Los 90 minutos más exigentes de una generación que no quiere ser “maldita”

Si hay justicia, Argentina debe ser el campeón del torneo porque ha sido el mejor. Pero en un país exitista, perder la tercera final sería terrible. El mérito de llegar es único y fantástico, pero quedarse otra vez con nada sería frustrante.


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“Los 4 fantásticos”. Aunque es casi imposible reunirlos en la cancha, Messi, Di María, Higuaín y Agüero son la muestra cabal de una generación de excelencia en cuanto a la ofensiva. Martino le agregó la seguridad defensiva con una última línea consolidada. Foto: Archivo El Litoral

 

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Nueva York, EE.UU.)

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Ya lo escribí en alguna oportunidad y viene como anillo al dedo esta entrevista que le hacía al “Pibe” Valderrama en Houston, cuando él habla específicamente de la ingratitud argentina hacia Messi. El nuestro es un país en donde el exitismo nos tapa todo, obnubila y desecha cualquier construcción que no tenga como objetivo único el de la victoria. Esa “argentinidad al palo” se mantiene viva en protagonistas que hace mucho tiempo viven fuera del país y ya son ciudadanos del mundo, como Diego Simeone por ejemplo. Y ese sentimiento del Cholo, el de haber “fracasado” por perder dos finales, es el que muchos argentinos sienten cuando se llega a una instancia como ésta y no se logra la victoria.

Frases como “las finales no se juegan, se ganan”, o “ganar no es lo más importante, es lo único”, pertenecen casi a modo de exclusividad al manual del argentino a la hora de hablar de deportes y mucho más de fútbol. No importa el cómo, sino que importa ganar. Así lo sentimos en nuestro país.

Esta generación de futbolistas ha conseguido, en los últimos tres años, llegar a tres finales. Dos observaciones al respecto: 1) mérito a nivel mundial; 2) casi imposible de igualar porque es muy difícil que se vuelva a tener en el futuro tres torneos tan importantes en la misma cantidad de años (se hizo esta excepción por ser la copa del centenario).

La pregunta que muchos (o todos) nos hacemos es: ¿y si el domingo volvemos a perder una final? Ante todo, una observación y opinión al respecto: cuando un equipo logra funcionar como lo ha conseguido Argentina, el destino final no puede ser otro que el de la victoria. Soy de los que está convencido de que jugando como lo viene haciendo (sobre todo en el partido con Estados Unidos), es casi imposible que podamos perder la final. Sino, el fútbol sería siempre una caja de sorpresas y no habría nunca lógica. Y creo en la justicia de los campeones y en los méritos de los campeones. Un equipo llega a campeón cargando, previamente, un cúmulo de justificativos, méritos y desarrollo que no se pueden ignorar. Esto es el “cómo”, que es tan importante como el “qué”. Argentina no ganó la final, todavía no es el campeón, pero sabe cómo conseguirlo. Sólo hay que demostrarlo una vez más adentro de la cancha, como ya lo hizo en todos los otros partidos jugados hasta ahora.

La cuestión es si se pierde. Razonemos. ¿Es o no es, el argentino, un plantel de ganadores?, ninguna duda. Messi tiene 30 títulos en su carrera, Mascherano 21, Di María 14, Higuaín 8 y así podemos seguir con la larga lista. Todos —o casi todos— tienen un título de campeón. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Messi con sus 55 goles que constituyen un récord, pudieron dar la vuelta todavía con la selección. Y colocaron la vara bien arriba con los otros dos torneos (el Mundial de Brasil y la Copa América del año pasado). ¿Se considerará un fracaso si se pierde el domingo? A priori, parece una exageración y otro despropósito producto de esa locura resultadista que nos invade. Pero es real que la gran presión, la indudable exigencia, la mayúscula responsabilidad, la tiene Argentina en el partido y la tienen estos jugadores.

Seguramente no faltará el que los tildará, si ocurre, de “generación maldita” por perder tres finales. Probablemente traiga algunas consecuencias (o no). Dependerá también de qué ocurre en el partido. Cuando perdimos con los alemanes en el Mundial, los jugadores fueron recibidos agradecidamente como “héroes” por una multitud y se sacaron la foto con la presidente. El año pasado, la sensación fue de decepción. ¿Y si pasa lo mismo este año?, ¿cómo se lo tomará?

Pensando y analizando —sobre todo esto último— en positivo, hay cuestiones a priori que nos favorecen: 1) Argentina demostró ser el mejor equipo del torneo; 2) el rendimiento fue en alza y no tuvo fisuras graves ni altibajos (no pasó lo mismo el año pasado, por ejemplo, donde realmente se jugó muy bien el día de la goleada a los paraguayos en Concepción); 3) a los chilenos le ganamos dos veces en lo que va del año, y bien.

Otro aspecto muy positivo es que el clima es bueno. “¿Vos lo viste a Messi?, ¡hasta se ríe en la cancha! Lo veo muy bien, quizás como nunca. Está alegre este pibe”, me decía el otro día Luis Yorlano, el colega rosarino, mientras esperábamos bajo la lluvia la apertura del centro de acreditaciones en el estadio de Houston. No sólo el clima se manifiesta en la alegría, sino que se construye y demuestra a partir de la generación de objetivos claros y en la predisposición de todos a empujar hacia adelante. Ellos deben ser los primeros en darse cuenta de todo esto que se está expresando en estas líneas y no quieren quedar como perdedores, siendo individualmente tan ganadores. Basta nomás con repasar las opiniones de Messi después de los partidos y la de todos sus compañeros. La sensación es que esta vez no se puede escapar. Y hasta ahora hicieron todo para que el final sea el anhelado.

En esta clase de torneos, tener una mala tarde o noche, perder y quedarse con las manos vacías, es una posibilidad. Pero la historia de esta misma clase de torneos, está colmada de buenos ejemplos, en el sentido de que los que realmente hicieron bien las cosas y demostraron ser los mejores, se llevaron el premio. Pudieron existir algunas excepciones, como en los tiempos más modernos podemos direccionarla hacia aquella Naranja Mecánica de Holanda, perdedora de dos finales de mundiales. Pero la regla general es que ganó el mejor y fue campeón el mejor. Y el mejor equipo del torneo es Argentina. Pensemos en positivo y esperemos que se haga justicia.

DIARIO DE VIAJE XI

 Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Estados Unidos)

Al principio, era un sobresalto tras otro. Después, uno se acostumbra. En Estados Unidos, ante cualquier llamado al 911 por el motivo que fuere, se activa la alarma no sólo para la policía sino también para la ambulancia y los bomberos. Entonces, puede pasar que una persona se cae y se lesiona, que enseguida aparecen todos en escena: policía, médicos con la ambulancia y los bomberos. Imagínese. Uno se pone en la piel de estos últimos. En la gran mayoría de los casos, la movilización es totalmente inútil.

Por eso, el ulular de las sirenas se transforma en un sonido tan desagradable como natural para los oídos del habitante común o el ocasional. Y quienes manejan, deben tener también todos los sentidos activados para permitirles el paso. En Argentina pasa lo mismo, pero muchísimo más esporádicamente que aquí, donde ya se transforma en una habitualidad.

¡La cara de los bomberos cuando llegan a destino y se dan cuenta de que, a lo sumo, tienen que apagar alguna colilla de cigarrillo que recién tiraron y quedó prendida! Pero es así. Y deben tener sus motivos.