NUEVA EDICIÓN DEL ARGENTINO DE ARTES ESCÉNICAS

La vida en los escenarios

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“La Pilarcita”, de María Marull, narró la historia de dos amigas que en Corrientes tributan a la virgen para lograr milagros. Los espectadores ovacionaron durante largo tiempo. Foto: Prensa Cultura UNL

 

Roberto Schneider

No somos periodistas deportivos ni pretendemos serlo. Pero tomamos una figura exclusiva de nuestros colegas para sostener que fue certero el puntapié inicial disparado por el rector de la Universidad Nacional del Litoral, Arq. Miguel Irigoyen, al inaugurar la nueva edición del Argentino de Artes Escénicas. La casa de altos estudios organiza desde hace trece años consecutivos este encuentro cada vez más necesario, con el auspicio del Instituto Nacional del Teatro, el Gobierno de la Provincia y la Municipalidad de Santa Fe. Irigoyen, acompañado por el secretario de Cultura de la UNL, Luis Novara, destacó la intensa política cultural de la citada universidad y su breve discurso fue el vehículo para aflojar las altas dosis de emotividad que cubrían el Foro Cultural.

En ese ámbito, se inauguró la exposición homenaje “Ella, la Bucci”, para recordar, como sostuvimos en el programa de mano, a esa incansable y brillante mujer del teatro santafesino que se entregaba al trabajo casi hasta el agotamiento. Claro, la motivación que tenía era esa especie de fraternidad que sentía con los grandes textos; sus grandezas, su misterio, su pequeñez, las contradicciones, las extravagancias. Todo eso le inspiraba curiosidad y ternura. Y arremetía con una fuerza demoledora y con su rica mirada las complejidades de la creación teatral... Todo esto y mucho más envuelto en las convulsiones de un mundo en extremo violento e intolerante.

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El lugar donde finalmente sucede el hecho dramático es la mente del espectador; allí se transforma en vivencia.

Foto: Prensa Cultura UNL

Una vez más, cabe recordar que lo específico del teatro es participar de una zona de lo sagrado, en la que no puede incursionar ninguna otra disciplina artística. El lugar donde finalmente sucede el hecho dramático es la mente del espectador; allí se transforma en vivencia. El espectador se siente en determinada forma testigo de lo que ocurre y esa vivencia pasa a formar parte de su experiencia de vida. El dramaturgo oficia con su obra como disparador. Escribe algo que está en el aire y que atrae su interés personal. Pero, si es portador de la cultura de su propia sociedad, va a coincidir necesariamente con el interés de otros.

Los sueños permiten elaborar lo que no se sabe, lo que no se ha podido pensar, lo que se teme. El teatro expresa lo que está antes del pensamiento, lo que políticos o filósofos todavía no pueden racionalizar. El concepto de teatralidad -tan difícil de definir- no pasa sólo por la estructura del texto ni por el uso de los recursos técnicos. Está dado por una percepción sensible de la intensidad del conflicto, del valor adecuado de la palabra y del silencio, del lugar del gesto y del lenguaje del cuerpo.

Durante la dictadura militar, el teatro tenía la fuerza de la resistencia, abría las mentes y se convirtió en un ámbito de encuentro activo como lo fueron las catacumbas. Luego, con el advenimiento de la democracia, la dramaturgia perdió cierta potencia y significación vital. Avanzó el teatro de espectáculo que trabajó para el éxito y la celebridad. En la actualidad, ha surgido una fuerte corriente de dramaturgos que quieren ofrecer resistencia a una nueva forma de dictadura, que no es militar, sobre todo en los últimos años. Generaciones anteriores lucharon contra un poder visible, nítido y perfectamente identificable, una experiencia de vida-muerte muy clara. Ahora, en este segundo decenio de siglo, lo que está en peligro es el espíritu más que los cuerpos.

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En “Todo piola”, la efervescencia es gestadora de un texto que se desplaza como una carrera de postas: las asociaciones discursivas rompen en pedazos el relato, lo contornean y lo atraviesan en interminables miradas posibles. Foto: Mauricio Garín

Recoger lo sembrado

En época de cosecha, se recoge lo que se siembra. Este Argentino de Artes Escénicas sirvió para que podamos mirarnos en conjunto o de manera individual y señalar un camino específico para la representación. Dentro de esta búsqueda, es que avanza por caminos muchas veces insondables. Las actividades específicas -tras el homenaje a Bucci, la presentación del libro “Antología del teatro santafesino actual”, que compilamos con Jorge Ricci en una brillante presentación de Chiqui González, que quedará en la memoria emotiva de muchos, y el panel “Crítica, medios tradicionales y nuevos soportes”, integrado por los críticos Alberto Catena, Miguel Passarini, Julio Cejas, Julieta Zeta y quien firma esta reflexión- sirven para la formación y la discusión entre públicos y hacedores (aunque con marcada ausencia de teatristas santafesinos que todo lo saben), y que en los contextos de libertad que generan, logran construir más teatralidad.

Este año hubo una característica distintiva: la calidad en las propuestas que llegaron desde diversos puntos. Los elencos de Córdoba, Tucumán, Rosario, Neuquén, Caba, Paraná y Santa Fe fueron el vehículo para visualizar espectáculos atravesados por la poesía o la ternura, la risa, el dolor, la carcajada y el protagonismo de los cuerpos que no son iguales a lo visto en los últimos años con nuevas modas de dramaturgias alejadas del espectador. Se apeló más al público como receptor, a los espectadores que quieren ensoñarse con algunas poéticas despegadas de signos confusos o herméticos. Este festival ha sido precisamente eso: más festivo. Éste es otro momento histórico y los cruces de lenguajes y de distintas formaciones ofrecieron la posibilidad de apreciar espectáculos de nivel.

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“Inestable”, a cargo del Dúo Sutottos, permitió la risa (y la carcajada) a partir de un juego escénico de real valía. Foto: Prensa Cultura UNL

El punto cero del cuerpo (o cómo atreverse a desafiar el tiempo y el espacio en pos del deseo)

Macarena L. Argañarás

“La verdad de los pies”. ¿Qué es la conciencia sino un manojo de fragmentos que se entretejen? En la conceptualización de los estados humanos, o del humano como estado de un presente que fuga constantemente hacia sus referencias antiguas, se constituye un espacio frenético de paradoja. La energía de los cuerpos se cuela y se multiplica para terminar condensándose en miradas cristalizadas. Escenas que cimientan la calma para fundar, instantes después, su autodestrucción. Discursos que conviven superpuestos y contradictorios como el mundo del que nacen. La silla de ruedas, la puerta recortada en dos perspectivas, la muñeca: red de significantes que indagan y fuerzan los límites de lo que el espectador intenta decodificar. Lo sonoro como presagio de lo que no puede, ni podrá jamás, ser sustituido por una imagen.

Jazmín Sequeira hace de los contrastes la joya rítmica de “La verdad de los pies”. La yuxtaposición de voces, imágenes y estados corporales compone un recorrido espasmódico durante toda la pieza. Las actuaciones hacen de la energía una doble cara de explosiones e implosiones con la precisión que habilita, sin descanso, la constitución del aquí y ahora.

“Todo piola”. La efervescencia es gestadora de un texto que se desplaza como una carrera de postas: las asociaciones discursivas rompen en pedazos el relato, lo contornean y lo atraviesan en interminables miradas posibles. Los prejuicios, las etiquetas y el “deber ser” se encuentran señalados -y burlados- desde el lugar del quiebre. ¿Cuándo llegamos a creer que un otro puede establecer los límites dentro de los cuales será correcto sentir? Y lo real es que no existen barreras que alguien alguna vez pueda crear para enjaular un cuerpo.

Gustavo Tarrío pone los cuerpos sobre la mesa y celebra un festín donde lo carnal, lo filosófico y lo poético llegan a un punto de ebullición que no sólo se sostiene, sino que redobla la apuesta hasta hacer explotar los sentidos. Eddy García avanza sobre el espacio: lo abre, lo pliega sobre sí, lo convulsiona. Quillen Mut Cantero se hace cuerpo en la contemplación impoluta, una aparente calma que terminará por estallar. Guadalupe Otheguy es la voz del cordón que acaricia y estrangula al mismo tiempo la sensibilidad. “Todo piola” se construye desde la poesía de Mariano Blatt hacia las miradas inquisidoras de la cotidianeidad.

“Los cuerpos”. El cuerpo como fundador de contradicciones. La pugna por destruir lo que no me atrevo a decodificar. La entrega inevitable que el cuerpo grita. Las máscaras como portal a un mundo paralelo. ¿Qué hay en el otro que rechazo, pero deseo? ¿Bajo qué excusas se esconde un cuerpo? Ramiro Cortez y Federico Fontán abren el juego: entrar a estados de los cuales no será fácil salir. El espacio es entonces habitado por encuentros físicos llevados al extremo. Cada encuentro fuerza los límites de los intérpretes expandiendo la energía expresiva. “Los cuerpos” se clava en la retina de quien mira para empujarte arrebatadamente al abismo de lo visceral.

“Ida/Adherontia”. La oscuridad le abre las puertas a un espectáculo que hace su primer contacto sensitivo desde el sonido de una noche, aunque tal vez no sea cualquier noche. El instante que queda suspendido unos segundos antes de pegar el salto... ojo de tormenta que decanta. Dos mujeres comparten el mismo aire sobre una alfombra roja que será al mismo tiempo su letargo y su despertar. Ana Varela y Soledad Verdún desdibujan la densidad del tiempo en el roce interminable de sus cuerpos. El diseño lumínico fortalece la intensidad con la que las intérpretes dibujan el espacio. “Ida/Acherontia” es una pieza compuesta por imágenes que se suceden imantando la intimidad.

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Desde Corrientes, llegó la versión de Edgardo Dib sobre “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona. Foto: Prensa Cultura UNL

Poéticas interdisciplinarias

Este Argentino permitió un recorte de las últimas teatralidades argentinas, los quehaceres de la sociedad, sus faltas y necesidades, mostrándolas desde el colorido de sus poéticas interdisciplinarias, donde no estuvieron ausentes las altas dosis de belleza plástica y también los discursos políticos. Se podrían citar muchos ejemplos sobre lo que sostenemos, pero para muestra basta un botón brillante: “La Pilarcita”, de María Marull, que narró la historia de dos amigas que en Corrientes tributan a la virgen para lograr milagros en una totalidad que ovacionaron los espectadores durante largo tiempo.

Quedará asimismo en nuestra memoria la rotunda expresión teatral de los tucumanos de “La lechera”, de Carlos Correa, quien dirigió con solvencia un trabajo que cala hondo en el mundo borgeano y “La intrusa”, con una fuerte impronta beckettiana y el relato de dos gauchos pendencieros enamorados de una vaca. Si se agrega un pajarito cantor y juguetón, todo está servido para disfrutar. Imposible no mencionar a los excelentes Barby Guaman, Martín Lombardelli, Pablo Vera y el músico Fernando Jalil.

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Quedará en nuestra memoria la rotunda expresión teatral de los tucumanos de “La lechera”, de Carlos Correa. Foto: Prensa Cultura UNL

“Carne de juguete”, de Gustavo Guirado, conmovió fuertemente al público que desbordó La Abadía a partir de la inteligente y lacerante exhumación de un tema angustioso y doloroso, para que no se oculte la historia, como el de la guerra de Malvinas. Sostenemos con vehemencia que el teatro brinda siempre la posibilidad de desechar máscaras, de revelar el contenido real, de fundir en un acto las reacciones físicas e intelectuales. El rol de una actriz es un salirse de sí misma y, así entendido, es una invitación al espectador. Ese acto puede ser comparado con el amor más auténtico. Y es en esa vertiente en la que se nutrió, precisamente, Claudia Schujman, la madre fantasma de ese soldado igualmente fantasma que regresa del oprobio.

“Bufón”, que llegó desde Córdoba, ratificó la excelencia de un espectáculo contundente que clava el escalpelo en la dolorosa realidad de nuestros días a partir de un riguroso trabajo de dramaturgia de Luciano Delprato. En su transcurso, surge con fuerza el monólogo de “ser o no ser”, de Hamlet. La actriz protagonista recitará ese fantástico parlamento, que es su “canto del Cisne”, tal vez para disfrutar la gloria de un último aplauso. Siempre en una tierra desolada, para que la ceremonia se reinicie. Como siempre. Julieta Daga es la gran oficiante de una totalidad en la que las manos fantasmales de los olvidados tirarán de las cuerdas para echarlos a volar. Conmovedor, misterioso y aplastante el espectáculo de Delprato, cuya totalidad es un manantial de creatividad, risas, melancolía y ternura. Y porque hay una rigurosa búsqueda, inteligencia, riesgo y teatro.

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“Carne de juguete”, de Gustavo Guirado, conmovió fuertemente al público que desbordó La Abadía.

Foto: Prensa Cultura UNL

Desde Corrientes, llegó la versión de Edgardo Dib sobre “Los árboles mueren de pie”, de Alejandro Casona. La expectativa por ver el último trabajo de este consagrado director santafesino fue compensada por un despliegue visual que orilló el brillo sostenido y la narración de códigos claros y asequibles. Una iluminación notable, rica y expresiva para cada escena de Leandra Rodríguez y un vestuario exquisito del mismo Dib son notas distintivas de una totalidad que no cuidó el bajo tono elocutivo de las actrices. “Inestable”, a cargo del Dúo Sutottos, permitió la risa (y la carcajada) a partir de un juego escénico de real valía, en el que sobresalieron las dos magníficas interpretaciones de Andrés Caminos y Gadiel Sztyk entregados al delirio. Inestable es el ser humano porque estos dos actores no desechan los sentidos para corroborar lo limitadas que suelen ser la inteligencia y la razón para percibir las cosas y todo a partir de un gran juego al que se le otorga el rol protagónico.

Una grata sorpresa fue poder apreciar al Grupo Lepirenei en la plazoleta Fragata Sarmiento. A las seis de la tarde del último domingo, bailarines, músicos y contantes que llegaron claramente desde la década del ‘40 protagonizaron al aire libre parte de una programación de la emisora radial La Pirenaica. El proyecto dirigido por Fabiana Sinchi fue el ganador de la Convocatoria UNL “El cuerpo todo. Cuerpos sin fronteras” (Trayectoría, producción 2016). Explicar el contenido del montaje es manifestar una visión particular. Se logró claramente un trabajo basado esencialmente en imágenes que permiten un sinfín de lecturas. Lo que sin duda queda tácito es el permanente juego de dualidades: vigilia y sueño, amor y odio, ficción y realidad, encuentro y desencuentro, hombre y mujer, el uno y los otros. El trabajo corporal, gestual y vocal de todo el elenco suma puntos de excelencia. Juan Candioti, Lucila Castillo, Sergio Coronel, Facundo Maggio, Carolina Maldonado, Vanesa Pérez Cepeda, Fabiana Sinchi y el gran Carlos Zenovich disfrutaron e hicieron disfrutar a los espectadores, embelesados con el lenguaje poético, vital para el teatro.

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Roberto Schneider, Chiqui González y Jorge Ricci presentaron la “Antología del teatro santafesino actual”. Foto: Pablo Aguirre