Mesa de café

¿Tenemos derecho a defender a nuestra madre?

Por Remo Erdosain

—¡A lo que hemos llegado! -exclama Abel, mientras Quito le sirve el café- un chico de trece años balea a un delincuente.

—No entiendo qué es lo que está mal -pregunta Marcial sin dejar de leer el diario.

—¿Es necesario explicarlo? -digo- ¿es necesario explicar que no es normal que un chico de trece años balee a un ladrón?

—Claro, claro, lo normal es que los delincuentes maten a sus víctimas, cuando ocurre al revés estamos ante una anormalidad.

—No es tan simple.

—Claro que no es tan simple. No es normal que en un país haya un muerto cada cuatro horas, o que los ladrones entren y salgan de la cárcel como panchos por su casa, o que la labor más rentable de la honorable profesión de abogado sea defender asesinos.

—Dale la vuelta que quieras -insiste José- pero un chico de trece años tiene que estar jugando con sus amiguitos, no tiroteándose con ladrones.

—Eso debería ser así en el país de no me acuerdo, porque en esta Argentina que vivimos parecería que a todos, los chicos incluidos, no les queda otra alternativa.

—No entiendo adónde querés llegar Marcial -vuelvo a preguntar- ¿proponés que a los adolescentes les enseñemos a ser pistoleros como en los viejos westerns?

—Yo no propongo nada; lo que digo es que hagamos un análisis concreto de situaciones concretas. Cinco o seis fascinerosos entran a tu casa, amenazan con matar, violar o robar a tu madre; el pibe toma una pistola, que seguramente aprendió a manejar, y defiende a la madre. ¿Está mal eso? ¿Lo correcto era dejar que maten o violen a su madre, así las almas puras como ustedes se quedan conformes?

—No es así como lo planteás.

—Es que es así. Yo también puedo decir que es una barbaridad que un chico de trece años mate a un delincuente, pero esa barbaridad entre comillas está precedida de una barbaridad mayor y que se expresa en un país donde los delincuentes roban, asesinan y violan con la certeza de que la sacan barata siempre.

—¿Vos le enseñarías a tu hijo a disparar contra los ladrones?

—Ésa es una pregunta tramposa, pero ya que la hacés, te digo que yo no sé qué haría con mi hijo si en mi casa me robaron varias veces, la policía siempre llega tarde y a los ladrones los largan al otro día.

—Yo matizaría un tanto tus palabras; en primer lugar, en el caso que hablamos no hay antecedentes de que los hayan robado antes.

—Sí, lo habían robado dos veces.

—Sigo, tampoco es tan así que la policía llegue siempre tarde y eso de que los ladrones entran y salen por la puerta giratoria, no se condice con el hecho real de que las cárceles están abarrotadas de delincuentes.

—Lo que quieras -responde Marcial que ha dejado de leer el diario y le hace señas a Quito para que lo atienda- pero yo a ese pibe lo felicito, y lo felicito por valiente, por jugarse por defender a la madre y por tener buena puntería. Insisto, en lugar de retarlo como proponen los progresistas, yo lo felicito, entre otras cosas porque es la terapia más justa. Nunca el crimen se justifica, pero matar por defender a la madre es una honra no una vergüenza.

—Lo que decís es un disparate -se queja Abel que parecía muy entretenido mirando las imágenes del televisor.

—Todo es disparatado en este país, por lo que no nos debe llamar la atención que un menor dispare contra un delincuente.

—Pongámonos de acuerdo sobre lo que estamos discutiendo -digo-. Puede que en la situación límite se acepte de hecho que el chico haya matado a un facineroso, y la aceptación es tan real que a nadie se le ocurre pensar que ese chico debería ir preso; es más, es mi preocupación por ese chico lo que me obliga a opinar. ¿Qué va a pasar con un chico que incorpora a su conciencia el hecho de haber matado a una persona?

—Y yo pregunto: ¿qué hubiera pasado con ese chico si delante suyo asesinan o violan a su madre y él pudiendo intervenir se queda en el molde para que Abel, Erdosain o José no lo critiquen?

¿Y si lo hubieran matado al chico? ¿Y si los sobrevivientes se vengan de él en el futuro?

Todo eso no invalida el derecho que tuvo ese chico en defender a su madre: ¿o también está mal eso? ¿Lo normal para ustedes es que deje matar a su madre así se quedan todos conformes?

—Yo no quiero echar leña al fuego -interviene José- pero los delincuentes se ve que eran profesionales, porque atendiendo al armamento que tenían y los chalecos antibalas que portaban, podrían haber matado a toda la familia, pero prefirieron huir para no promover un baño de sangre.

—Según tu brillante razonamiento, que lograría el apoyo acalorado de Zaffaroni -ironiza Marcial- a los ladrones hay que premiarlos por buenos.

—Yo no digo eso, lo que digo, continuando con tu razonamiento de evaluar los hechos concretos, es que ese detalle también hay que tenerlo en cuenta.

—Yo no quiero que la discusión se vaya por las ramas -digo- pero quiero salir del lugar de reducir todo al caso concreto, porque con ese tipo de análisis no llegamos a nada. A mí, lo que me importa son las conclusiones a las que arribamos porque, por ejemplo, según lo que dice Marcial podría plantearse que debemos preparar a nuestros niños para que aprendan a disparar armas de guerra.

—De acuerdo, es muy antipático, pero, ¿cuál es la otra conclusión? ¿presenciar cómo matan o violan a tu madre para que los progresistas no se sientan incómodos con su humanismo?

—No, yo no digo eso.

—Entonces, no sé adónde querés llegar; porque en el universo de los ideales puros y las buenas intenciones yo también estoy de acuerdo con que un chico de trece años debe estar estudiando, jugando a la pelota o, a lo sumo, enamorándose de su profesora o su maestra, pero lamentablemente ése no es el mundo en el que vivimos, el mundo en el que vivimos es el que vemos hoy: un chico de trece años tiene que disparar contra ladrones para defender a su madre. ¿Está bien o está mal?

—Ni está bien ni está mal -responde Abel-; es una tragedia.

—Perfecto -admite Marcial- es una tragedia, pero reflexionemos sobre esa base, sobre esa realidad trágica, no desde un limbo rosado y santo que no existe.

—Lo que existe -digo- lo que debe existir, es, en todo caso, la voluntad de salir de una realidad de este tipo. Puede que sea cierto que al chico no le quedó otra alternativa: amenazaban a su madre, y actuó con las armas que tenía a mano, en este caso una nueve milímetros que por lo visto sabía manejar muy bien.

—Y por lo visto tenía buena puntería.

—Yo acepto lo que dice Erdosain -reconoce Abel- pero agregaría que en este país cada vez es más urgente que la Justicia haga lo suyo... y cuando digo Justicia, digo jueces, fiscales, policías, políticos...

—Comparto la inquietud de mi amigo Abel -dice Marcial y sonríe- tolerancia cero a los ladrones pero en primer lugar tolerancia cero a los ladrones políticos, a los corruptos, empezando por “La que te dije” que hace rato que debería estar presa, como deberían estar presos todos su ministros y colaboradores inmediatos, porque en cualquier banda van presos sus jefes pero también sus secuaces. Y aquí, los únicos que han caído presos hasta ahora son los buchones.

—No comparto -concluye José.

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