Editorial

  • La experiencia demuestra de manera innegable que las ciudades y los países con mejores índices de educación sufren menos problemas sociales.

Jardines para la vida

La vida de las personas suele estar marcada a fuego desde el preciso momento del nacimiento. En otras palabras, no es lo mismo llegar al mundo en una familia constituida, con una vivienda digna, acceso a la alimentación indispensable y con las necesidades básicas satisfechas; que hacerlo en un contexto de carencias extremas, desamparo, violencia y falta de oportunidades.

Es cierto que gracias al esfuerzo y a la constancia individual es posible salir adelante. Pero también es verdad que el punto de partida para unos y otros suele ser muy diferente. Sobre todo, en un país como la Argentina y en un subcontinente como América Latina, donde se registran los índices más profundos de inequidad social del planeta.

Los primeros años de vida resultan clave. Desde la Fundación Conin, por ejemplo, se insiste en que las privaciones alimentarias y sociales afectan el desarrollo cerebral del niño, lo que termina reflejándose en una disminución de su capacidad intelectual. Estas condiciones, tarde o temprano, dificultan los procesos de aprendizaje.

Un chico, un adolescente o un joven con problemas para adquirir conocimientos y reglas elementales de convivencia estará prácticamente condenado a vivir en la marginalidad. No se trata de un prejuicio, sino de un dato irrefutable de la realidad.

En muchos casos, los problemas de alimentación no están necesariamente vinculados con la carencia de alimentos, sino con la falta de educación básica en los encargados de criar a esos chicos. Se trata de condiciones ambientales y familiares que no sólo afectan al individuo que las sufre, sino también a la sociedad en general.

Frente a este inocultable contexto, la decisión de la ciudad de Santa Fe de apostar con fuerza por los jardines municipales para la primera infancia debe ser valorada y sostenida en el tiempo.

En los últimos días, 430 niños y niñas recibieron su diploma luego de haber atravesado cada una de las instancias de formación en estos 14 jardines que incluyen cerca de 100 salas y que comenzaron a ser construidos y organizados a finales de 2011. El objetivo no sólo apunta a garantizar el derecho y la calidad de la educación para la primera infancia, sino también a brindarle la posibilidad a las madres de estos chicos de trabajar o estudiar, sabiendo que sus hijos están en buenas manos.

La experiencia demuestra de manera innegable que las ciudades y los países con mejores índices de educación sufren menos problemas sociales. Se trata de un punto de partida esencial en la búsqueda de soluciones para el mediano y largo plazo. Trabajar sobre la contingencia es necesario. Pero atacar el problema desde sus raíces es indispensable si se pretende salir de un círculo vicioso que sólo incrementa las condiciones del subdesarrollo.

Actualmente, funcionan 14 jardines municipales, mientras se trabaja en la construcción de dos nuevos establecimientos -ambos con un 80 % de avance- en los barrios Padre Atilio Rosso y Alto Verde. En total, son 97 las salas en funcionamiento a las que asisten más de 2.000 niñas y niños de barrios en los que el municipio detectó fuertes necesidades. Además, se proyecta ampliar el jardín que funciona en el CIC Facundo Zuviría y construir uno nuevo en Chalet, cuyo inicio de edificación está previsto para el próximo año.

La iniciativa municipal llegó para consolidar el esfuerzo iniciado hace ya más de dos décadas por el Movimiento Los Sin Techo. En 1994, fueron ellos los que instalaron su primera salita maternal en el barrio San Agustín. Sin este trabajo denodado, sostenido y silencioso, seguramente los problemas sociales que hoy atraviesan a la ciudad de Santa Fe serían más graves. Y la búsqueda de soluciones, mucho más difícil.

Un chico, un adolescente o un joven con problemas para adquirir conocimientos y reglas elementales de convivencia estará prácticamente condenado a vivir en la marginalidad.