Presbítero Elvio Alberga (in memoriam)

P. Hilmar Zanello

El padre Elvio Alberga falleció el 27 de noviembre pasado. Al recordarlo, su rica personalidad como expresara nuestro arzobispo, merece el justo calificativo: “Fue un verdadero hombre de Dios”. Había nacido en la ciudad de Sunchales, el 5 de mayo del año 1924, falleciendo a los 92 años. Desde adolescente ingresó al Seminario Metropolitano Nuestra Señora de Guadalupe, un 4 de marzo de 1937 junto a 42 chicos entre quienes estaba el que escribe esta nota.

Fue desde entonces una amistad que perduró fielmente hasta su muerte, es decir durante 80 años. Su vida consagrada al Reino de Dios como sacerdote, merece ser recordada como un testimonio elocuente de una vida brindada a los demás en esta Iglesia de Jesús, a la que se consagró con la más auténtica fidelidad.

Por eso leemos en su vida, en todas sus actitudes pastorales como una viva actualización del Evangelio, como cumpliendo aquel lema de los primeros cristianos, lo que se lee en el libro de la Didage: “El cristiano es una carta abierta para los demás”. Recibió la consagración sacerdotal el 12 de diciembre de 1948, de manos del entonces cardenal Mons. Nicolás Fasolino al pie de la basílica Ntra. Sra. de Guadalupe.

En un comienzo fue nombrado vicario de la parroquia del Sagrado Corazón de la ciudad de Santa Fe. Al poco tiempo fue llamado para integrar el cuerpo de profesores del Seminario, siendo designado prontamente su rector en plena juventud.

En ciertos tiempos de crisis, optó por la vida pastoral como misionero de las poblaciones chaqueñas del llamado El Impenetrable. Era conmovedor escuchar sus experiencias entre los grupos indígenas. Después de un tiempo es reclamado por su obispo Mons. Zazpe al ofrecerle el curato de la parroquia de María Auxiliadora, donde al mismo tiempo enseñaba Literatura Latina y Literatura Castellana en el Seminario Metropolitano

Una vez cumplido el tiempo canónico de párroco, se hizo cargo de la capilla San Martín de Porres, dependiente de la parroquia María Auxiliadora quedando en la tarea pastoral como párroco emérito. Solía comparar su vida homologando la composición musical de Vivaldi “Las cuatro estaciones: Primavera-Verano-Otoño-Invierno”. También le tocó afrontar un duro invierno, cuando por una injusta y apresurada sospecha fue detenido padeciendo reclusión carcelaria. Fue un tiempo de fecundidad literaria, dejando unos versos verdaderamente místicos que recuerdan los versos de San Juan de la Cruz en su cántico espiritual, donde el sufrimiento, la angustia, la soledad y la injusticia propios de un duro invierno, mirados desde la fe, se convierten en una soleada primavera (son sus versos).

Su vida de reciedumbre y austeridad ocultaba un corazón humilde y misericordioso como un mensaje para este mundo. Los que compartimos con él la vida, gozamos de su confortante y rica amistad. El recuerdo que dejó entre sus comunidades, lo describen como hombre verdadero “siervo de Yahvé” consagrado como servidor humilde del Reino de Dios.

Dotado de dones y carismas, de habilidades exquisitas para el dibujo artístico y de gran creatividad poética, parco en palabras, de talante silencioso, de profunda espiritualidad que lo predisponía para la vida pastoral, que la vivía como un contemplativo en la acción (San Ignacio de Loyola). Fue todo un mensaje de esperanza para este mundo tan agresivo, mensaje que invita a un camino de reconciliación, paz y perdón, mensaje para todos los que queremos vivir como discípulos de Jesús y co-creadores de un mundo mejor. Padre Elvio, desde tu nueva vida junto al Padre, ruega por nosotros.

En ciertos tiempos de crisis, optó por la vida pastoral como misionero de las poblaciones chaqueñas del llamado El Impenetrable. Era conmovedor escuchar sus experiencias entre los grupos indígenas.

También le tocó afrontar un duro invierno, cuando por una injusta y apresurada sospecha fue detenido padeciendo reclusión carcelaria.