Alrededor del tomate

Alrededor del tomate
 

Ir al súper o a la verdulería a comprar un kilo de tomates requiere por estos días de, por lo menos, un custodio grandote, una fortuna para gastar y espaldas para recibir las miradas de envidia de toda la concurrencia. Yo ya sé para qué lado se va esta nota...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

¿Pero ustedes vieron, mis chiquitos y chiquitas que el precio del kilo de tomate va desde cuarenta a setenta mangos como si nada? El tomate, omnipresente en cualquier ensalada básica argentina, es ahora un artículo de lujo. Dan ganas de comprar un tomate (uno solo), pasarle laca o barniz para darle realce y protección, ponerlo en algún pedestal o algo que engarce semejante joya y exhibirlo en el centro del living, en la entrada de la casa, para que los visitantes vean que no entraron a un rancho o a una tapera.

Además de buscar innovaciones para la ensalada de todos los días (o para la salsa), uno puede plantarse igualmente, a lo guapo, en medio de la verdulería y decir bien alto: “dame un kilo de tomate; me la aguanto, y qué”. La misma prepotencia y jactancia del que pide en un acto de arrojo (arrojo el sueldo): “lléneme el tanque”.

Desde luego, no se trata sólo del tomate: hay varias verduras y frutas que ya sea estacionalmente o de modo extraordinario o ambos de golpe se van a las nubes. Un kilo de papa (igual que el tomate: la americana, popular y democrática papa) está arriba de diez pesos; un morrón rojo vale treinta mangos...

En nuestra zona se explica la cuestión por la emergencia hídrica que afectó cultivos de modo dramático y entonces, pura ley de oferta y demanda, no hay determinados productos en la cantidad habitual. Otros te explican que el tomate viene de Salta, de Kuala Lumpur, de Timbuctú; la papa de Balcarce o de Tenochtitlán... Lo que se hace en esos casos, lo que yo hago al menos, es no comprar hasta que se normalice la situación. Compro lo que veo que está en precio o es razonable. Desde luego, el vino o el porrón no se negocian porque siempre están en precio...

Pasando a otro plano, habría que indagar también la relación verdurocorporal: por qué decimos “qué cara está la papa” (para llamar la atención sobre la cara de un compañero de trabajo, por ejemplo); “rojo como un tomate” (si uno tomó sol o se ha ruborizado) o “te hicieron la pera” si te dejaron plantado. Preguntas insondables que no tienen respuesta...

Otro dicho relacionado con el tomate, muy conocido, es: “agarró para el lado de los tomates”, para decir que alguien se desvió mucho, se mandó mal, hizo algo inesperado. Mah sí: yo doy mi versión de los hechos o los deshechos y que se pudra todo. Vamos a hablar del tomate, porque comerlo por estos días no parece posible.

Agarrar para el lado de los tomates es, quizás, ir hacia la quinta, allá atrás, fuera del camino habitual, fuera de la vereda y de la calle. Es irse hacia otro lado. Otros sostienen que, antes, el tomate se sembraba aparte de otras verduras porque podía contraer pestes y contagiar al resto. Y por último, hay quienes dicen que el tomate mismo agarra para cualquier lado porque los gajos o ramas de esta planta realmente son sinuosos o toman recorridos inesperados si no están contenidos o enrejados. Y otros más se refieren encima a la condición del tomate como verdura o fruta. En cualquiera de los casos, agarrar para el lado de los tomates es pifiarla feo, interpretar mal, ver connotaciones inexistentes, errar el camino.

El tomate también se aplica para los amigos de las libaciones en el famoso (cuac) tomate una, tomate otra, tomate otra más. Al final el tipo queda en pedo, tirado, por culpa del tomate.

Días aciagos en que la gente anda errando para el lado del tomate a la hora de preparar la clásica ensalada mixta para acompañar la milanga, el bife, la costeleta o el asado, todos ellos artículos de lujo que mal se reemplazan con guisos, pastas o pizzas o lo que se pueda. Ya me fui para cualquier lado, obviamente. Si no te gustó el artículo, literalmente, tomátela.