Crónicas de la historia

Natalio Botana (II)

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Rogelio Alaniz

Para los primeros años de la década de los años veinte, Crítica es el diario más popular de la Argentina, esto quiere decir el de más venta y el de más llegada con sus temas a la opinión pública. En la calle se lo conoce como el diario del pueblo, una designación que, por supuesto, no fue espontánea, ya que Botana nunca se permitía dejar librado a la espontaneidad cuestiones que él consideraba decisivas.

Los números, en ese sentido, no dejan mentir: para 1925 la venta superaba con creces el medio millón de ejemplares, una cifra que hoy haría derramar gruesas lágrimas de pena a los actuales empresarios periodísticos. Para ese mismo período el diario llegó a sacar cinco y hasta seis ediciones que los canillitas voceaban en todas las esquinas de las ciudades.

Crítica, a su manera, revolucionó el periodismo de su tiempo y esa revolución incluía a los diarios de la competencia que también se esforzaban por entender las nuevas claves de nuestro país, que en esos años se está transformando aceleradamente. Crítica cambió contenidos, consignas, titulares y lenguajes. Los columnistas ya existían pero con el diario de Botana adquirirán entidad propia. Personajes como Least Reason en el turf o Hugo Marini en fútbol, ganaban legiones de lectores. Pero también ganaban repercusión los críticos de arte, los destacados en teatro, en libros y en ese nuevo fenómeno que convocaba a multitudes: el cine.

Con Crítica adquirirán personalidad propia los corresponsales, corresponsales que acompañaban por ejemplo a Boca en su gira por Europa y corresponsales que iban a cubrir las peripecias de la guerra entre Bolivia y Paraguay. Botana había dado instrucciones precisas a sus periodistas para que toda noticia fuera una primicia. Ramón Franco -que todavía no sabía que su hermano Francisco será caudillo por gracia de Dios- realizó la proeza de unir en avión a España con Buenos Aires y allí estaba Crítica. Jack Dempsey peleaba con Ángel Firpo en los EE.UU. y el diario realizó una cobertura completa del acontecimiento.

Botana logró consumar esta hazaña porque construyó una sabia ecuación que incluía una impecable y dura gestión empresaria, con la intuición y el talento para captar las necesidades de la Argentina de esos años. La fórmula de Crítica era, por calificarla de alguna manera, heterodoxa. Siempre existió la sospecha de que el diario fue financiado, por lo menos en sus orígenes, por políticos y empresarios conservadores, pero la línea editorial del diario combinaba con singular maestría el populismo con el liberalismo, la crónica policial con editoriales y columnas de opinión a favor de algunas reivindicaciones de los trabajadores, la cobertura hasta en los detalles del juicio a Sacco y Vanzetti o la solidaridad con el anarquista Wilkens, el autor de la muerte del teniente coronel Varela, unas líneas de simpatía con la causa libertaria en la que era evidente la influencia de Medina Onrrubia. Esa simpatía con el anarquismo, muy al estilo uruguayo, dicho sea de paso, no lo inhibía para ejercer una oposición frontal no al radicalismo en general, sino a Hipólito Yrigoyen, ya que las relaciones de Botana con Alvear siempre fueron cordiales.

Botana acerca de Hipólito Yrigoyen, nunca tuvo dudas: fue un opositor duro, una oposición que incluyó la conspiración y la abierta actividad golpista. En este tema podría decirse, con cierto tono irónico, que Botana fue coherente, porque cuando Yrigoyen asumió su primera presidencia en 1916, la consigna editorial de Crítica, un diario que todavía no era ni la sombra de lo que iba a ser, fue “Dios salve a la república”, de alguna manera un anticipo de la otra tapa del diario, la del 5 de septiembre de 1930: “Váyase”.

Se dice que en los días previos al golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el diario llegó a la cifra de un millón de ejemplares, una hazaña editorial en un país que tenía menos de la mitad de habitantes que hoy. Los historiadores explican con diferentes tonos el rol decisivo del diario en la asonada militar. Por lo pronto, los grandes titulares de esas semanas ventilaban negociados, corruptelas, ineficiencias e instalaban en un primer plano las movilizaciones callejeras de estudiantes alineados con la FUA, las ruidosas disidencias de caudillos provinciales como los Lencinas y los Cantoni, o los lamentables episodios de violencia protagonizados por el Clan Radical, un grupo de choque del radicalismo constituido para reprimir a disidentes.

Para 1930, el diario funcionaba desde hacía por lo menos dos años en su mítico local de la Avenida de Mayo, un edificio imponente construido por los arquitectos más prestigiados de Buenos Aires. Ese local contará con su célebre Sala de Redacción frecuentada por los intelectuales más distinguidos de su tiempo; y el despacho exclusivo de Botana, despacho que incluía escritorio, una sala de conferencias que podía transformarse en sala de timba y un dormitorio con baño en suite. En esa sala, los días previos al golpe, Botana se reunía con jefes militares, dirigentes empresarios y las autoridades juveniles de la FUA.

Con todo, no le fue bien a Botana con los militares en el poder. Él y su esposa terminaron entre rejas y él, en particular, soportó los interrogatorios del hijo de Leopoldo Lugones, el muchacho que aportó la picana eléctrica como símbolo de la cultura nacional. Botana no soportaba al yrigoyenismo pero mucho menos a los militares con ínfulas fascistas. Su oposición a la dictadura de Uriburu, a los afanes por instalar un régimen corporativo, concluyó con su detención, una peripecia que más de un radical celebró atendiendo a la actividad -hoy denominaríamos destituyente- que realizó contra el gobierno radical.

El desplazamiento de Justo por Uriburu, la constitución de la Concordancia y su victoria -proscripción de la UCR mediante- en las elecciones de noviembre de 1931 volvió a colocar a Botana en el centro del escenario. Los años treinta fueron para Botana el tiempo de la consolidación del diario y de su romance político con el régimen conservador, romance que incluyó algunas disidencias, en toda circunstancia conjuradas con la proverbial habilidad de Botana y la consumada picardía conservadora.

Se dice que Botana y Justo fueron los creadores del mito de Carlos Gardel. El anecdotario cuenta que para esos meses el gobierno acusaba el golpe provocado por las denuncias de Lisandro de la Torre contra los negociados de la carne y el escandaloso desenlace en la Cámara de Senadores. “Nos salvamos Justo”, dicen que un eufórico Botana le dijo al presidente en Casa Rosada. Las influencias de Justo y las habilidades periodísticas de Botana montaron seis meses después de la muerte del cantor, el gran escenario popular, la convocatoria de multitudes en el Luna Park para acompañar los restos de Gardel hasta la Chacarita.

Su antiyrigoyenismo y sus relaciones con los conservadores no fueron rumores, sino hechos, pero a la hora del balance también importa señalar su firme militancia antifascita. En 1933, Botana se acercó a los periodistas que estaban diseñando la tapa del diario, pidió que dejaran lo que estaban haciendo y ordenó que saliera la siguiente consigna que escribió delante de ellos: “Un loco ganó las elecciones en Alemania; peligra la paz del mundo”. La crítica terminante a Hitler no era lo habitual en 1933, cuando políticos liberales y conservadores miraban con algún afecto al hombre que prometía liquidar al comunismo en el mundo. El mismo comportamiento sostuvo desde un primer momento con la guerra civil española y, en ese sentido, su adhesión a la causa republicana nunca dejó lugar a dudas.

Natalio Botana: conservador, libertario, populista, liberal, identificado con las causas populares y amigo de militares; una suma de contradicciones a las que su personalidad le otorgaba un singular encanto. Murió en agosto de 1941 en una peripecia que no deshonra su biografía y su estilo personal. De gira de placer con su flamante Rolls Royce por el noroeste del país, sufrió un accidente menor que, por falta de atención médica adecuada, terminó provocándole la muerte. Le faltaba un mes para cumplir 53 años.

Conservador, libertario, populista, liberal, identificado con las causas populares y amigo de militares; una suma de contradicciones a las que su personalidad le otorgaba un singular encanto.