Crónica política

¿Hasta cuándo vamos a hablar de Lázaro Báez?

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por Rogelio Alaniz

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Tal vez no les falte una pizca de razón a quienes insisten en que ya es hora de dejar de hablar de Lázaro Báez. En efecto, el señor Báez es un cajero, un operador o un muchacho de los mandados. Un país en serio no puede permitirse el lujo de cargar todas las culpas en un modesto cajero de banco que, como le suele ocurrir a ciertos hombres, soñó con ser multimillonario de la noche a la mañana y supuso que a ese objetivo lo podía hacer realidad de la mano de un aventurero político a quien se le podían retribuir los favores recibidos, levantándole, por ejemplo, un mausoleo, una estatua o alguna otra pichincha parecida.

Es verdad por lo tanto. Si se quiere ser serio y, como se dice en estos casos, hablar de realidades consistentes o ir a fondo, más que hablar de Báez es necesario hablar de los Kirchner, de Ella y Él, de los responsables de la más formidable maquinaria de saqueo que se haya construido en nuestra agitada vida política, que no fue precisamente un dechado de virtudes. Para ser más preciso y decir las cosas por su nombre, aludo a lo que en términos callejeros podríamos denominar como una banda, en términos jurídicos como una asociación ilícita y en términos políticos como un régimen cleptocrático.

Creo que no hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que jamás en su vida Lázaro Báez podría haber hecho lo que hizo sin el respaldo, el aval y la abierta complicidad de los Kirchner. Nadie compra medio millón de hectáreas de campo, novecientos autos o cuarenta mansiones sin una poderosa e influyente banca política. ¿Alguien puede dudar que esa banca política que sostuvo a Báez esta presidida por Ella y por Él?

Por supuesto, hay argumentos que defienden o por lo menos atenúan las culpas de la pareja santacruceña. Algunos son más elaborados, otros más indigentes, pero en todos los casos pretenden blanquear el saqueo. En esa línea, el argumento más eficaz es no hablar del tema. Los kirchneristas en ese sentido han realizado un curso acelerado de caradurismo, de mirar para otro lado o, con perdón de la palabra, de hacerse los pelotudos mediante el remanido recurso de cambiar de conversación.

Para Página 12, Báez no existe y Julio de Vido es una anécdota. Los llamados “progres” han desarrollado una insólita facultad para mirar para otro lado. Así y todo, como hasta el más malandra y el más alienado necesitan alguna autojustificación, algún “relato” que legitime sus actitudes, en el caso que nos ocupa el argumento preferido es que toda esta jarana de la corrupción es una cortina de humo, una maniobra de distracción de las grandes corporaciones para seguir explotado y hambreando al pueblo.

No concluye allí la retórica autojustificatoria. El señor Dante Gullo en su momento exclamó que ojalá hubiera en la Argentina muchos más Lázaro Báez. Expresado de manera vulgar y grosera (los peronistas en estos menesteres no suelen ser muy refinados) las palabras de Gullo son muy representativas de cierta “sensibilidad” populista favorable a la corrupción. Lo dijo con algo más de euforia y en otro momento uno de los adalides del populismo: antes robaban los antinacionales, pero ahora robamos los nacionales. A Al Capone o al Gordo Valor, para no irnos tan lejos, les hubiera encantado disponer de esta teoría para actuar en consecuencia.

¿Y para qué roban los nacionales? Para varias cosas, por supuesto, pero el motivo principal, el más justificado teóricamente, es el de constituir una burguesía nacional alternativa al tradicional régimen oligárquico. La coartada es maravillosa y hasta conmovedora. Los señores populistas roban con objetivos de soberanía y justicia social. Una maravilla. Gracias a la magia -¿o a la brujería?- populista la creación de una maquinaria destinada al saqueo poseería objetivos progresistas.

Por supuesto, también se roba para la corona. El invento del actual empresario José Luis Manzano ha hecho escuela y no nos debería sorprender que en algún momento este sabio aforismo se incorpore a la verdad veintiuna de la saga peronista. Robar para la corona. Un mandato que para los adalides del populismo es algo así como la razón de su vida. Báez roba para sostener el poder kirchnerista que, como se sabe, es liberador, justo y nacional.

Vamos a ser justos. Los Kirchner no inventaron la corrupción o la naturaleza de un régimen cleptocrático. No son tan creativos como algunos suponen. No inventaron la corrupción, pero la llevaron a su máxima expresión. El régimen menemista -¿es necesario decir peronista?- también fue una máquina de robar y corromper, pero los Kirchner dieron una formidable vuelta de tuerca a esta verdadera pulsión por robar y hacerse millonarios de la noche a la mañana.

Los Kirchner hicieron sus primeras armas en Santa Cruz. Con leyes de la dictadura en sus inicios y con el control de los resortes del poder a continuación. Acumulación originaria que le dicen. Entonces no había necesidad de posar de progresistas o perder el tiempo intentando corromper a los dirigentes de derechos humanos. Todavía no eran los líderes irredentos de la causa nacional y popular; se conformaban por el momento con ser abogados exitosos.

Cuando llegaron al poder nacional Ella y Él ya estaban preparados para los grandes emprendimientos. El mecanismo institucional destinado al saqueo estaba con sus principales líneas tendidas: jueces complacientes, políticos mercenarios y empresarios ambiciosos. La relación entre obra pública, gobernantes y empresarios adquirió tonos truculentos. A la obra pública los Kirchner sumaron el botín de la timba, las renegociaciones petroleras, las apropiaciones de empresas y las jugosas dádivas del narcotráfico.

Como se podrá apreciar, no se trata entonces de un corrupto suelto por acá y un cómplice distraído por allá. Estamos ante un verdadero régimen o un singular modo de acumulación fundado en el saqueo. El tumor está extendido por todo el sistema; no es una anécdota, un resfrío, un episodio menor. La corrupción kirchnerista fue más allá de la complaciente consigna “roban pero hacen” o la resignada actitud de “corruptos hubo siempre”. El orden corrupto montado por los K en la Argentina mata, hambrea, sostiene la ignorancia y abre las puertas al crimen.

Uno de los aciertos del actual gobierno fue haber captado los alcances de este peligro nacional y habilitar en consecuencia una discreta pero eficaz luz verde para que los jueces actúen por oportunismo, por miedo o por patriotismo, pero en una clara dirección a favor de la justicia. A nadie se le escapa que hay fuertes presiones e intereses motivados en reducir la investigación a un episodio menor. En primer lugar los operadores kirchneristas incluida su ala de “izquierda” transformados a partir de una lógica perversa en blanqueadores de quienes concibieron a la política como el arte o la faena de robar.

Pero también trabajan a favor de la impunidad muchos de los compañeros partidarios de los K, los mismos que hasta hace unos meses legitimaron el saqueo y ahora se oponen a que se investigue, con el mismo entusiasmo con que en 1983 se oponían a investigar el terrorismo de Estado. Es necesario decir, además, que trajinan a favor del silencio y el “no hagan olas” empresarios y políticos no peronistas que se favorecieron con la cleptocracia K.

Julio de Vido en ese sentido es una pieza clave. Fue el operador decisivo de los Kirchner, el hombre que concentró poder económico e institucional para operar con empresarios, políticos, jueces y gobernadores, particularmente los de las provincias mas pobres, al estilo Santiago del Estero y Formosa, provincias en las que un pueblo sometido y humillado permitió que desde el poder se tramen los negociados más escandalosos.

No hay que tenerle miedo a las palabras “mani pulite”. Tampoco atemorizarse ante el chantaje ejercido por quienes dicen que al mani pulite necesariamente le sucede un Berlusconi, porque, con las diferencias del caso, los Menem y los Kirchner expresaron el equivalente a un Berlusconi, con el agregado de un Bettino Craci y un Giulio Andreotti. Una vez más, en estos menesteres el peronismo dispone de la morbosa y maravillosa facultad de superarse a sí mismo.

Jamás en su vida Lázaro Báez podría haber hecho lo que hizo sin el respaldo, el aval y la abierta complicidad de los Kirchner.