Hoy se cumple un año del accidente que le costó la vida...

Diego Barisone está vivo

Dejó un vacío imposible de llenar, pero su recuerdo está siempre vigente en su familia, en sus amigos y en todo el ambiente del fútbol.

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Foto: Facundo Maggiolo

 

Enrique Cruz (h)

“Muchachos, parece que hubo un accidente en la autopista y falleció Diego Barisone”. Pasó un año y nunca olvidaré aquel rostro pálido, casi desfigurado y con la agitación propia de una noticia impactante, de Federico Duchett, compañero de trabajo en radio. Era las 7 y cuarto o 7 y media de la mañana. Lo primero que se me ocurrió, fue llamar al celular del propio Diego. Me negaba a que sea verdad. Obviamente, apagado. Enseguida al del padre, Gerardo, con quien me une una muy buena relación de años, forjada a través de tanto tiempo de trajinar, él en Unión y ocupando distintos cargos y funciones, y uno desde el periodismo, claro. También apagado.

La pudimos confirmar a través de la policía de Coronda. Y a partir de ese momento ya nada fue igual. No lo podíamos creer. Un tiempo después, su amigo Santiago Zurbriggen me mostró en su celular un diálogo a través de mensajes que había mantenido la noche anterior (el accidente fue en la madrugada de un martes) con Diego. El estaba mirando “Café con Fútbol” y se reía de un parecido entre Sergio Ramírez, periodista con el que comparto panel en el programa, con un amigo en común de Santiago y Diego.

De estas pequeñas anécdotas, todos tendrán alguna con Diego Barisone. Seguramente. Porque este chico se hizo querer de verdad y cosechó centenares de amigos, algo que su padre siempre manifiesta con esa mezcla de irreparable dolor y orgullo indescriptible, cuando cuenta sus propias anécdotas. Las que se repiten a diario. Y que son un mimo, apenas eso, un mimo para su corazón quebrado para siempre. Como el del resto de su familia.

Diego tenía sueños, tenía futuro y tenía tesoros. Estos últimos, son los que había cosechado en sus muy jóvenes 26 años de vida. Los otros (sueños y futuro), seguramente vinculados a una carrera en franco crecimiento, sin techo, ya consolidado como jugador de primera y con muchísimos objetivos personales y colectivos que cumplir.

Sorprendió todo aquel día de hace un año. Desde la llegada del plantel completo de Lanús para despedir a un compañero que sólo hacía cinco meses que estaba con ellos, pasando por la larga vigilia y el llanto de aquellos chicos como Zurbriggen, Brítez y tantos otros, que arrancaron con él de niños, en la escuelita, compartiendo los encuentros que organizaban el doctor Buccolini y esa gente que desde hace tanto tiempo ha trabajado en forma desinteresada para su crecimiento. Unión era su lugar en el mundo. No cabía ninguna duda.

Diego Barisone está vivo. Está vivo en el recuerdo que se hace inmediato en la mente y en el corazón de todos. Y acompaña desde allá arriba, en algún lugar de la eternidad, a los que tanto lo quisieron, como aquella noche en la Bombonera del 4 a 3 a Boca, días apenas después de su muerte. O en ese título de campeón que sus compañeros de Lanús festejaron y le dedicaron. O en ese aplauso emocionante e inesperado en el minuto 15 de la hinchada granate, en la final con San Lorenzo en la cancha de River, en homenaje a él y por el número de su camiseta.

Resignación y paz para Gerardo y el resto de su familia. Y también para cada uno de los tantos amigos que en este momento estarán recordándolo como era, divertido, amigable, confiable, fuerte y duro en la cancha.

No fue en vano su fugaz paso en esta vida. Dios quiso llevárselo muy rápido de la tierra, pero dejó este legado tremendo, vigente, sólido y perdurable. Y él, desde algún lugar, se encarga a cada momento de que el olvido sea una palabra que jamás aparezca en el diccionario imaginario de Diego Barisone. Por siempre.