“Bufón” en Mujeres al Rosa

 

Teatro con amor y belleza

Teatro con amor y belleza

Hay una rigurosa búsqueda, hay inteligencia, hay riesgo, hay teatro. Foto: Gentileza Producción

 

Roberto Schneider

Del número uno al cien, todos tienen su propia identificación simbólica en el saber popular para el otrora juego clandestino (hoy oficializado) de la quiniela. Cada uno de ellos, con cambios de significado y con histrionismo incluido, será enunciado mientras el público accede a la sala y se encuentra con un paisaje desolador, ubicado en cualquier tiempo no tan pretérito, con mucho, muchísimo de presente y algo de futuro. Negro, como sostiene la protagonista de “Bufón”, la obra escrita y dirigida por Luciano Delprato que se presentó en el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez en el marco del ciclo Mujeres al Rosa organizado por el Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe.

“Bienvenidos”, se repite machaconamente. “Esta función la hacemos entre todos”, dice ella vestida con harapos bellísimos y entre dos “sillones” con almohadones enormes de cotín, la tela con la que se hacían los viejos colchones de lana. Sus movimientos y sus expresiones van llenando la escena, con frases truncas, con expresiones claras. Desopilante; porque crece en intensidad y adquiere carácter de enunciación, sin que se atine a desentrañar -sólo en el final- el particular universo de esa criatura, que tiene un cierto parentesco con Beckett.

De ese vestuario y de esa escenografía, firmadas también por Delprato con la ayuda de Juliana Manarino Tachella, van surgiendo recortes, trapos apolillados, palos con viejos cepillos para barrer lo que no se barre. Testimonios tristes de un tiempo en el cual la escena rezumaba vida, pensamos, en este maravilloso homenaje al mundo del teatro. Ese cepillo, colocado como un bastón de mando, fue en otro tiempo usado para limpiar el polvo. Ya no, todo es inútil porque la función deberá recomenzar. El viejo teatro, condenado al abandono y el deterioro, deberá someterse al olvido. Para que nazcan los espacios alternativos, “donde no hay lugar para estacionar el auto”, como dice el bufón, empeñado en ofrecer su función, buscando un parlamento que ha olvidado. Negándose a morir.

Surge con fuerza entonces el mónologo de “ser o no ser”, de Hamlet, y recorre su calvario, azotado a veces con aquel escobillón. Así recitará ese fantástico parlamento, que es su “canto del Cisne”, tal vez para disfrutar la gloria de un último aplauso. Siempre en esa tierra desolada, para que la ceremonia se reinicie. Como siempre. La función comenzará nuevamente, no importa cuán exhausta esté su oficiante, no importa cuán abandonado parezca el teatro. Porque sus ángeles -Julieta Daga sin duda lo es- son tercos y aguardan a la vuelta de la escena, dispuestos a volar a la primera llamada de quien busque ese “algo más”.

Y serán las manos fantasmales de los olvidados las que, como en este caso, tirarán de las cuerdas para echarlos a volar. Conmovedor y misterioso el espectáculo de Delprato, apoyado preciosamente por el diseño sonoro de Gerardo Schiavon. La totalidad es un manantial de creatividad, risas, melancolía y ternura. Hay una rigurosa búsqueda, hay inteligencia, hay riesgo, hay teatro. Julieta Daga está soberbia y entrega una labor sencillamente amorosa. Todos dirigidos por Luciano Delprato, con mucho talento y por amor al arte teatral. A fuerza de amor y de belleza.