A 93 años de Firpo-Dempsey

Festejo muy especial de boxeadores

A partir de una propuesta de Claudio Martinet, varios ex pugilistas de grandes campañas, entre ellos los ex campeones mundiales: Santos Laciar y Marcelo Domínguez, festejaron el Día del Boxeador en Santa Fe.

D8-DSC_4635.jpg

PARA LA POSTERIDAD. Antes del almuerzo, los agasajados se tomaron las fotografías de rigor, en los alrededores del Quincho de Chiquito, el renombrado “Templo de la Amistad”. Foto: Luis Cetraro

 

Redacción de El Litoral

[email protected]

Claudio Víctor Martinet, ex campeón argentino y sudamericano del peso pluma (además de haber sido titular latino del mismo kilaje y subcontinental superpluma), tuvo la idea y ofició de organizador. El Quincho de Chiquito fue el lugar elegido para recibir a los invitados y “Mary” Berón, la orgullosa anfitriona.

El motivo: festejar el Día del Boxeador, fecha que en Argentina, como en varios lugares de habla hispana, se celebra todos los 14 de septiembre, en conmemoración del combate sostenido por Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo en el Polo Ground de Nueva York, en 1923.

La intención fue agasajar con un almuerzo y una reunión de camaradería a un grupo de boxeadores y ex boxeadores, como símbolos vivientes de la histórica jornada deportiva que se recuerda.

Varias figuras del ring llegaron a Santa Fe para formar parte de esta convocatoria, y pudieron sentir el cariño de la gente, el respeto de sus colegas y el reconocimiento del periodismo. Marcos Aimar, habitual anunciador de veladas de boxeo, guió el evento y los presentó uno por uno. Allí estaban: Juan Carlos Aguirre, Luis “Chocolate” Peralta, Carlos Manuel del Valle Herrera, Juan Domingo “Martillo” Roldán, Walter “el Terrible” Matthysse, Alberto Pacheco, Santos Benigno Laciar, Marcelo Domínguez, Carlos Ríos, Juan Carlos Fernández, Jacinto Horacio Fernández, Norberto Rufino Cabrera y Héctor “Yeyé” Hernández (hermano de Hugo Ariel Hernández).

También estuvieron Carlos Leonardo “Carli” Herrera (hijo de “Carloncho”), Alexis Sicilia, Luis Rubén Acuña, Norberto Acosta y Jonathan Pereyra, y José Luis “el Chino” Castillo, el noqueador del momento, con un 3-0 (3 KOs) que ya empieza a llamar la atención de los entendidos.

Monzón en el recuerdo

De todos estos protagonistas, hay dos que se destacan por un logro en especial, haber sido campeones del mundo: “Falucho” Laciar (que fue dos veces monarca mosca y una vez supermosca) y “el Gordo” Domínguez (crucero), a quien muchos también conocen como “el Toro” y las palizas que le dio a Fabio “la Mole” Moli.

En diálogo con este medio, “Falucho” manifestó: “A los agasajos como éste yo los siento como algo fantástico. El Día del Boxeador es muy importante para nosotros, porque es el hecho que celebra la pertenencia a la profesión que elegimos para vivir y ser alguien en la vida. Además, venir aquí, al famoso quincho del popular ‘Chiquito’ (Carlos Uleriche), donde está la escultura de Carlos Monzón, es muy fuerte. Hoy, no lo tenemos a ninguno de los dos, ni a don Amílcar Brusa, pero en mi mente van a estar por siempre, porque han sido grandes amigos míos gracias al boxeo”.

Por su parte, Domínguez dejó estos conceptos: “Siempre es lindo venir a Santa Fe, a todo el mundo se lo digo. Si bien hemos tenido campeones de muchos lugares del país, Santa Fe y Córdoba son dos ciudades propulsoras de grandes boxeadores y de ilustres campeones. Además, a un sitio como éste (el Quincho de Chiquito), donde se respira boxeo, es imposible no venir. Cuando Claudio me propuso venir, le dije que sí de entrada, porque sabía que iba a ser una linda velada y una ocasión especial para pasarla con los amigos, con gente del ambiente”.

análisis

por Sergio Ferrer

Pertenencia

  • Ex boxeador se nace, porque boxeador se nace. Tal vez sea un axioma difícil de explicar, pero es válido, al menos para nosotros. En el momento en que una persona empieza a boxear, se está convirtiendo automáticamente en un ex boxeador. Parece una verdad de perogrullo, pero no lo es.

La condición de ex boxeador, como la de boxeador, no tiene nada que ver con haber peleado, o con pelear, sino con sentir que el boxeo pasa por tus venas y por tu vida. Practicar boxeo o pelear con público -aunque sea de una manera oficial, controlada- es una cosa; boxear es otra. No todo el que “tiró” golpes, o se calzó alguna vez los guantes -aunque haya sido para pelear “en serio”- puede decirse que boxeó.

En el Quincho de Chiquito pudimos comprobar la esencia de este preconcepto y de lo que queremos explicar. La gran mayoría de los ex boxeadores presentes coincidieron en el recorrido de sus inicios, sus vivencias y sus anhelos. Y ahora, ya de grandes, coinciden en la necesidad de seguir en el boxeo. Por eso, decimos que ex boxeador se nace, porque es una condición intrínseca al hecho de ser boxeador, y tiene que ver con el sentido de pertenencia. De reconocerse unos, en otros. Es la marca en el orillo. Si el que alguna vez boxeó no lo siente así, es porque sólo fue una persona que “peleó con los guantes puestos”, o que se dedicó circunstancialmente a boxear.

El hecho de haber boxeado implica sentirse boxeador eternamente, porque tiene que ver con una serie de pequeñas y grandes experiencias, que no sólo se viven sobre el ring (boxeando), sino en la vida, a cada momento y en cada lugar. Entrenando pupilos; dando clases de boxeo; subiendo al rincón de un pugilista, dándole instrucciones; charlando “de bueyes perdidos” con sus pares; recordando momentos, oportunidades desperdiciadas, peleas, rivales. Son esas sensaciones que se perciben y se viven a diario, a la mañana temprano, en el clima muchas veces descarnado y cruel, que acompaña el footing repetitivo y agotador, pero indefectiblemente necesario. Y son las prohibiciones con las que hay que lidiar y las tentaciones que hay que evitar. Frente a la heladera; frente al plato. Y frente a las mujeres, para muchos de ellos el más fascinante de los placeres y la más certera de las perdiciones.

El hecho de sentirse boxeador -y por ende, ex boxeador- también tiene que ver con los dolores. Los que se sienten en las manos, en el cuerpo y en el alma. Porque boxear significa saber que los golpes entran, pero no salen, se quedan a vivir por siempre dentro de ellos. Porque boxear es eso. Y es la ropa de entrenamiento; el terrible olor a aceite verde y la humedad pegajosa del gimnasio. El ruido estruendoso de un estadio lleno y la indescriptible soledad que te acompaña rumbo al ring. Son las huellas que surcan por la cara. Las heridas mal curadas. Las narices y orejas machucadas; los pómulos curtidos; las cejas lastimadas. El arrastre de las palabras al hablar, los reflejos cansados. Pero no son simples heridas, son vivencias. Se experimentan a lo largo de toda una campaña (de toda una vida) y se transmutan con la piel, haciéndose carne en ellos.