editorial

  • El gobierno reconoce que se vive “el peor momento” en materia social desde la asunción de Macri.

Crisis, sinceridad y expectativas

El jefe de Gabinete de la Nación, Marco Peña, reconoció en las últimas horas que la Argentina vive “el peor momento” en materia social desde que Mauricio Macri asumió la Presidencia.

Es verdad que no alcanza con reconocer la situación y que difícilmente esto sirva de consuelo para los que más están sufriendo. Sin embargo, también es cierto que resulta saludable que un funcionario como Peña describa la realidad con este grado de crudeza, certeza y sinceridad.

Sobre todo, después de tantos años en los que desde el poder central se trató de negar lo inocultable. En demasiadas ocasiones, con un desparpajo lacerante y ofensivo para el sentido común.

En definitiva, no transcurrió demasiado tiempo desde que un jefe de Gabinete dijera que la proporción de pobres en la Argentina era inferior a la de Alemania. O desde que una presidente planteara en estrados internacionales que la situación social en su país era comparable con la de los países más desarrollados del planeta.

Marcos Peña habló luego de que se difundieran los avances de un documento del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), en el que se resalta que “más de 10 millones de personas sufren problemas de empleo” en el país.

Pero eso no fue todo. Además, la Iglesia afirma que en lo que va del presente año se produjo un crecimiento de la pobreza que afecta no sólo a los trabajadores informales y desocupados, sino también a sectores de la clase media.

En realidad, se trata de situaciones que nadie en su sano juicio podría poner en duda. Con una inflación cercana al 20 por ciento en lo que va del año, resulta inevitable que la capacidad adquisitiva de la gente haya sufrido un fuerte impacto.

Quizá el gobierno haya equivocado en algunos casos la forma en que aplicó ciertas medidas. Sin embargo, cualquiera que niegue las implicancias de la nefasta herencia recibida, estaría incurriendo en niveles insostenibles de hipocresía.

Tanto es así, que el mismo Observatorio de la UCA reconoció que el gobierno recibió una “herencia de mucho peso”, con “desajustes estructurales”. Pero ante este contexto, advirtió que la situación puede agravarse “si hay un error de diagnóstico o una equivocación en la elección de políticas”.

El margen para equivocaciones es tan delgado que se corre el riesgo de que rápidamente miles de familias a lo largo y ancho del país pasen a engrosar las estadísticas de pobreza e indigencia.

Durante las últimas semanas, gran parte de la dirigencia política perdió un tiempo valioso al enfocar sus energías en una discusión tan estéril como la frustrada ley de doble indemnización. En realidad, muchos de quienes lo hicieron sólo se prestaron a un vano juego de luchas de poder.

No se equivoca el gobierno cuando plantea la necesidad imperiosa de que el país deje atrás este proceso de estancamiento y retracción de la economía, para dar paso a un nuevo tiempo virtuoso de crecimiento. Sólo así será posible garantizar y multiplicar los puestos de trabajo.

Según encuestas de la consultora Management & Fit, a pesar de los evidentes problemas del país, alrededor del 38% de las personas consultadas expresa cierto optimismo con relación al futuro cercano.

Si bien esto no alcanza para evitar los padecimientos actuales, resulta promisorio. Las expectativas de la población representan un factor esencial para cualquier posibilidad de crecimiento.

Alrededor del 38 por ciento de las personas consultadas expresa cierto optimismo con relación al futuro cercano.