ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

“Madre” es todo a lo que el niño le echa la culpa

Por Luciano Lutereau (*)

Hay una actitud corriente en la más temprana infancia, una especie de gesto espontáneo que, con el tiempo, incluso se vuelve un rasgo de carácter en ciertos tipos clínicos. Podría comentarla con la siguiente situación, reconocible en las más diversas anécdotas: un niño pide algo y el adulto responde de manera negativa; a continuación el niño se muestra molesto y el adulto se siente interpelado, entonces decide acceder al pedido del niño, pero en este último tiempo la respuesta es negativa... por parte del niño. “Ahora no lo quiero”, podría ser la respuesta para el caso. Y, por cierto, hay adultos cuya vida transcurre a través de esta actitud de rechazo. Por lo tanto, cabe analizarla con detenimiento.

Desde un primer punto de vista, cabría considerar lo que Jacques Lacan estableció como un circuito propio de la pulsión oral: a la demanda del niño (de ser alimentado) le corresponde la contrademanda del adulto (de dejarse alimentar); por lo tanto, el rechazo es una vía de recuperación subjetiva para no quedar aplastado por el otro. La negatividad, signo inequívoco de la oralidad incipiente, es una forma de institución del sujeto. Ese “ahora no”, que resignifica el deseo para conducirlo de una mera necesidad a una posición subjetiva humana (en la medida en que se basa en la relación con el otro) da cuenta de cómo una reacción que, a primera vista, puede parecer un incordio (para los padres), tiene una función capital en la constitución.

Nunca los padres podremos terminar de entender que aquellos puntos en que un niño defrauda la expectativa de adaptación es donde comienza el ejercicio propio de su posición infantil. Asimismo, el esquema presentado por Lacan es incompleto en un punto: no permite el esclarecimiento completo de por qué una contrademanda podría aplastar al sujeto. Para dar cuenta de este aspecto es preciso un argumento suplementario.

En efecto, cuando un niño encuentra que su deseo no se realiza de manera inmediata, vive el verse privado como una frustración. He aquí una cuestión central: la privación es referida a una acción faltante en el otro, es decir, el otro “me” frustra. Esta vivencia otorga una “protoconstitución del sujeto” a través de la atribución de una mala voluntad al otro. En el caso del niño, la madre queda ubicada en un lugar de culpa.

“Madre” es todo a lo que el niño le echa la culpa. Este fenómeno puede observarse en conductas ocasionales de la infancia, en las que un niño pide explicaciones al adulto por los más diversos accidentes: se rompió un juguete y se le echa la culpa a la madre, se cayó una golosina al suelo y la culpa es de la madre también, etc.

Ahora bien, esta culpa es proporcional a la intensidad del deseo del niño y a este procedimiento de atribución le sucede una introyección de la culpa que, en otra serie de situaciones, se manifiesta en el fenómeno por el cual el niño considera que el adulto está enojado. Es un aspecto observable de manera habitual, dado que frente a cuestiones nimias se piensa que el otro está enojado o se va a enojar. “Me va a matar” dicen los adolescentes o, en ciertos adultos, se expone a través de diversas conductas defensivas que popularmente hemos llamado “cola de paja”. Este momento constitutivo es fundamental porque implica la primera aparición de una actitud reflexiva en el sujeto, es decir, la objetivación de la propia acción a través de la culpa.

En esta vía, el tercer momento de la culpa lleva al resultado establecido por Lacan, es decir, la negación como un modo de denotar la culpabilidad intrínseca a partir de tomar distancia respecto del otro. De este modo, la estructura lacaniana de “verse aplastado por el otro” no debe ser entendida de manera literal (o imaginaria), sino que se vuelve necesario reconstruir el movimiento interno que desarrolla, cuyo fundamento está en la mediación a la que la culpa predispone. La subjetivación de la culpa asociada a la potencia del deseo lleva al rechazo como una forma de cancelar la frustración.

De acuerdo con estos lineamientos, la culpa es el hilo conductor que permite entrever un importante proceso de constitución infantil. Por eso, los psicoanalistas hablamos de culpa y no de arrepentimiento. En este último caso, habría una acción sobre la se vuelve luego en una segunda instancia. En la culpa, en cambio, se corrobora un fenómeno inverso: no hay objeto de la culpa, sino que ésta pone su propio motivo; o, dicho de otra manera, primero uno se siente culpable y luego viene el por qué. Esa aptitud para inscribir el ser moral por encima de las frustraciones pasajeras es lo más propio del ser humano.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.