Contemplativas

Por María Teresa Rearte

A partir de hechos de público conocimiento con relación al Carmelo de Nogoyá, los medios de comunicación han difundido información que no aporta al real conocimiento de “quiénes son y qué hacen las monjas carmelitas descalzas”, como afirma la superiora del Monasterio Sta. María de La Pampa, de la ciudad de Sta. Rosa. Por lo que es conveniente saber qué dicen ellas de sí mismas. Antes hago notar que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él” (LG 7). Así es, o debe ser, porque “ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús”, enseña San Pablo (Ga. 3, 28).

Con esa perspectiva de fe, quiero citar a la Hna. María Mónica de Jesús, presidenta de la Asociación de Carmelos Argentinos Ntra. Sra. de Luján, quien primero aclara que, desde la promulgación de la “Constitución apostólica sobre la vida contemplativa femenina”, del Papa Francisco, la Iglesia ya no las llama monjas de clausura; sino “monjas contemplativas”. Lo que define su misión. Más adelante explica que “formas y costumbres que respondían a la sensibilidad del siglo XVI, no dicen nada o son incomprensibles para la sensibilidad del tiempo en que vivimos. Algunas prácticas penitenciales hoy nos resultan chocantes. Pero nunca fueron instrumentos de tortura, ni fueron vividas así por quienes las usaron. Las más sabias tradiciones espirituales las consideraron con recelo por el peligro de soberbia que entrañaban y por ello estuvieron siempre sujetas al discernimiento de la obediencia. Hace años que fueron cayendo en desuso en la mayoría de las formas de vida consagrada. Hoy, el Papa nos pide que busquemos los medios que ayuden a una vida más profética y creíble”.

También dice que, “para Santa Teresa, la vida de las Hermanas se construye desde estos tres ejes fundamentales: el amor como ley primera de toda la vida y opciones; la verdad como camino; la libertad como dignidad de hijos”. Y se explaya sobre el discernimiento de una ascética teresiana, sin rigorismos; pero con radicalidad. La que reconoce, aunque cueste, imprescindible para la opción de vida que han hecho. Por eso, afirma que “no hay amor que no conlleve renuncia, salida de sí, don... Jesús es la referencia por excelencia de la primacía del amor y sus consecuencias”. Como creyente en Cristo valoro la vida y testimonio de estas mujeres consagradas según la Regla y Constituciones de su orden.

En continuidad con lo dicho, quiero aportar un dato que proviene del libro “Diálogos de Carmelitas” de Georges Bernanos, escrito un año antes de morir (1947), basado en un hecho histórico. El 27 de mayo de 1906, Pío X canonizó a dieciséis monjas del Carmelo de Compiègne, como mártires de la Revolución Francesa. Las que habían sido exclaustradas violentamente en septiembre de 1792. Vivieron dos años como “ciudadanas”, dispersas por la ciudad. Se reunían a diario para el rezo de la liturgia de las Horas. Fueron denunciadas, detenidas, encarceladas y guillotinadas en 1794. Por el misterio de la Comunión de los Santos, la fragilidad humana ante el terror reinante fue asumida martirialmente en el cadalso, sabiéndose incluidas en el misterio de la Iglesia-Comunión.

También quiero citar el testimonio de Edith Stein, hoy Sta. Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942), eximia filósofa judeo-alemana convertida al catolicismo, monja carmelita que fue sacada del convento de Echt (Holanda) por la Gestapo. Y murió en el campo de exterminio de Auschwitz. Juan Pablo II la canonizó en Roma el 11 de octubre de 1998. Hoy, la veneramos como virgen y mártir.

He citado estos testimonios para que, en medio de la cultura de la intrascendencia que nos rodea, no se opaque ni distorsione el sentido de la vida contemplativa y el fecundo itinerario carmelitano. También para que la indiferencia no domine las conciencias. Y confiando en lo que decía Sta. Teresa que “la verdad padece; pero no perece”.