EL INCIDENTE LITERARIO

El círculo del doble

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Recorriendo las calles de Santa Fe, tenemos actualizado el mito del doble en la novela de Saer, “Cicatrices”.

Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago de Luca

¿El culto a la proyección de la propia sombra? ¿División del yo y de la identidad? ¿Asombro sobre el desdoblamiento, los parecidos y los gemelos? ¿Deseo de que la bilocalización (estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo) sea posible? Todas las hipótesis, especulaciones y teorías tienen su parte de verdad. Y a todas se les escapa algo. El doble no se deja atrapar fácilmente. Algo hay de eterno en la idea de que una persona igual que uno, o, aún más perturbador, ligeramente diferente, anda en algún lugar de la Tierra viviendo nuestra vida, casi nuestra vida con pequeños cambios. A lo largo de la historia, los escritores han soñado una y otra vez la trama de un posible encuentro con “eso” que es lo mismo, la unicidad duplicada, y que es diferente que el “yo”. Prácticamente, siempre el encuentro con el doble, que por algo suele estar velado, entraña catástrofes o la propia muerte. Mucho tiempo después que la literatura lo intuyera, la física cuántica viene a corroborar, de alguna manera, lo que los escritores habían imaginado con el tercer ojo de la ficción, al postular el concepto de antimateria. El contacto entre la materia y la materia produce la destrucción de ambas. Cada partícula tendría su antipartícula, con las mismas características pero con la carga eléctrica opuesta. La física actual parece estar escrita por poetas. Por algo, los físicos son los nuevos filósofos, aquellos que retomaron las preguntas griegas sobre el universo, su origen y su devenir.

Para referirse al doble que nos acecha, la lengua alemana ha utilizado la palabra (hoy usada por la crítica) doppelgánger. Por un lado, tenemos el término doppel (doble) y, por otro lado, el sufijo gänger (andador) relacionado con el verbo inglés to go, lo que da la idea de aquel que va con nosotros. Probablemente, la lengua alemana codificó el asombro que produce la sombra que nos reproduce y nos sigue. Pero muchísimo tiempo antes, en el antiguo Egipto ya se intuía al doble a través del culto al Ka, uno de los componentes de la esencia humana según la cosmovisión egipcia. El ka era una especie de doble del Faraón. De hecho, hay faraones que tuvieron pirámides para su cuerpo y otras para su “ka”. En todo caso, el ka era un doble espiritual y no tenía un sentido negativo. Esa resignificación vino luego, con los siglos, y el doble pasó a ser algo amenazador, que nos venía a buscar para llevarnos. Tal vez por esta razón, en inglés se lo puede denominar con una palabra de origen escocés, fetch (ir por, traer a). Pero como asunto exclusivamente literario, fue a partir de la novela “Los elixires del diablo” (1815) de Hoffmann que se estableció como clásico el tema del doble. Aunque lejos de la materialidad de la física de la partícula y la antipartícula, el lector tiene la sospecha que el monje Medardo sufre de “separaciones” psicológicas de su propio yo en la novela de Hoffmann.

Sin embargo, cerca, muy cerca, recorriendo las calles de Santa Fe, tenemos actualizado el mito del doble en la novela de Saer, “Cicatrices”. Acá no tendríamos una separación psicológica del yo, sino un encuentro eléctrico y explosivo entre uno y su duplicación caminante. En la primera parte, el personaje Ángel se va encontrando progresivamente con su doble, a la vez que se va acercando a una comprensión dolorosa, de esas que dejan cicatrices en el rostro. Primero confiesa que imaginó a su doble moviéndose en un círculo limitado, como era el círculo en el que el personaje también se movía. Pero círculos, si las cosas no van muy mal, destinados a estar separados. “De una sola cosa estaba seguro: nuestros espacios -vuestros círculos- eran cerrados y sólo se tocaban por accidente”. Y al final, se produce el encuentro, revelador del sentido (justo cuando se entera que su madre sale con su amigo Tomatis): “Venía tan derecho hacia mí que nos detuvimos a medio metro de distancia, exactamente bajo el foco de la esquina. Traté de no mirarle la cara, porque me pareció saber de antemano de quién se trataba. Por fin alcé la cabeza y clavé la mirada en su rostro. Vi mi propio rostro”. “Cualquiera hubiese sido su círculo, el espacio a él destinado a través del cual su conciencia pasaba como una luz errabunda y titilante, no difería tanto del mío como para impedirle llegar a un punto en el cual no podía alzar a la llovizna de mayo más que una cara empavorecida, llena de esas cicatrices tempranas que dejan las primeras heridas de la comprensión y la extrañeza”. Si el doble carga con nuestro cuerpo, también cargará con nuestra memoria, con la lucidez que deja cicatrices. Y, como dos partículas gemelas, cuando una muera la otra también se desintegrará. Vamos unidos a nosotros mismos.