerzo similar? Que se produzca a sí mismo para despertar el interés de la demanda.

Hay otra manera no virtual de acercar los cuerpos de forma rápida, superficial y poco comprometida en el tiempo que se invierte: el speed dating. Según una de las versiones que circulan, se originó en Beverly Hills, Estados Unidos, a finales de los noventa, cuando un rabino ideó el sistema al ver que los integrantes de su organización judía disponían de poco tiempo para conocer gente del sexo opuesto. El speed dating consiste en mantener una serie de entrevistas breves con distintas personas y al final votar por aquellas que han despertado cierto interés. Y, lo más importante, aguardar que alguien haya votado por uno y se dé al menos una coincidencia. Las entrevistas, que no suelen superar las siete por encuentro, duran unos cinco minutos en los que hay que ser capaz de gestionar esta suerte de amor rápido. En Madrid funciona el “Date Club” y en Barcelona el “7 citas 7”, que organizan y gestionan encuentros semanales a través de sus páginas web. Naturalmente, todas las empresas de este tipo garantizan sus servicios con estadísticas que demuestran la cantidad de parejas constituidas a través del sistema, aunque lo interesante sería conocer cuál es el número de participantes, la cifra de los cuerpos que invierten como máximo cinco minutos para valorar un cuerpo ajeno. Sarah Allibone, propietaria de Date Club, comenta en la revista GQ que, “el formato original es de siete minutos por cada siete personas pero me di cuenta que era mucho tiempo para aguantar a una persona si no te gusta. [¡Siete minutos!] Con lo cual decidí poner un tiempo de cinco minutos por cita y ampliar el número de personas”.

En la novela “¿Acaso no matan a los caballos?” de Horace McCoy (Sidney Pollack dirigió la versión cinematográfica con el título original del libro, “They Shoot Horses, Don't They?”), movida por la pobreza que generó la otra gran crisis, la de la Gran Depresión de los años treinta, una pareja que ha ido a probar suerte a Los Ángeles se conoce y comparte el fracaso. Por aquel entonces estaban de moda los maratones de baile, concursos que duraban días, en los que triunfaba aquella pareja que lograba permanecer de pie más tiempo. Los protagonistas están en tal grado de desesperación que se apuntan, motivados más por la comida gratis que reciben los concursantes que por el premio final. De acuerdo con las reglas, los participantes tenían permitido dormir quince minutos en el hombro del otro pero con la obligación de no dejar de bailar en ningún momento para no ser descalificados. Los cuerpos podían permanecer pegados durante días con tal de mitigar el hambre.

En lo que va de una depresión a la otra, los cuerpos se han separado. El cuerpo de la crisis, el cuerpo producido, el cuerpo que ha devenido en producto, sólo entra en una relación si es mediante una transacción.