Tribuna de opinión

Sobre la revolución y el ser nacional

Por Alejandro Francisco Musacchio (*)

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Bien se sabe que la Revolución de Mayo de 1810 implicó el surgimiento del primer gobierno patrio en lo que hoy es el territorio geográfico de la República Argentina. Los líderes políticos de aquel tiempo se negaban a continuar bajo el mandato de la Corona de España, que en ese entonces se encontraba usurpada por Napoleón Bonaparte, de Francia. Pero si se centra la mirada en la palabra “revolución”, ello implica una ruptura con el orden preestablecido para dar lugar a otra cosa diferente. ¿Y qué es lo diferente?

Todo se enmarca en Europa como faro de “iluminación” del mundo. Aquí llegaron primero los españoles imponiendo su orden colonial, que duró poco más de tres siglos. Y luego, hay que decirlo, surgieron los revolucionarios respondiendo también a una filosofía europea: la devenida de la Revolución Francesa con su ideario laicista y liberal frente al orden monárquico religioso propio de los reyes europeos. Ni qué hablar del capitalismo inglés que ambicionaba hacerse con el libre comercio de toda la vasta región bajo influencia española. Cambió la forma pero se mantuvo la esencia.

No puede pensarse una Argentina sin influencia europea. Todo proviene sencillamente del Viejo Continente. Culminó la pertenencia al imperio español para quedar abiertos al liberalismo anglo-francés, de gran peso a la hora de pensar la nueva nación emergente. Por ello resulta un ejercicio saludable el reflexionar acerca de si alguna vez fue o será posible un pensar filosófico auténticamente local, ya que el sentir nacional siempre estará influido por Europa, visto el carácter de Argentina como hija innegable. Fueron tan europeos quienes colonizaron estas tierras como quienes la declararon independiente. Y, años más tarde, la política inmigratoria llevada a cabo por las sucesivas administraciones será mayoritariamente cimentada en hombres venidos del otro lado del océano Atlántico.

Existe una común tentación de muchos de considerar a los pueblos originarios como Argentina en un sentido subjetivo pleno. Se trata de un error ya que se carecería del elemento europeo necesario para entender la cultura, el devenir de nuestra historia y lo que somos. Fueron parte indudable, pero de ningún modo lo son todo. Las civilizaciones precolombinas se disputaban entre sí el dominio territorial sin conciencia de pertenencia a una nación, constituyéndose además -según una serie de estudios antropológicos- en descendientes de pueblos asiáticos que permanecieron varados en lo que hoy es América. La llegada del europeo fue vital para comenzar a tejer una identidad nacional que se irá moldeando con el paso del tiempo.

Figuras de la talla de Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Julio Argentino Roca y Juan Domingo Perón, por citar algunos de los más importantes, se configuraron como artífices de líneas de pensamiento filosófico que pretendieron articular un ser nacional, y siempre lo hicieron con un ojo puesto en Europa. Siguiendo con los ejemplos mencionados, Sarmiento y Alberdi estaban de acuerdo en poblar la Argentina con inmigrantes europeos, que sentaran las bases para el desarrollo del país; y en cuanto a Roca, resultaba indudable su admiración por Gran Bretaña y su Revolución Industrial, mientras que Perón apreciaba determinadas características del fascismo italiano.

Sin ir más lejos, la actual cultura progresista moderna de la cual todos los políticos argentinos dicen ser parte, tiene sus orígenes en los postulados la Escuela de Frankfurt (Alemania) y su teoría crítica, que apela a la desarticulación de conceptos tradicionales como la familia, la autoridad y la moral, entre otros, que se encuentran basados en la fuerte tradición cristiana heredada de los colonizadores. Y el cambio proviene de otra visión europea como lo es el progresismo.

El ser argentino necesariamente está ligado a Europa como faro iluminador que genera una conciencia propia del aquí y el ahora. Antes era el cristianismo, luego el liberalismo laico, constituyéndose como guía aquel lugar del que siempre hemos querido visualizarnos como independientes, pero con el que finalmente mantenemos un estrecho vínculo de hijos que siempre terminarán por escuchar lo que su padre tiene para decir.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Magíster en Integración y Cooperación Internacional. Autor de “Construyendo una Identidad: La integración regional de Santa Fe en el período 1983-2012” y “Política y Religión: La carencia de espacios de representación política genuina de los cristianos en la democracia argentina en el período 1954-2015”.