El drama de los perfeccionistas

El drama de los perfeccionistas
 

Lo mejor siempre es lo posible, buscar metas próximas y no alejarnos de la realidad.

Buscan algo imposible: alcanzar las metas más elevadas, no cometer errores, conseguir todo lo que se proponen, cumplir las expectativas ajenas, hacer todo mejor y más rápidamente. Los “extremistas de la excelencia” sufren y limitan su vida: su obsesiva búsqueda de la perfección deja de ser una virtud para transformarse en una pesadilla.

Textos. Revista Nosotros. Fotos. Agencia EFE.

Carla siempre quiso aprender inglés y se matriculó en un instituto. El segundo día, la profesora le hizo una pregunta y el temor a equivocarse y a lo que podían pensar sus compañeros, la bloqueó. No volvió. Lo intentó con una profesora particular, pero tampoco pudo progresar por miedo a fallar. Dejó el inglés, pensando que no estaba capacitada. Osciló entre el enfado con sus profesoras, por imponerle metas excesivas, y la depresión, por no alcanzar esas metas elevadas.

Pedro lleva mal su papel de jefe: está en constante conflicto con un empleado, porque si bien cumple con el trabajo y los objetivos de la empresa, no acepta que su estilo de trabajo sea diferente, distribuyendo el tiempo y las prioridades de distinta forma. No delega tareas por miedo a que el resultado sea imperfecto, ni quiere sentirse decepcionado. Tiende a sentirse irritable, enfadado o tenso en sus relaciones con lo demás.

José tiene 45 años y fue un brillante jugador de tenis cuando tenía 20. Hace diez años que no juega, pero en un mes quiere alcanzar el nivel de que tenía. Al no conseguirlo, es incapaz de aceptar sus fallos, y ahora se siente decepcionado, frustrado y deprimido y se critica a sí mismo por no haber sido capaz de alcanzar la meta que se impuso a sí mismo.

Lucrecia pasa horas enteras mirando diariamente los perfectos cuerpos de varias modelos en Instagram. Ha comenzado a ir todos los días al gimnasio, su dieta se basa en verduras y semillas y bebe dos litros de agua religiosamente. Sin embargo los resultados lejos están de las imágenes que le devuelve la red social. Ha comenzado a sentirse irritable y envidiosa con sus compañeras de trabajo que, aún cuando no se esfuerzan como ella, han sido bendecidas por un cuerpo privilegiado.

BUSQUEDA SIN RESULTADOS

Todas estas personas tienen algo en común. Son perfeccionistas: mantienen por un lado una búsqueda de la propia excelencia, a través de metas imposibles de conseguir; por otro sienten la necesidad de que los otros sean perfectos, exigiéndoles que satisfagan sus exigencias, y también consideran que los demás esperan la perfección de ellos, atribuyéndoles supuestas exigencias, que deben satisfacer para ser aceptados y recibir la aprobación ajena.

Según los psicólogos, estas tres conductas perfeccionistas no se excluyen (una persona puede tener las tres) y tienen el mismo fin: lograr metas elevadas en exceso, inalcanzables o practicables a un enorme costo.

Si en algo te ves reflejado en Lucrecia, Carla, Pedro o José o has protagonizado situaciones similares, entonces sos una de las tantas personas que sufren de perfeccionismo: un rasgo similar a algunos fármacos: son útiles en la dosis adecuada, pero en exceso ¡son tóxicos!

Pero el perfeccionista ¿nace o se hace? En el origen de este tipo de personalidad parecen confluir, según los expertos, factores biológicos o hereditarios y aprendidos a través de la experiencia.

Algunas personas nacen con predisposición a ser perfeccionistas, lo cual se convierte en un rasgo definitivo de su personalidad si el ambiente en que viven y crecen favorece este tipo de conducta.

Además, los mensajes del entorno según los cuales debemos alejarnos del término medio y la mediocridad y buscar la perfección para ser felices, estimulan este tipo de conductas.

LAS RAÍCES DE UNA OBSESIÓN

Por otra parte, a algunas personas se les ha inculcado el perfeccionismo recompensándoles si consiguen el éxito, por ejemplo al ganar en un deporte, o aplicándoles castigos, críticas o burlas si tienen una conducta inapropiada como la de un profesor que sanciona al niño si comete un error.

La información, instrucciones y los mensajes de la sociedad y medios de comunicación, que proponen tener un cuerpo bello, delgado y perfecto, ser el número uno, ganar, tener ambición y éxito, favorecen los rasgos perfeccionistas, mientras que vivir en un ambiente familiar en el que los mayores son muy perfeccionistas, favorece que los niños o adolescentes adopten esos rasgos como modelo y traten de emularlos.

Asimismo, muchos perfeccionistas tienen padres que no aceptaban el comportamiento “imperfecto” de sus hijos, no los valoraban, les hacían sentir que los querían sólo si alcanzaban cierto nivel, o eran muy críticos o exigentes con ellos.

Para los expertos, el perfeccionismo rígido es un rasgo de la personalidad que combina tres aspectos: un deseo de mejora (saludable y constructivo en sí), que se vuelve problemático al combinarse con el afán por alcanzar metas demasiado elevadas y la preocupación por el concepto que tienen los demás sobre uno mismo.

Se trata de un empeño interminable y continuo en el cual cada tarea se ve como un reto y ningún esfuerzo es lo suficientemente bueno, pese a lo cual la persona continua intentando desesperadamente evitar errores, alcanzar la perfección y ganar la aprobación de los demás. El camino de esta presión sobre uno mismo sólo puede tener un destino: la frustración permanente y el menoscabo notorio en la salud, tanto mental como física.

De hecho, se cree que si bien este tipo de conductas puede actuar como una protección ante el miedo al fracaso, la crítica o la desaprobación, y también puede ser un síntoma de trastornos psicológicos más severos. Su caldo de cultivo es la sociedad competitiva que valora la disciplina, el trabajo duro y no cometer errores como requisitos para triunfar, y que lleva a pensar que con la perfección se consigue la felicidad, el éxito y la aprobación.

UN “PERFECTO” MALESTAR

La persona rígidamente perfeccionista sufre problemas, se siente frustrada, triste, irritable e insegura, y vive mal porque realiza las tareas repetidas veces en un intento de mejorarlas, y siente un profundo desasosiego debido a lo que considera como una imperfección, lo cual le lleva a continuar actuando para encontrar un alivio inmediato.

Esta persona suele pensar en términos extremos de “todo o nada” o de “lo hago perfectamente o no lo hago”, lo cual limita sus actividades o puede llegar a bloquearlas severamente.

La preocupación y la indecisión, que causan malestar, están presentes en todos los ámbitos de la existencia del perfeccionista, que además suele ser muy crítico consigo mismo y nunca se siente satisfecho del todo con lo que dice, hace o deja de hacer, y suele concentrarse en los aspectos en los que falla, catalogando cada error y cada defecto; si comete un fallo es capaz de considerar mal hecho todo el trabajo.

Pese a las apariencias, la vida de “Don perfecto” es un calvario: su miedo a cometer errores le impide correr riesgos, disminuyendo así su capacidad de desarrollo y aprendizaje, y al experimentar toda tarea como una prueba que refleja su competencia y valía, ante sí mismo y los demás, en ocasiones tiene una baja autoestima: la más pequeña crítica negativa, evidencia lo “poco que vale” y qué lejos está de la perfección.

El temor a no satisfacer las expectativas ajenas y sentirse humillado ante los demás, lo lleva muchas veces a abandonar las tareas satisfactorias que emprende, frustrando sus deseos, y además llega a rehuir de los contactos sociales, recluyéndose y buscando la soledad. Por otro lado se vuelve preso de la ansiedad, por el temor a que otras personas lo valoren negativamente.

EL PUNTO JUSTO

La persona con un grado normal de perfeccionismo, busca alcanzar metas de alto nivel para obtener algún beneficio, intenta hacer las cosas lo mejor que puede y experimenta placer en ese esfuerzo. Para estas personas, lo importante es disfrutar el viaje más que el destino.

Además, se sienten libres para ser flexibles en sus aspiraciones, disminuyéndolas o ajustándolas, se adaptan a las circunstancias, y tienen en cuenta sus limitaciones y debilidades. Si alcanzan una meta o superan un obstáculo sienten gratificación y alegría; pero no les afecta enormemente el fracaso.

En cambio, el individuo rígidamente perfeccionista aunque también persigue objetivos elevados y desea mejorar, siente un gran temor al fracaso y la desaprobación social. No le mueve el logro de resultados positivos, sino evitar los negativos.

El perfeccionismo puede ser una ventaja en ciertas áreas de la vida, como el trabajo, la casa o las relaciones sociales en las que son muy apreciados el deseo de excelencia, la puntualidad, el esfuerzo, la meticulosidad, la organización o la limpieza.

Pero la actitud perfeccionista causa problemas si la persona se plantea y obliga a cumplir metas desmedidas, conduciendo a problemas de salud si busca el cuerpo perfecto, a conflictos sobre cómo hacer las cosas en el hogar, a no encontrar su “pareja ideal” y a un continuo desgaste emocional en sus relaciones con los demás.

EQUIVOCARSE PARA SER FELIZ

El secreto para soltar el pesado mundo que traemos sobre nuestros hombros, es atrevernos a no ser perfectos. Pensar que es preferible ser imperfecto y feliz, y no a la inversa.

Hay que tener en cuenta que aunque existe una gran diferencia entre el deseo saludable de superación y el perfeccionismo rígido, muchas personas padecen este síndrome, que suele pasar inadvertido, pero que constituye un escollo en la felicidad.

Debemos comprender que la perfección no existe más allá de nuestra mente, y que si fuéramos perfectos, no habría nada que aprender, ninguna forma de mejorar y no existirían desafíos ni la satisfacción que se obtiene al lograr algo con esfuerzo.

Buscar lo perfecto equivale en cierto modo a fracasar, porque el objetivo marcado nunca se alcanza. Por ello es mejor liberarse de las cadenas y dedicar esa misma energía a relajarse y disfrutar de la vida, ya que es posible vivir con plenitud y felicidad aún abrazando nuestras fallas.

ANTÍDOTOS PARA SER MÁS LIBRE

También conviene tener en cuenta que la confianza en uno mismo se obtiene al conseguir lo propuesto, y sólo se consiguen aquellos objetivos que son realistas. Las cosas no suelen ser blancas o negras, hay que buscar las tonalidades grises, y suele haber más de una manera adecuada de hacer las cosas.

Además no hay que olvidar que los errores son parte de un aprendizaje, que ayudan a conseguir un mayor crecimiento tanto humano como profesional, que si se limita el tiempo empleado en alcanzar la perfección, se puede dedicar más tiempo al ocio y las actividades placenteras, y que se puede vivir sin la aprobación de los demás, pero es fundamental aceptarse primero a uno mismo.

El nuevo plan a proponerse es fijarse objetivos realistas y alcanzables, y aumentarlos poco a poco. También conviene observar la satisfacción obtenida en distintas actividades y valorar cómo se han realizado y concentrarse más en el proceso que en los resultados.

En simples palabras: dejar de querer ser perfectos, y empezar a ser felices.

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Los esclavos de la perfección no disfrutan de la vida, sólo transportan por el mundo el enorme peso de sus presiones tal como el mítico Atlas.

¿Sos una persona perfeccionista?

Tenés que analizar seriamente tus metas, si:

1. Siempre estás dispuesto a agradar al resto, incluso estás más pendiente de la mirada ajena que de la propia.

2. Sabés que buscar la perfección te hace daño, pero creés que es el precio que hay que pagar por el éxito: “sin dolor no hay ganancia” es el lema que prima en la mentalidad de quienes son perfeccionistas. Así, están dispuestos a hacer un gran esfuerzo para evitar ser mediocre o “del montón”, incluso si para ello deben regirse por normas que a ojos de los demás son poco razonables.

3. Te gusta dilatar: el perfeccionismo está muy relacionado con el miedo al fracaso. De esta manera, muchos perfeccionistas tienden a posponer tareas u obligaciones como una forma de anticiparse a la desaprobación de los demás.

4. Criticás a los otros: juzgar a los demás es un mecanismo de defensa muy común. Rechazamos en los otros lo que no podemos aceptar en nosotros mismos. Y los perfeccionistas son expertos en esto.

5. Apuntás siempre a lo grande: las personas perfeccionistas comúnmente se embarcan en los proyectos que seguro serán exitosos. Si no lo creen así, prefieren evitarlos, es decir, tienen aversión al riesgo. Asimismo, viven su vida con la regla del “todo o nada”: si se les mete una cosa en la cabeza, su ambición los pueden llevar a obtener por cualquier medio lo que desean.

6. Te cuesta abrirte hacia los demás: debido a su intenso miedo a equivocarse y ser rechazados, a quienes son perfeccionistas les es difícil verse expuestos o vulnerables. Por esta razón, evitan hablar de sus miedos personales, inseguridades o decepciones, incluso con sus más cercanos.

7. Llorás sobre la leche derramada, aunque sabés que no debés hacerlo: las personas que buscan la perfección tienden a obsesionarse con cada pequeño error, tienen terror al fracaso.

8. Tomás todo a modo personal: en lugar de sobreponerse a las dificultades y errores, éstos los vencen, haciéndoles pensar continuamente que ellos son el problema.

9. Te pones a la defensiva cuando te critican: es fácil detectar a una persona perfeccionista cuando en una conversación “saltan” a defenderse ante el más mínimo atisbo de crítica o amenaza.

10. Sentís que nunca es suficiente: los perfeccionistas tienden a tener el sentimiento constante de que algo les falta y que hagan lo que hagan no logran el éxito que desean.

11. Ser del “montón” te pone nervioso: quienes son perfeccionistas no aceptan estar dentro del promedio. Siempre quieren destacar por sobre el resto y ser considerados los mejores.

12. Disfrutás con los errores de los otros: cuando otra persona es la que se equivoca, los perfeccionistas sienten alivio e incluso placer.

13. Tenés un alma culposa: el perfeccionismo está muy relacionado con la depresión, la ansiedad, la vergüenza y la culpa. ¿La razón? Los perfeccionistas no son auténticos, no dejan que los otros los vean como realmente son, tienen una especie de escudo que les impide mostrar su vulnerabilidad.