ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

Violencia de género

Por Luciano Lutereau (*)

En estos días, es corriente hablar de modo ligero de algo que se llama “patriarcado”. Las dificultades de nuestro modo de vida actual provendrían de que vivimos en una sociedad patriarcal (que, de modo liviano, es equivalente a decir “machista”), que hace de la mujer una posesión y un objeto a ser denigrado.

Para un psicoanalista, éste es un tema complejo. En particular, porque no contamos con un método que nos permita establecer afirmaciones cuyo alcance llegue al colectivo sin recaer en generalizaciones apresuradas (lo cual no quiere decir que lo psíquico no tenga raíces ni fundamentos sociales). Además, el peligro radica en sostener afirmaciones irreflexivas, cuyo resultado es una especie de degradación del psicoanálisis en sociología de sentido común; o, para no ofender a los sociólogos, una justificación de los prejuicios cotidianos a través del vocabulario técnico psicoanalítico.

Recientemente, consulté a un antropólogo sobre la cuestión. Me propuso una definición del patriarcado que me pareció interesante: es un sistema de organización que excluye a las mujeres de la violencia. Sin duda, eso implica una desigualdad, porque si la violencia es propiedad de los hombres (lo cual justifica que sean quienes, por ejemplo, van a la guerra), son ellos también los que quedan a cargo de los espacios públicos. Dicho de otro modo, el patriarcado no sería esa versión imaginaria que propone una dominación unilateral de las mujeres (esclavos) por los hombres (amos), sino que tendría una complejidad mayor: si el espacio público es masculino, no sólo los hombres deben morir en caso de una guerra, sino que las mujeres quedan excluidas del goce. De este modo, otra institución patriarcal es el batirse a duelo: ante la sospecha de infidelidad, un hombre supone la existencia de otro hombre con el cual debe pelear.

No es ésta la coordenada que encontramos en muchos de los casos de violencia de género de nuestra época. Un aspecto significativo en muchos de los femicidios actuales es la suposición de un goce a la mujer. Y otro aspecto de la sociedad patriarcal se encuentra vulnerado: que haya espacios para la violencia, es decir, una guerra no puede realizarse en cualquier lugar. Hay territorios para la guerra, como hay (o, mejor dicho, había) territorios para la pelearse. Ya nadie dice “Te espero en la esquina”, “Vayamos a pelear al baldío”, etc., sino que la violencia se ha vuelto espontánea y puede ocurrir en cualquier momento o situación.

Incluso algunos nostálgicos declaran que hoy en día tampoco los ladrones tienen “código”. Se mata por una campera, se golpea a un abuelo por una jubilación, y otras noticias cotidianas. Por eso, cabe preguntarse hasta qué punto la sociedad patriarcal puede explicar la violencia de género. En todo caso, aquélla tenía un modelo paradigmático: la violencia doméstica, en que un hombre golpeaba a su esposa “puertas adentro”; la secuencia se encuentra en más de una novela o película: el hombre sumiso con su jefe, u otros hombres, que en su casa se desquita con su esposa.

Sin duda, la sociedad patriarcal fue hipócrita. Porque en el espacio público decía “A las mujeres no se les pega”, pero en el espacio privado ejercía la violencia. Una violencia de cobardes, vuelta invisible y que debe ser visibilizada; pero, ¿es este modelo de violencia el que encontramos en muchos de los casos actuales? Pareciera más bien haber una mutación, a partir de la cual la violencia ya no es silenciosa sino pública: un hombre corre a su mujer por la calle con un arma, otro la prende fuego en la puerta de su casa, y así podrían mencionarse diversos horrores.

¿Qué coordenadas tiene la violencia en nuestros días? ¿No es un obstáculo seguir afirmando la hipótesis del patriarcado en una sociedad cuya violencia parecería no reconocer directamente el estatuto de prójimo del otro? Frases del estilo: “A un hombre en el suelo no se le pega”, “Pegar por la espalda es de cagón”, ¿no parecen una antigüedad masculina? En los casos más recientes, ¿es un hombre el que pega o, más bien, deberíamos pensar en una “destitución” de lo masculino?

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.