llegan cartas

A mi madre

Madre mía... madre querida

el tiempo, fiel pintor de épocas,

en el color de cada sueño,

va dibujando en la inmensidad de tu alma,

“el más hermoso paisaje”

fluyente hasta tu rostro

donde se hace imagen el eco de la paz

que te iluminara de alegría,

que te colmara aquella vez,

cuando se hacía luz la felicidad...

porque yo nacía...

mientras el calor de tu pecho

abrigaba un vagido hecho llanto,

inspirabas mil dulzuras en la melodía de tu canto

y ya tu cuerpo libre y santo,

sostenía maduro y tierno el fruto de aquel encanto,

mientras los días y los meses formaban de nuevo el camino de tu cuerpo,

una huella casi perfecta trazaba en la cima dos líneas,

los dos fuertes rieles de tus brazos,

que sosteniendo dejaban partir lentamente un tren

que hoy llamo vida...

la que fue agregándote algunos años más,

hasta llegar el momento donde mi infancia

te enterneció, cuando más aún te convencías

exigiéndote responsabilidad

en tanto mis primeras picardías, y el guardapolvo blanco,

acentuaban tu maternidad, con la inocencia de mis primeras preguntas,

ibas cobrando en tu experiencia, las primeras respuestas...

Y luego en mi adolescencia

dejabas ver un dejo de sombras que marcaba un laberinto de preocupaciones,

de poder saber cómo sería mi destino

y buscabas el adivino que pudiese hablarte de mis intenciones,

que te dijera si mis ideas eran claras...

si iban a ser iguales nuestros corazones...

Y hoy que tu mirar es el brillo nítido de cada estrella

y tu sonrisa es la paz que refleja la inmensidad de tu alma

te veo cada vez más hermosa madre mía...

Más el cano color de tu pelo que se hace testigo de tu presencia a mi lado.

Y tu oración que fue acompañando mis años,

me resigno de haber sido el ser que en la providencia de tu amor

habías deseado.

Madre querida, madre del alma

No me dejes nunca, madre mía

Que yo nunca he llorado todavía.

Miriam Bussi