Reflexiones

El ser y el tiempo

Por Alejandro Francisco Musacchio (*)

Exista un Dios o no, resulta innegable el sentido arbitrario de aquello que nos toca transitar en nuestro peregrinar por este mundo.

Los humanos somos. Somos porque pensamos a través de nuestra inteligencia. Eso nos diferencia de los animales, que están. Ellos son presente y acción constante, mientras que los hombres somos los únicos que tenemos la capacidad de ser auto-conscientes de nuestro existir en el aquí y el ahora, pudiendo reflexionar ante tal acontecimiento. ¿A qué debemos nuestra existencia? ¿Por qué nacimos en este cuerpo y no en otro? ¿Qué determinó que justo en una fecha tal por obra y gracia de la concepción gestada entre dos personas, nuestros padres, nosotros seamos una nueva vida en tales o cuales condiciones genéticas y materiales?

Son preguntas que tal vez llevaría más de una vida responderlas satisfactoriamente. O quizás no puedan ser respondidas, quién sabe. Los que creen en Dios, tienen en Él y en su Plan Divino la respuesta, pero aquellos que niegan o dudan de la existencia del Supremo gozan del derecho y la necesidad de continuar preguntándose hasta encontrar el sentido que satisfaga la incertidumbre del vivir. A lo mejor quienes viven la fe religiosa evidencian otro tipo de indagaciones relacionadas más con el móvil de la voluntad de Dios: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿con qué fin? Y la mayoría de las veces no hay una respuesta satisfactoria.

Exista un Dios o no, resulta innegable el sentido arbitrario de aquello que nos toca transitar en nuestro peregrinar por este mundo. Algunas cosas dependen de nuestras decisiones como el qué voy a vestir, comer, estudiar, mirar en la televisión, entre otras tantas actividades que dependen de nuestra libre elección. Pero otras tantas escapan a nosotros como el lugar donde nacemos, nuestros padres, la educación recibida, las posibilidades materiales, el jefe que nos toca, por nombrar algunas de las más conocidas. Y esa arbitrariedad es signo de que no somos completamente libres, ya que la libertad absoluta no parece tener lugar en la realidad. Siempre seremos prisioneros de nuestra situación existencial.

Y el tiempo también ejerce su cuota de tiranía. Los años pasan sin preguntarle ni pedirle permiso a nadie. También se detiene abruptamente para decretar el final de la película de la vida humana. Es una máquina que deja a su paso marcadas huellas en todo lo que hay. Ni siquiera el planeta en que vivimos, pese a su gran antigüedad, logra evadirse de esta máquina de muerte. Pero la gran incógnita es el hacia dónde vamos, porque todo tiempo lleva necesariamente hacia alguna parte. Si no seríamos presente inmóvil y constante. Y el presente actual no es el mismo que el que transitamos hace un minuto. Es otro.

Esa conciencia de nuestra existencia en un espacio y tiempo en movimiento constante es lo que nos permite angustiarnos. En realidad, la angustia es por la falta de respuesta a tantos interrogantes. Porque en el fondo sabemos que la muerte tiene la batalla ganada. Igualmente, tal cual lo dirá el filósofo José Pablo Feinmann, la grandiosidad del hombre está en las ganas de continuar viviendo pese a que sabe que algún día va a morir. Ese afán por continuar preguntándose acerca del sentido existencial y del significado de ese hecho que dictaminó su presencia en este mundo. Lo que angustia en realidad es el silencio. Nadie responde. Y el hombre sigue buscando.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Magíster en Integración y Cooperación Internacional. Autor de “Construyendo una Identidad: La integración regional de Santa Fe en el período 1983-2012” y “Política y Religión: La carencia de espacios de representación política genuina de los cristianos en la democracia argentina en el período 1954-2015”.

La gran incógnita es el hacia dónde vamos, porque todo tiempo lleva necesariamente hacia alguna parte. Si no seríamos presente inmóvil y constante.