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La religión y los médicos

El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar una nueva y excelente versión de “La religión de un médico”, que Thomas Browne escribió y publicó en 1643.

Textos. Enrique Butti.

 

Thomas Browne nació en Londres en 1605, en el seno de una familia devota y próspera. En 1613 su padre falleció y la paz se vio interrumpida por el nuevo casamiento de su madre con un hombre poco prudente que dilapidó los bienes familiares. Thomas sin embargo pudo estudiar, y ya a los 18 años era un humanista integral, hábil en retórica, en griego y en latín (posteriormente conocería el francés, el italiano y el español). Se especializó en medicina estudiando en las más célebres universidades de Europa. En 1643 publicó su “Religio Medici”: “La religión de un médico”.

Los avances de la medicina no eran bien vistos bajo la óptica religiosa que consideraba los experimentos y estudios como instigados por la curiosidad, ese vicio que había provocado el pecado original y el destierro del Edén. En el siglo XIV, recordemos, había empezado a difundirse la práctica de diseccionar cuerpos humanos; en 1543 Andreas Vesalio había presentado su “De humani corporis fabrica”, resultado de su largo examen de cadáveres, y en 1628, William Harvey su estudio sobre el sistema circulatorio humano (Browne sentenció que ese descubrimiento de Harvey era más importante que el de Cristóbal Colón).

Thomas Browne adhiere a esta corriente de investigaciones y estudios, pero siempre con la convicción de que la providencia divina es la base de la ciencia. De ahí que escriba este libro, “La religión de un médico”, del que Fondo de Cultura Económica acaba de publicar una excelente versión. El médico parece ser destinado a desterrar las supersticiones. Pero Browne no las reprueba en materia religiosa, y ante los practicantes de otras creencias no es acometido por el desprecio sino por la compasión y aún por la unión: “mientras ellos dirigían sus devociones, yo las mías a Dios y de ese modo rectificaba los yerros en sus oraciones, encauzando las mías en forma correcta”. Pertenecía a la Iglesia reformada de Inglaterra, pero su tolerancia frente a las imágenes, procesiones y ritos hizo que a veces lo acusaran de ser un católico disfrazado.

Como dice Borges, en una época de fanatismo religioso y de guerra civil, este médico escritor representó ese insólito tipo, el hombre tolerante. En efecto, escribe Browne: “No podría nunca apartarme de ningún hombre por causa de una diferencia de opinión, o enfadarme porque sus juicios no coinciden con los míos en cosas en las que yo mismo podría estar en desacuerdo pocos días más tarde”. No le gustaba disputar y sostenía que la polémica no estaba hecha para todos, porque si uno no es capaz de argumentar debidamente puede dar pie a que la victoria sea del error y terminar como “trofeo de los enemigos de la verdad”.

La fe se prueba en los misterios más complejos, sostiene Browne, y se alegra de no haber asistido a los milagros de Cristo o a la apertura del mar Rojo, porque entonces “la fe me habría sido impuesta”. Prefiere pensar como Tertuliano: “Y sepultado resucitó; es cierto porque es imposible”. Y agrega: “Cuando no puedo satisfacer mi razón, amo cultivar la imaginación”. Pero pide a Dios: “Enséñame a volar hacia el cielo,/ mas siempre a descender, al acercarme al sol”.

El médico termina confesando su impotencia ante los misterios del cuerpo y del alma: “Somos hombres y no sabemos cómo hay algo en nosotros que puede existir fuera de nosotros, y seguirá existiendo después de nosotros, aunque sea extraño que no tenga una historia de lo que era antes que nosotros, ni pueda decir de qué manera entró en nosotros”. Y medita largamente ante estos versos de Lucano: “Todos nos engañamos en vano buscando el camino/ de la felicidad en la extensión de los días,/ pues astutamente para hacernos prolongar este aliento/ los dioses ocultan la felicidad de la muerte”.

Nuestro Borges le dedicó un ensayo y un soneto titulado precisamente “Religio Medici, 1643”, que en su tramo central dice: “Defiéndeme, Señor, del impaciente/ apetito de ser mármol y olvido;/ Defiéndeme de ser el que ya he sido/ El que ya he sido irreparablemente”.

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