De Domingo a Domingo

La crisis del impuesto a las ingresos se encamina pero habrá suspenso hasta el final

por Hugo E. Grimaldi

DyN

“Nada es lo que parece”, la película de la banda de ilusionistas que hizo furor hace dos o tres años porque, en el colmo de la demagogia y en el medio de su show robaban bancos y repartían el dinero entre el público, se patentizó durante la semana que pasó en lo vertiginoso y cambiante de la puja política destinada a determinar a quiénes comprenderá de ahora en más el tributo que el Estado le arranca a los ingresos de los trabajadores, la llamada “cuarta categoría” del impuesto a las Ganancias. Algo bien banal, en todo caso, si se toma conciencia que, objetivamente, la Argentina de este conflictivo cierre de año se encuentra sumida en una fenomenal crisis institucional que incluye una vez más la reticencia a invertir en este “país de locos” hasta que aclare, tema que va más allá de la comparación con aquellos magos del cine y también con lo lindo que resulta para nuestra idiosincrasia aprovecharse del estilo Robin Hood, siempre y cuando no sufra el bolsillo propio, desde ya. Son parte de esta crisis dos elementos bien sencillos de la política y de su instrumentación que, en la oportunidad, han sido vulnerados por la incompetencia y/o por la viveza de los protagonistas, para darle a toda la historia un marco bien patético: 1) nunca el oficialismo debería mandar un proyecto a Sesiones Extraordinarias que no tenga la seguridad de salir del Congreso con el sello de “aprobado”; 2) nunca la política tributaria de corto alcance debería ser diseñada por quien no la va a ejecutar: la oposición. Igualmente, estos dislates básicos del caso parecen ser una gota de agua en el mar, si se los pone en un mismo plano con la necesidad que tienen los argentinos de buscar el progreso perdido tirando del carro para el mismo lado y peleando más por lo estructural que por el corto plazo, por el desarrollo antes que por la zanahoria y por el trabajo inclusivo antes que por los planes.

Todas esas cuestiones de fondo, en verdad, deberían salir de un diálogo reflexivo y de conjunto sobre el que la Iglesia no se cansa de insistir, aunque en la Argentina, la coyuntura lo tape siempre todo. Éste es un tema profundamente cultural, ya que es algo bien arraigado en la sociedad y un lastre que todo lo dificulta. Allí, está la verdadera puja de la política de estos tiempos, que va mucho más allá de la cuestión del impuesto al trabajo, ya que la concepción de Estado-grande que tienen metido en el cuerpo los argentinos de ninguna manera tiene que ver con un Estado-fuerte. Los que sorben de su teta, en primera línea los políticos, hacen creer al resto que se trata de algo omnímodo y así se ha logrado que ya varias generaciones se suban al tren del facilismo. El truco está en haberle metido en la cabeza a la gente que siempre se puede vivir de prestado y que el Estado es un barril sin fondo, que el gasto público es de todos y, quizás porque no convenía, nunca se ha insistido lo suficiente en recordar que los impuestos los pagan los privados.

Los países que funcionan bien no creen en este sortilegio falso de toda falsedad que incluye emitir sin límites o endeudarse hasta la coronilla, ya que la fiesta siempre alguien la paga. Esos pueblos prefieren caminar por otros andariveles y, de allí, las diferencias: creen en los derechos, los incorporan a la vida diaria, pero saben de deberes y de respeto hacia los derechos de los demás. En cambio, los piqueteros de por aquí, que cortan las calles para chantajear al gobierno (y éste que se deja chantajear), convencidos del “empoderamiento” que las ha dado la luz divina del populismo o la viveza de algunos dirigentes que manejan la caja, no toman siquiera en consideración que el dinero que alimenta esos subsidios que ellos reclaman surge de lo que pagan todos quienes no pueden circular. Quizás no lo saben, pero tampoco les importa. En medio de todos estos temas bien profundos que hacen a la degradación de la sociedad, la política de estos días sigue subida a la calesita del día a día y fogonea de continuo el cortoplacismo que todo lo diluye. El espectáculo de magia distractiva que montaron los políticos en estas últimas jornadas de 2016 tiene aristas bien graves sobre las que vale la pena reparar, porque en el medio, hay cuestiones fiscales bien delicadas, con costos cruzados que involucran a la Nación, a las provincias y a otros contribuyentes, más ideologías que no terminan de confluir, la preservación de espacios de poder para sacar tajada y la siempre poderosa interna peronista.

Ya se ha expuesto en esta columna cómo patinó feo el gobierno en la Cámara de Diputados y se adelantó la semana pasada el protagonismo que iba a cobrar el jefe de la bancada peronista en el Senado, Miguel Ángel Pichetto, para torcer la historia. Y así fue: más allá de su inveterada voluntad dialoguista, está claro que el rionegrino no comulga con los preceptos del macrismo en materia económica, sobre todo con el peso que debe tener el consumo interno en relación a las inversiones, pero es un gran negociador y tejió lo necesario para ir convenciendo a propios y a extraños sobre las carencias del proyecto que se votó con media sanción, hijo del ‘corte y pegue‘ que improvisaron Sergio Massa y Axel Kicillof cambiando alegremente reglas de juego y destrozando la necesidad argentina de dar previsibilidad.

Estuvo claro también que desde el minuto posterior a la sanción de los diputados, el gobierno buscó cambiar la historia, ya que tuvo el mérito de reconocer, aún a regañadientes, que su tozudez había empantanado la cosa hasta llegar a aquella histórica derrota de 140 a 86 y de recordar que, en el Senado, Cambiemos es también minoría. Por lo vertiginosa que fue, la jornada del martes 13 será recordada durante mucho tiempo en materia de negociaciones, partido que se jugó en varias canchas a la vez, apretada va y apretada viene. Primero, el gobierno salió a correr a los gobernadores porque ambos sectores son socios en la desgracia, ya que Ganancias se coparticipa casi por partes iguales. Entonces, les dijo públicamente: “No vamos a vetar, pero a ustedes les va costar mucho. Pero, además, como a la Nación también le va a costar esa cifra se la vamos a bajar a ustedes de la obra pública”.

Santa palabra y primer arrugue de barrera, ya que ni siquiera tuvo que agregar “... y en un año electoral”. Luego, apareció el hermano senador del gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, dispuesto a plantear cambios que permitieran la vuelta del proyecto a Diputados. Ya se explicó que eso iba a forzar a conseguir los dos tercios si se quería insistir en la sanción, misión casi imposible. Luego, ese mismo día, en la Comisión de Presupuesto del Senado se discutieron cuestiones técnicas y allí apareció, como un personaje bien relevante de toda esta historia, el administrador de la Afip, Alberto Abad, quien dejó a los senadores con la boca abierta. Con una serie de cuadros salidos de un oportuno y trabajado power point, el peronista Abad demostró cómo la “fe de erratas” que incluyó el diputado kichnerista Axel Kicillof en el proyecto aprobado aumentó el costo fiscal de la reforma en 2.200 millones de pesos anuales. Así, marcó que se llega a un costo de 132.500 millones de pesos al año, bache que debería cubrirse con ingresos presupuestarios y otros impuestos. El proyecto original del gobierno apenas se desviaba en unos 6 mil millones, ya que 27 mil para estos menesteres habían sido aprobados 12 días antes cuando se votó el Presupuesto. Entonces, se supo que ya Pichetto estaba cocinando en su despacho con emisarios del gobierno la posibilidad cierta de hacer cambios. El senador los provocó: “Díganle a Mauricio que la única manera de salir de esto es con un gran acuerdo cocinado en una Mesa de Diálogo entre todas las partes. Si mañana a las 11 no tenemos novedades se firma el dictamen y vamos al recinto”. En paralelo, se daba una señal más blanda, ya que sólo cuatro de nueve senadores rubricaron esta postura y hasta se dijo que se pensaban cambiar un par de miembros para conseguir más adhesiones. Los mensajeros iban y volvían frenéticamente del Congreso a la Casa Rosada, mientras allí se hablaba con los gobernadores primero y con los ministros de Economía de las provincias por el otro para equilibrar la balanza y pícaramente se anunciaba la firma del Decreto para eximir parcialmente al medio aguinaldo. A mojada de oreja, mojada y media. Al día siguiente, las cosas siguieron siendo provisorias y de retruques permanentes aunque no tan cambiantes y aunque costó, se llegó al fin de la jornada sin que nadie patee el tablero. Hubo rumores, operaciones, pases de facturas y desde el gobierno se aceptó la vuelta al diálogo, pero por separado. Cómo no hacerlo, si Pichetto les había dado una nueva vida. Entonces, empezaron las reuniones, primero con los gremios, ya que el senador le bajó una línea precisa al gobierno y le diagramó la secuencia, mientras él mismo tomaba contacto con Massa, Kicillof, Diego Bossio y Emilio Monzó, mientras Federico Pinedo sacaba y metía conejos en la galera. Y aunque flojo de memoria, porque tampoco Pichetto nunca hizo nada superador a favor de la CGT en materia de Ganancias cuando gobernaba el kirchnerismo, sentenció: “Primero, hay que arreglar con los trabajadores que son los grandes perjudicados y después vengan”. Lo cierto es que por más esfuerzos que hagan todos los actores (gobierno, oposición, gremialistas, diputados, senadores y gobernadores), cada cual cargando con la culpa que le compete, nada está definido todavía de verdad en este tema y tantos juegos, mentiras y seducciones ya se verá hasta dónde llegan. Lo único concreto es que el miércoles próximo habrá sesión en el Senado y que se tratará el tema. Qué cosa se votará es el misterio que aún no se devela y ante tanta precariedad es probable que eso recién se sepa a la hora de votar. Si todo sale como el gobierno prevé, los diputados definirán el día de los Inocentes. “Nada por aquí, nada por allá”.

Los países que funcionan bien no creen en este sortilegio falso de toda falsedad que incluye emitir sin límites o endeudarse hasta la coronilla, ya que la fiesta siempre alguien la paga.