Breve respuesta al señor Rogelio Alaniz

Sobre la antigua Palestina y el posterior enclave colonial

Por Saad Chedid

Los amigos que me invitaron a dar una conferencia sobre las palabras “semita” y “antisemita” bajo el lema “Sólo la luz que brinda el conocimiento puede acabar con la oscuridad, el odio y la ignorancia”, me han enviado el artículo publicado por el Sr. Rogelio Alaniz titulado “¿Qué tierras debe devolver Israel: las de 1967 o las de 1947?”.

Es un gesto que transmite la humildad y la honestidad de su posición frente al Sr. Rogelio Alaniz. Y una carga de responsabilidad para mí.

Mi conferencia giró alrededor de un libro publicado por la editorial Canaán, de una traducción de un libro editado en Francia, con el título de “Antisemitismo, el intolerable chantaje”. Todos sus autores son prestigiosos intelectuales, entre los cuales sólo destacaré a Étienne Balibar, Judith Butler (la única estadounidense) y Michel Warschawski.

Como la mayoría de ellos trata el tema del antisemitismo en Francia, pero sin explicar o definir la palabra “semita”, me permití agregar un ensayo mío en el cual trataré de exponer la historia de ambas palabras, esto es, “semita” y “antisemita”, que fuera el eje de mi conferencia en la Sala Cultural del gremio ATE.

Porque todas las palabras, invento de los hombres, tienen una historia, y es imprescindible saber quién las inventó, por qué las inventó, para qué las inventó y en qué contexto histórico las inventó.

En la conferencia, mi objetivo era hacer las aclaraciones necesarias sobre el uso, abuso y tergiversaciones del término “semita”, del cual la mayoría de los que se sienten incriminados cuando se le agrega el “anti-” tergiversador, suponen una grave acusación por no conocer el verdadero significado de la palabra.

La palabra “semita”, lo reitero por enésima vez, es sólo una referencia lingüística, y no puede ser utilizada con connotaciones antropológicas.

Nadie puede ser tildado de antisemita, porque quien lo dice y quien recibe la supuesta afrenta no saben de qué hablan, ya que semita es sólo una referencia lingüística.

La palabra “semita” fue inventada por el filólogo alemán Ludwig Schlözer, en 1781, para referirse a las lenguas que se hablaban en la antigua Canaán. No a los pueblos ni a las personas que allí habitaban.

Es una lengua madre, en términos técnicos, un protolenguaje.

Por ello nadie puede ser acusado de antisemita.

Dicho esto, quisiera hacer unas reflexiones sobre el texto de Rogelio Alaniz, quien con un lenguaje entre callejero y pretendidamente académico -y con gran desconocimiento de cómo se gestó el enclave colonial del hoy Estado de Israel, y de las masacres perpetradas por las bandas de europeos judíos terroristas contra el pueblo palestino, desde mucho antes de la implantación del Estado- ha elaborado un texto lleno de errores.

Pero no seré yo quien le enseñe a Rogelio Alaniz que su jerga callejera se basa en falsedades que él repite como los muñecos de los ventrílocuos, y supone estar escribiendo proposiciones serias y válidas.

Serán pensadores judíos, cuya fama y trascendencia quedará acreditada por sus solos nombres.

El primero de ellos, Edwin Montagu, único miembro judío del Gabinete de Guerra de la Inglaterra imperial, quien en 1917 le envió al gabinete del que formaba parte, este texto que extraigo de su Memorandum al gobierno británico, en el que le manifiesta su desacuerdo con la Declaración Balfour, que pretendía apoyar la implantación de un hogar nacional para judíos en Palestina:

“Yo afirmo que no existe una nación judía. Los miembros de mi familia, por ejemplo, quienes han estado en este país por generaciones, no tienen ningún tipo de comunidad de clase o de deseo con ninguna familia judía de cualquier otro país, más allá del hecho de que profesan, en mayor o menor grado, la misma religión. No es verdad decir que un inglés judío y un moro judío son de la misma nación, o decir que un inglés cristiano y un francés cristiano son de la misma nación.

“... Un criterio religioso de ciudadanía me parece que puede ser admitido sólo por aquellos que tienen una visión intolerante y estrecha de una época particular de Palestina, y reclaman para los judíos una posición para la cual no tienen derecho”.

Asimismo el gran pensador alemán y premio Nobel de Física, Albert Einstein, en una carta dirigida el 10 de abril de 1948 a Shepard Rifkin, director ejecutivo del grupo terrorista conocido como la Banda Stern, escribía: “Estimado señor: Cuando una real y final catástrofe caiga sobre nosotros en Palestina, el primer responsable de ello serán los ingleses y el segundo responsable por ello la organización terrorista forjada desde nuestras filas. Yo no estoy dispuesto a ver a ninguno asociado con esas personas confundidas y criminales. Sinceramente suyo, Albert Einstein”. (1)

En otra carta descubierta recientemente, Einstein escribió, un año antes de su muerte: “Para mí, la palabra ‘Dios’ no es otra cosa que la expresión y el producto de la debilidad humana, y la Biblia una colección de leyendas honorables todavía primitivas, ¡que resultan muy pueriles! (...) El judaísmo es la encarnación de las supersticiones más pueriles (...) Yo no veo nada de ‘elegidos’ en los judíos”. (2)

Está de más decir que cuando Albert Einstein dice la Biblia, y utiliza la palabra “Dios”, sus referencias son estrictamente a la Torah y a Jhwh, texto y deidad judíos, y por eso dice: “El judaísmo es la encarnación de las supersticiones más pueriles”.

Confirman la acusación de terroristas a los europeos judíos sionistas que invadieron Palestina, a los que Einstein rechaza absolutamente, las declaraciones de Yitshak Shamir en un reportaje que le hiciera el diario Clarín, durante su visita a Buenos Aires como primer ministro del Estado de Israel, el 5 de septiembre de 1991.

Y estos muy breves textos de Shlomo Sand, uno de los historiadores israelíes más importantes en la actualidad, quien juntamente con Ilan Pappe y Norman Finkelstein constituye la tríada más conocida fuera del Estado de Israel. Textos extractados de su libro “Cómo dejé de ser judío”, que ha sido publicado por la Editorial Canaán, dicen: “En el Estado de Israel, toda forma de definición de la judeidad es profundamente tramposa, impregnada de mala fe y de arrogancia. (3)

“Tengo conciencia de que vivo en una de las sociedades más racistas del mundo occidental. El racismo es, por supuesto, omnipresente, pero en Israel se lo encuentra en el espíritu de las leyes, se lo enseña en los colegios, es difundido por los medios de comunicación. Sobre todo, y esto es lo más terrible, los racistas no saben que lo son y por eso mismo no se sienten obligados a disculparse”.

Como consecuencia de ello, el profesor Shlomo Sand en el final de su libro, le dice al mundo y quiere que éste lo sepa: “Siendo que soporto mal que las leyes israelíes me impongan la pertenencia a una etnia ficticia, y que soporto aún peor aparecer ante el resto del mundo como miembro de un club de elegidos, anhelo presentar mi renuncia y dejar de considerarme como judío”.

Sólo agregaré, como aclaración personal, que lo que el señor Rogelio Alaniz no ha leído es que la Resolución 181/47 de las Naciones Unidas sólo recomendó la partición de Palestina. ¿Y por qué recomendó la partición de Palestina, si Palestina y los palestinos, según Alaniz, no existían antes?

Sencillamente porque ya existía un Estado de Palestina que formaba parte de la Sociedad de las Naciones, la cual en el Mandato sobre Palestina otorgado a Inglaterra, señalaba en su Art. 5 que la “Potencia mandataria velará porque ningún territorio de Palestina sea cedido, arrendado o colocado en forma alguna bajo el control del gobierno de una potencia extranjera”. En el Art. 6: “Aunque la administración de Palestina velará porque los derechos y la condición de otros sectores de la población no sufran menoscabo, facilitará la inmigración judía en condiciones convenientes y fomentará en cooperación con el organismo judío mencionado en el Art. 4, el establecimiento intensivo de los judíos en tierras de Palestina, incluso en aquéllas pertenecientes al Estado y en las incultas no requeridas para fines públicos”. Por fin, en el Art. 7: “La Administración de Palestina tendrá la obligación de dictar una ley de nacionalidad. Se incluirán en dicha ley disposiciones encaminadas a facilitar la adquisición de la nacionalidad palestina a los judíos que establezcan su residencia permanente en Palestina”.

Podría seguir agregando otros textos aclaratorios y también de grandes pensadores judíos, de los cuales Rogelio Alaniz seguramente no sabe que existieron o existen, por lo que, en su ignorancia, pretende con un lenguaje que por momentos intenta ser académico, escribir lo que han leído los lectores del diario El Litoral.

Como han señalado desde antiguo los grandes maestros de la humanidad, sólo la verdad nos hará libres.

(1) Fred Jerome. “Einstein on Israel and Zionism”. St. Martin’s Press, New York, 2009. p.187.

(2) Esta carta de Einstein fue hecha pública por la prensa, especialmente por el New York Times, del 17 de mayo de 2008, cuando fue puesta en venta pública en Londres, el 15 de mayo. Fue enviada por Einstein al filósofo alemán Eric Gutkind, el 3 de enero de 1954.

Tomada del libro de Jean Soler, “La violence monothéiste”. Editions de Fallois, París, 2008, pp. 411 (texto) y 467 (nota). De próxima publicación por la Editorial Canaán.

(3) Sholmo Sand. “Cómo dejé de ser judío”. Editorial Canaán. Buenos Aires, 2016, p.223.

La Resolución 181/47 de las Naciones Unidas sólo recomendó la partición de Palestina. ¿Y por qué recomendó la partición de Palestina, si Palestina y los palestinos, según Alaniz, no existían antes?

La palabra “semita” fue inventada por el filólogo alemán Ludwig Schlözer, en 1781, para referirse a las lenguas que se hablaban en la antigua Canaán. No a los pueblos ni a las personas que allí habitaban.