editorial

  • Para concretar el proyecto de Vaca Muerta hacen falta capitales y tecnologías que no tenemos, y para convocarlos hay que presentar un negocio rentable.

Ruptura de otro cepo

La Argentina exalta de continuo sus riquezas teóricas. No se cansa de hablar de sus reservas de gas y petróleo, de litio, de su potencialidad en energía eólica, pero las explota a medias o no las explota. Y respecto de su más genuina base productiva, compuesta por la agricultura moderna, la ganadería, la generación regional de productos competitivos a partir de la ruralidad, los maneja con regulaciones e impuestos para financiar un Estado con un elefantiásico crecimiento del gasto público. Las consecuencias están a la vista.

Pareciera que los argentinos preferimos hablar de nuestras potenciales riquezas, en vez de activarlas mediante la inversión efectiva y el trabajo productivo. Al menos, así ha sido en el último medio siglo, ciclo que coincide con un proceso de irrefrenable declinación en el contexto de las naciones y un pavoroso crecimiento de los indicadores de pobreza.

Frente a este oscuro panorama, gestado por el permanente reciclaje de viejos discursos y prácticas de resultados negativos -acentuados al máximo durante la experiencia kirchnerista-, aparece en estos días un intento político heterodoxo que aspira a romper el círculo vicioso en el que estamos encerrados y poner en marcha a la Argentina. Prueba de ello son los acuerdos logrados para avanzar con el proyecto de explotación de los yacimientos de Vaca Muerta en la Patagonia.

Esta nueva fase -con un tibio antecedente en el acuerdo de YPF con Chevron-, parte de una evidencia y una necesidad. La evidencia, de acuerdo con estudios reconfirmados, es que estos yacimientos componen una mancha subterránea de 30.000 km2, que le otorga el segundo lugar a nivel mundial en reservas de shale gas y el cuarto en materia de shale petróleo. La necesidad, a su turno, es que nuestro país padece un déficit de energía que se atiende con importaciones de alto costo que fisuran las arcas de la Nación y, en definitiva, pesan sobre los hombros de los ciudadanos. La falta de inversión ha hecho lo suyo respecto de las restricciones productivas; y la falta de inversión y mantenimiento en generación y transporte de electricidad les ha provocado a los argentinos en los últimos años los padecimientos sufridos.

En esta encrucijada, la respuesta inteligente es clara: hay que aprovechar lo que la naturaleza nos ha concedido. Pero la gran cuestión es cómo extraer esa riqueza potencial de las entrañas de la tierra. La respuesta es otra vez nítida: para concretarlo hacen falta capitales y tecnologías que no tenemos, y para convocarlos hay que presentar un negocio rentable. Además, y de similar importancia, es necesario remover viejos cepos conceptuales.

Por fin ha ocurrido; y este hecho, de evolucionar en sintonía con lo previsto, se levantará como un hito histórico que divida los fracasos de la segunda mitad del siglo veinte, del ingreso efectivo a las realidades innovadoras del siglo XXI. Explícita o implícita, ésta ha sido la conclusión a la que arribaron el gobierno nacional, el Sindicato de Petróleo y Gas Privado, la provincia de Neuquén y empresas petroleras que, en condiciones de mayor competitividad para un segmento productivo no convencional, multiplicarán sus inversiones. Se trata de una aplicación práctica de cooperación dentro de la teoría general de los juegos, basada en la matemática de las interacciones humanas.

Como dijo hace muchos años un político argentino, nuestro país fabula con la potencialidad de sus riquezas sin advertir que si no las aprovecha sigue siendo pobre. Es hora de terminar con el síndrome del perro del hortelano, que según la obra clásica de Lope de Vega, “no come ni deja comer”.

El acuerdo es una aplicación práctica de cooperación dentro de la teoría general de los juegos, basada en la matemática de las interacciones humanas.