El sueño de los héroes

Aspirar a un buen pasado

Por Julio Anselmi

Adolfo Bioy Casares escribió mucho sobre sí mismo y sobre su entorno. Había aprendido, sobre todo en la biografía del Dr. Johnson, de Boswell, que si se asumían como personajes de ficción o de sueño, la gente cercana y nuestra propia persona podían resultar un material inmejorable para practicar la escritura sin demasiados esfuerzos de imaginación.

Escribió sus memorias, contó acerca de sus ancestros, acerca de sus libros queridos, se regodeó con las anécdotas que en algún momento lo hubieran divertido. Escribió acerca de su relación con Jorge Luis Borges un libro enorme, por su tamaño y por su importancia literaria, un libro que sigue despertando polémicas. Hay quienes le reprochan haber reproducido sin autocensura la chismografía que diariamente los entretenía, y retratar crudamente las propias vanidades y las propias mezquindades. En ese libro Borges comenta: “Menospreciar a Moore o a Boswell por sus vanidades y pequeñeces es no entender que estos autores se ponían a sí mismos como personajes de comedia”. En verdad, esa sinceridad sin fisuras permitió al “Borges” y a toda la obra testimonial y documental de Bioy registrar hasta “aparentes nimiedades” como éstas:

“Mi padre (cuenta Bioy en 1959) habla de un abuelo de Candioti, el radical; decía ese hombre, que fue gobernador de Santa Fe, que jamás dormía y con eso el ojo siempre abierto, vigilante- tenía dominado a todo el mundo”.

O ésta: “Dice (Borges) que Guastavino le parece mejor músico que Piazzolla”.

O éstas: “Los adjetivos después del sustantivo cuelgan como flecos molestos”. Y: “Están las comas por todos lados en la página, como gusanitos negros y repugnantes”.

Y recoger no pocos chistes de nuestra historia: “En Gualeguaychú (cuenta Borges) encontré mucha gente contraria a Urquiza. Una vez, ante Urquiza, apareció una negra fea con un bastardo. ‘¿Y cuándo te voltié, negra fiera?’, preguntó Urquiza. ‘¿No se acuerda, mi general, la vez que me tapó la cara con el poncho?’”.

Sobre Bioy Casares y su esposa ya existía un libro memorable de Silvia Renée Arias, que recogía los testimonios de quien fuera durante cincuenta años empleada en la casa de “Los Bioy” (tal el título de ese libro), Jovita Iglesias. Ahora se presenta su tercer libro sobre del autor de “El sueño de los héroes: ‘Bioygrafía’”, editado por Tusquets.

Bioy confesó a su empleada Jovita Iglesias: “Tengo un defecto, Jovita, una debilidad muy grande. Me gustan tanto las mujeres que si a un palo de escoba la disfrazan de mujer, me iría detrás de ese palo de escoba”.

La relación con su esposa, la gran escritora Silvina Ocampo, fue, a decir poco, original. Ella era excéntrica y no muy sociable, aunque se comentan de sus varios romances, por ejemplo, con Alejandra Pizarnik. Pero los testimonios coinciden en que sufría enormemente las salidas y aventuras del marido. Cada noche lo esperaba impaciente junto a la puerta, y cuando oía el ascensor corría a sentarse al piano para disimular. Y esas esperas se prolongaron hasta el final de su vida. La enfermedad de Silvina fue larga y en 1993 Bioy viajó durante meses por España y Francia, y todas las mañanas y todas las tardes llamaba para saber el estado de su esposa. Ella desmejoró pero Marta (la hija de Bioy que Silvina había adoptado y adoró como a una propia hija) y la mucama Jovita decidieron no decir nada: “Si le comentamos a papá, él se muere allá”. Bioy regresó el 13 de diciembre; al otro día falleció Silvina. “Podría decirse que estaba esperándolo”.

En 1971, conversando con Borges sobre las incomodidades de los viajes, Bioy termina sentenciando que se viaja para después recordar, y convienen en que lo único a lo que un hombre puede aspirar es a un buen pasado. Al magnífico pasado que materializó en libros, Bioy sumó una vida digna de otros libros que hoy siguen escribiéndose. Falleció en 1999. Anota Arias: “La vida, que había sido para Bioy un film tan agradable que merecía ser eterno, llegaba a su fin, el telón iba a caer y nunca escribiría aquel poema: “Quisiera escribir un poema para despedirme del mundo; lo que dejaré: el olor a tostadas, la literatura inglesa, el sol de Niza, un diario y un banco en la Place Royale o en el Parc Beaumont de Pau”. Estaba muriéndose y, de haber podido, seguramente habría pedido disculpas por estar jorobando a la gente con algo tan desagradable”.

“Quisiera escribir un poema para despedirme del mundo; lo que dejaré: el olor a tostadas, la literatura inglesa, el sol de Niza, un diario y un banco en la Place Royale o en el Parc Beaumont de Pau”.