Es el sector del Club Caza y Pesca

Tras cinco meses de crecida, cómo es la vuelta a casa en Colastiné Sur

Hasta el mes pasado unas 10 familias resistieron en casas lacustres, sin luz y sitiadas por el agua. Ahora la situación se va normalizando. Lo difícil del retorno y el drama como aprendizaje.

Tras cinco meses de crecida, cómo es la vuelta a casa en Colastiné Sur

A limpiar. Un vecino lleva lavandina para recuperar su casa una vez que bajó el agua.

Fotos: Gentileza ONG Proyecto Jóvenes en Acción

 

Luciano Andreychuk

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Twitter: @landreychuk

Encorvado sobre la chata Ford modelo vaya uno a saber qué año, Cacique puso a andar el pasamanos. “Cacique” es don Osmar Arredondo pero según su DNI nomás, porque nunca jamás nadie lo llamó por su nombre. Se activó la rueda de brazos para descargar botellas de lavandina, bidones de agua, bultos con mantas. Una ONG había llevado donaciones.

Fito se acodó sobre la mesa para anotar en una planilla cada producto donado que retirarían rato despúes los vecinos. La repartija tenía que ser organizada, porque hay que limpiar y rasquetear las casas que estuvieron tapadas por el agua durante cinco meses. La leptospirosis es el temor latente y los vecinos lo saben porque ya están curtidos, curados de espanto.

Patricia habilitó un mate bien caliente y bien amargo, que son los mates más fraternos aunque no lo aparenten -porque la yerba raspa el garguero un poco- pero es la que hace todo un poco más tolerable y humano (los aditivos nos artificializan.) Hora 17, frío húmedo, ése que si no te enferma y te tira a cama, al menos se te mete hasta el núcleo del hueso.

El pasamanos siguió su rueda solidaria, Cacique y su boina marrón erguido como un semidios costero sobre la chata medio oxidada, y los vecinos ya venían en pequeñas porciones de procesión para retirar algún artículo. Y se volvían a sus casas a pelear contra la humedad.

En Colastiné Sur, sector Club Caza y Pesca, residen unas 50 familias. Otras 50 tienen viviendas pero no viven ahí: las alquilan como residencias. Cuando la crecida apretó el cogote , muchas se fueron. Unas 30 resistían a finales de diciembre y todo enero. Y unas diez familias aguantaron, como en una Venecia dramática, sobreviviendo sobre las plantas altas de sus casas lacustres, ahí amuchados, junto a la compañía de sus perros.

Sin luz eléctrica durante todo el día (apenas prendían un rato un generador para calentar agua), a veces sin señal de celular, usaban botes y piraguas para salir en el día, para juntar la moneda con la pesca, las changas, o algún otro laburito.

Volvían cada vez y el agua, siempre el agua; ya le conocían el ritmo. Que bajó un centímetro, que está igual que ayer, que subió tres, la pucha. La métrica horaria del agua era directamente proporcional a sus ansiedades, sus angustias, sus tribulaciones. Los que se quedaron en el sector no inundado le llevaban ayuda, siempre.

Hacia adentro

Para entrar al barrio (siempre caminando) hay que pedir permiso y pegar un saltito a una valla improvisada con una piola de la que cuelga un cartel improvisado en una hoja A4 a la que cargaron de tinta: “Camino anegado. Colabore”. En rigor, el camino está anegado. Tiene una parte seca y otra que es un lodazal. “Bendito sol que tenés que salir para secar, che”, clama Alejandra mirando hacia arriba.

Ya en lo profundo se ve lo más parecido a una devastación. Allí dominó el río durante cinco meses, ese amigo que se volvió de repente tan destructivo como cualquier otro evento natural. Chapas de una casilla retorcidas como por una mano brutal que aprieta una lata de metal, las casas oscurecidas, marcadas por la impunidad del barro. Más allá, una heladera marca Longvie que flotó seis meses, moribunda y hundida en el lodo. El patio de una casa grande sitiado por un banco de camalotes.

Alimañas y víboras. La gente anda con guantes y botas. Al remover los camalotes, el riesgo de que ataque un bicho siempre está. Y más barro. No es barro tal vez, como dice la canción. Es el barro de la certeza, el barro real, el registro testimonial de lo que allí ocurrió, el paisaje cromático o la coloratura combinada con el verde invasivo de los camalotes, el gris ennegrecido de las casas, la palidez lánguida de los rostros.

Catástrofe

“De río tuvimos 6,60 metros acá. Nos desplazábamos en lanchas o piraguas, y a la comida había que ir a buscarla a tierra. Hubo colaboración entre todos. Ahora armamos un grupo de Whatsapp entre 60 vecinos, y eso está ayudando a la organización”, cuenta a El Litoral Adolfo Rodríguez.

El hombre dice que la ayuda, aunque “medio escasa”, llegó desde muchos sectores. “Pero nos duele que la Municipalidad no nos reconoce como barrio, porque éste es un lugar inundable. Si queríamos asistencia, debíamos ir a los módulos en el centro de evacuados del municipio” que está al otro lado de la ruta, a la vera de la calle de entrada a Colastiné Sur.

“Pero todos nosotros tenemos viviendas lacustres (también conocidas como palafitos, casas alteadas, apoyadas en pilares de madera o columnas de hormigón para soportar crecidas). Yo como otros me quedé a cuidar mi casa, viviendo arriba, y a cuidar las quintas que es mi trabajo. Uno eligió esto como un estilo de vida”, dice Adolfo, sin dudar un segundo.

“Cacique” interrumpe para decir que hubo momentos muy críticos. “Esto fue una catástrofe. Ocurrió que con el temporal (del 19 de febrero), tuvimos mucho miedo”. Él se quedó en su rancho -en tierra- pero ayudaba todo el tiempo a las familias que no se movieron de sus casas. “Fue jodido esto de vivir siempre rodeado por el agua y debiendo estar cerca de alguna embarcación por si pasaba algo”, recordó.

Y otra vez, el sentido de la resiliencia humana ante la adversidad. “Ya estamos otra vez en la lucha, en la diaria”, asegura Rodríguez. “No nos detenemos en lo que pasó. Habrá que reconstruir casas, hay muchos árboles caídos. Pero es la parte que nos toca porque nosotros elegimos vivir aquí. Hace seis meses que estamos sin luz, y aunque estemos con generador, te vas adaptando”.

El lugareño está convencido de que esta experiencia traumática de la crecida fue un aprendizaje. “Nos dio fuerzas. Ahora bajó el agua, estamos tranquilos pero hay que seguir, reconstruir y ponerse de pie de nuevo. Acá no te podés caer ni quedarte en el sufrimiento”, enfatiza. Es el fundamento basal del concepto de resiliencia. El bastión de la resistencia nunca cayó.

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"“Fue jodido esto de vivir siempre rodeado por el agua y debiendo estar cerca de alguna embarcación por si pasaba algo”.

Osmar “Cacique” Arredondo

Vecino de Colastiné Sur