Vamos por todo

La semana pasada abordamos (y nos fuimos) el problema del lavado de ropa en contextos de alta humedad y lluvias constantes. Ahora nos referimos a eso mismo pero con las prendas más grandes. Caza mayor: sábanas, toallas. Vamos por todo, vamos por todo.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Vamos por todo
 

El jueves salió el sol después de tres semanas de ausencia, aunque igualmente pronostican continuidad de lluvias hasta junio. El lavado más inmediato apunta por supuesto a aquella ropa indispensable y diaria: medias, calzoncillos, bombachas, corpiños, remeras ligeras, camisas, las prendas escolares... Uno entiende que, además, pueden secarse mediante los métodos artesanales que ya conocemos.

Pero hemos desarrollado tal grado de fastidio con el clima que cuando aparece algo parecido al sol, corremos al lavarropas, como quien va al quiosco de la esquina a buscar un porrón, justo antes de que cierre. Embutimos ropa ya sin la necesidad de agruparla por colores, sino por necesidad, que, se sabe, tiene cara de hereje. Y lavamos -lavados rápidos, medios tanques, un toquecito nomás para acelerar los tiempos- con la aprensión de espiar el cielo gris y rogar que no llueva por un rato. Así, sin pilotos, la piloteamos.

Pero en medio está toda esa ropa, un segundo escalón, un estadio superior, constituida por toallones, manteles, sábanas, jeans, buzos gruesos, pulóveres que son por definición más grandes, más pesados, y requieren más que un poco de tímido sol, una brisita de morondanga o la combinación de todos los métodos caseros de secado.

Son prendas jodidas: ¿donde colgás una sábana o dos o cuatro en tu casa? ¿Dónde metés los toallones gruesos y húmedos, chorreando agua por un buen rato? ¿Qué hacés con un jean medio seco y medio húmedo?

Ahí anda uno, esquivando húmedas cortinas de sábanas, aguantándose las lengüetadas de las toallas que hasta te peinan a la pasada.

Son prendas, también, que uno no lava todos los días, pueden aguantar un tiempo, una semana inclusive. Pero conforme se suceden los días grises, las sábanas vienen reclamando silenciosamente y a los gritos también que las cambies, que ya no aguantan más, que ya son un organismo vivo como vos y que hasta puede sostener una charla sobre los devastadores efectos de la humedad en el ambiente.

Cotidianamente no nos preocupa tanto que nuestro hijo se ensucie la ropa, porque eso es hasta sinónimo de juego, de actividad, de vitalidad. Uno lava y listo. Pero ahora, una sola mancha en el guardapolvo o en el uniforme, una mera gota de sopa o de chocolatada, es motivo de alta preocupación, reunión de los altos mandos hogareños (si son altos; si no, serán petisos mandos hogareños), determinación de la oportunidad o conveniencia del lavado, invitación al pánico, reproches...

Así que lo que antes era automático (o semi, según el lavarropas que uno posea), ahora requiere planificación y estrategia: el martes, se lava la sufrida sábana de abajo; el miércoles, la de arriba; el jueves las dos sábanas de la nena; el viernes le toca al Emi y así... En el medio uno puede mechar el buzo escolar, el jean preferido. Y ahí se estudia si marcha para el lavarropas un juego de toallas o aguantan dos días más...

Todavía te queda el tercer estadio de lavado para las fundamentalistas del lavarropas: cortinas, frazadas, cobertores. Periódicamente, en épocas normales, esas cosas van de a una, una vez por semestre o por año, o por temporada o por estación. Ahora, vemos a esa gente reprimiendo su profundo impulso higiénico que debe ser reemplazado por aerosoles, fragancias truchas de nosequemarino, o resignación lisa y llana.

Donde clavemos dos días de sol al hilo, vamos a meter en el lavarropas hasta las sillas y los mosaicos; así terminamos con esta racionalización obligada, con esta planificación de emergencia. Y nos vamos: arranca el centrifugado y yo estoy fugado en el centro. Un poco colgado.