EL INCIDENTE LITERARIO

La pasión del soneto

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Fue Francesco Petrarca quien posibilitó que la forma tomara cuerpo interiormente y se oyera una música nunca escuchada antes. Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago De Luca

En algún momento de su vida todo escritor siente la tentación de medirse con el soneto. Es como si se dijera “yo también puedo jugar este juego de la forma y la medida”. Pero en esta atracción también hay una intuición. En la forma de la “cancioncilla” se condesan siglos de andadura poética. Acceder a sus mecanismos es conectar con un río profundo.

El soneto no salió de una vez y para siempre por generación espontánea de la cabeza de Atenea. Ninguna creación importante se produce de esa manera. De la rústica forma de los primeros sonetos de la Edad Media, que superponía dos cuartetos y dos tercetos, al complejo sistema acentual que une el pensamiento y el sentimiento en versos de doce sílabas, hubo un largo recorrido que atravesó las lenguas y los países. Generaciones de poetas dieron con esa estructura que se transformó en clásica y duradera. Rubén Darío, quien también escribió sonetos, confesó que perseguía una forma. La forma fue el soneto. La forma de las formas de la poesía. En sus catorce versos hay un mundo y un destino.

El remoto origen fue en Sicilia en el siglo XIII. Su etimología procede de la palabra italiana “sonetto”, del provenzal “sonet”, que era el diminutivo de son (cancioncilla o sonidito). El primer esquema contenía dos movimientos para desplegar el pensamiento, dos cuartetos y dos tercetos de versos endecasílabos (versos de once sílabas). La estructura germinal ABABABAB-CDCDCD fue sofisticándose y permitió dar con una forma precisa y flexible a la vez para una poesía que se sentía “elevada”. Porque nadie escapó a su influjo, algo secreto y verdadero hubo en este esquema.

Pero, más allá de lo exterior del dibujo que ya estaba fijado, fue Francesco Petrarca quien posibilitó que la forma tomara cuerpo interiormente y se oyera una música nunca escuchada antes. Diferentes cambios sutiles a la misma masa cocinada una y otra vez. Por ejemplo, modificó la rima de los tercetos y aportó un desarrollo por comparaciones o estructuras adversativas que unían la emoción y el pensamiento. Supo manipular la pausa del endecasílabo cortando en el verso en la sílaba séptima o en la cuarta. Con el tambor de sus acentos y sus silencios, el soneto adquirió con los siglos una respiración cada vez más sofisticada que posibilitó expresar desde el quejido más carnal al pensamiento metafísico más abstracto.

El soneto en español

El soneto, como una energía que se expande sin fin, no se contentó con una sola lengua y una sola tierra. Fue en la conversación de un día del año 1526 de dos amigos cómo se introdujo el soneto en la lengua española. En los jardines de la Alhambra (buen lugar para tener revelaciones) el embajador de Venecia, Andrea Navagero le sugirió e insistió al poeta Juan Boscán que probara el soneto en lengua española. El poeta recordaba en una carta cómo fue exactamente el episodio: “Me dijo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia; y no solamente me lo dijo así, livianamente, más aún me rogó que lo hiciese”. Una fiesta, una caminata por los jardines, una conversación y un hallazgo de algo que no se fue a buscar. La revelación de escribir sonetos en español. Y en sus sonetos, Boscán enfrentó al tiempo que siempre gana y contra lo que se creó el soneto. “Ya canso al mundo y vivo todavía;/ llevo tras mí mis años arrastrando;/ mis amigos, de mí van murmurando;/ yo ando ya escondiéndome del día”. De los días de Juan Boscán sólo queda un resplandor lejano en sus textos. Y los ecos de una conversación en un jardín de Granada. Nosotros pasamos, el soneto queda. Y la poesía continuó su río. Gracias a esta máquina poética también el verso endecasílabo, con sus diversas acentuaciones, comenzó a cultivarse en español. Luego vendrá Garcilaso de la Vega. Y Luego Lope de Vega, y así una lista interminable hasta Borges o Juan Gelman. Nadie se quería ir de las letras sin dejar un soneto.

El soneto no detuvo su peregrinación. También llegó este artefacto poético a Inglaterra, esa isla que todo lo modifica. Allí el soneto fue diferente, con características propias que hubo que darle un nombre particular: soneto isabelino (llamado así por haberse creado durante el reinado de Isabel I, 1558-1603). Fue el conde de Surrey, Henry Howard , quien formuló el esquema canónico del soneto isabelino,. ABAB-CDCD-EFEF-GG. El formato de dos cuartetos y dos tercetos cambió por el de tres cuartetos y un pareado final. Shakespeare será uno de sus mejores cultivadores. El soneto adaptado a la realidad de Inglaterra permitió el desarrollo del verso inglés y de su poesía. Entonces surge una pregunta que no se puede eludir. ¿Por qué el soneto generó tal fascinación y atravesó las diferentes culturas? Tal vez porque el soneto sea un destino, con sus límites infranqueables y sus posibilidades. En esa estructura entra un mundo, sus reflejos, sus detalles y sus irrealidades. Cuando se juega su juego se sabe que se muere en la línea catorce. Pero permite una magia que es un consuelo. Transmuta la vida en una música. El poeta colombiano José María Rojas Garrido (1824-1883) escribió, con la forma del soneto, el poema “La vida es soneto”. En este soneto se equipara su temporalidad al tiempo de la vida. El primer cuarteto es la juventud, el segundo la edad adulta. Y en los tercetos aparece la muerte. Al final hay que irse para quedarse en un endecasílabo. Termina su soneto con la realización de un destino: “De la cuna al sepulcro en consonante.”