José de San Martín nacía un 25 de febrero de 1778

De Yapeyú vienen buenas noticias, “el fruto llegado a tiempo”

Por Prof. Carlos Eduardo Pauli (*)

Los argentinos somos solemnes, graves, funerarios, en la conmemoración de los padres que fundaron nuestra patria. Por eso, pasamos desapercibidas las fechas de sus nacimientos, y nos dedicamos a honrarlos cuando entran en la inmortalidad. Así sucede con el General José de San Martín. Veamos el contexto en el que nace el “Padre de la Patria”. Nos parece oportuno destacar que Yapeyú, en lengua guaraní significa, “el fruto llegado a tiempo”. En esta otrora reducción jesuita, fundada por el benemérito misionero y mártir rioplatense Roque González de Santa Cruz, quien la puso bajo la advocación de Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, vio la luz el Padre de la Patria. Tres años antes había llegado, cumpliendo con su destino militar, la familia San Martín. La componían el ayudante Mayor de Infantería Dn. Juan de San Martín, su esposa Dña. Gregoria Matorras y sus pequeños hijos, María Elena, Manuel Tadeo y Juan Fermín Rafael, nacidos en Calera de las Vacas, (anterior destino militar), en la Banda Oriental del río Uruguay. En Yapeyú nace el tercer hijo varón, Justo Rufino y el 25 de febrero de 1778, José Francisco. Un año después el rey Carlos III firma los despachos disponiendo el ascenso de Juan de San Martín al grado de capitán.

Yapeyú era la más meridional de las reducciones de pueblos guaraníes. Al momento de la expulsión de los Padres Jesuitas, en 1767 tenía casi 8.000 habitantes, siendo un importante centro comercial como puerto de embarque sobre el río Uruguay (Guzmán Carlos Alberto; Escritos Sanmartinianos; Tomo I; pp. 105;ed. Dunken; Bs. As.; año 2000). Pero además era una expresión muy lograda de esa formidable síntesis cultural mestiza, que dio origen al nuevo pueblo americano.

El legado sanmartiniano. ¿Qué tendrás pago...?

Así podríamos preguntarnos, con nuestro poeta Dn. Julio Migno, cómo habiendo el Libertador vivido tan poco tiempo en su Yapeyú natal, sin embargo caló tan hondo en su espíritu el alma de la tierra. Dejemos que los estudiosos den las explicaciones científicas. Pero lo cierto es que esa realidad americana estuvo siempre presente en sus decisiones y opciones de vida.

Regresa a su patria en 1812, con una brillante foja de servicios en el ejército español. Recibe el encargo de formar el que sería el célebre Regimiento de Granaderos a Caballo. San Martín pide entonces la incorporación de jóvenes de Yapeyú, “por la confianza que de ellos tiene”, según reza el decreto del Segundo Triunvirato. Por eso para los habitantes de Yapeyú, este regimiento es su hijo dilecto, pues se entronca con el proceso emancipador.

Este fruto llegado a tiempo, maduró en la libertad de dos pueblos hermanos. En una demostración de su grandeza moral, José de San Martín prefirió el exilio, la vida austera, antes que mezclarse en las contiendas civiles de un lado o del otro de los Andes.

Pero no fue prescindente, no se borró. Cuando sintió que la libertad de su patria, tan costosamente conseguida, estaba amenazada, se ofreció para volver a defenderla. Así cuando las potencias colonialistas, invaden la Confederación Argentina, en 1838 y 1845, ofrecerá su sable para pelear como en Chacabuco, Maipú y tantas otras batallas, por este suelo que lo vio nacer.

El nacimiento nos tiene que llevar a ser agradecidos porque en Yapeyú, el Padre de la Patria, acuñó el sueño de la unidad americana, a la que sirvió con total entrega. Tarea inconclusa que nos toca completar, para celebrar este año dignamente el bicentenario de la Patria.

La memoria de Nora, nuestro desafío

La Asociación Cultural Sanmartiniana de Santa Fe inicia las actividades de este año, rindiendo su homenaje de gratitud a Nora Machado de Michlig, nuestra presidente fallecida a fines del año pasado. La mejor forma de recordarla, de hacerla presente entre nosotros, será difundiendo los ideales sanmartinianos con la pasión y entrega que ella ponía. Como docente de alma, nos transmitía su entusiasmo y nos hacía ver el valor que tiene nuestra presencia en la mayor cantidad posible de instituciones. Nos hacía comprender que esa siembra, silenciosa y humilde, preparaba a las futuras generaciones para una patria mejor, rica en valores, y abierta a la Patria Grande. Quiera Dios que ese sueño de Nora, sepamos hacerlo realidad los que continuamos su tarea.

(*) El autor es miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos y vicepresidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana.