Crónicas de la historia

Aurelia Vélez Sarsfield

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Dalmacio Vélez Sarsfield, padre de Aurelia y ministro de Interior en la presidencia de Sarmiento. Foto: ARCHIVO

 

Por Rogelio Alaniz

Aurelia Vélez Sarsfield conoció a Sarmiento en 1855, en la redacción del diario El Nacional, dirigido por su padre. Dalmacio fue quien le abrió a Sarmiento las puertas políticas de Buenos Aires. Y también le abrió la puerta de su casa. La del dormitorio de su hija, prefiero pensar que el sanjuanino la abrió a su cuenta y riesgo y con el probable consentimiento de Aurelia, aunque en estos temas no es conveniente arriesgar una opinión definitiva.

La mujer que Sarmiento conoce en 1855 tiene diecinueve años, pero ya cuenta con una sólida formación política. Atenta secretaria privada de su padre, a quien le atiende la correspondencia y le ordena los papeles. A su eficacia administrativa le suma una vida sentimental de la que lo más suave que se puede decir es que era algo borrascosa. La aclaración es pertinente para evitar el lugar común que dice que Sarmiento sedujo a una niña desvalida e inocente, aprovechándose de la amistad con el padre.

Aurelia recién acaba de dejar la adolescencia y ya conoce a Mitre, Tejedor, Elizalde, Alsina. El espacio público y el espacio privado para ella son más o menos lo mismo. Los hombres que gobiernan, batallan, escriben en los diarios y que en el futuro serán reconocidos como próceres, son los mismos que visitan a su padre, discuten, se ríen y en más de una ocasión conversan con esa chica que, a diferencia de sus hermanas y de muchas mujeres de su edad, parece muy interesada por los temas que conversan los mayores.

Quienes la conocieron aseguran que no era hermosa, aunque los retratos que se conservan no permiten decir que fuera fea. Un historiador la describe como “una mujer moderna, inquieta, algo andariega, altiva, orgullosa, femenina sin ser afeminada”. Según Enrique Martínez Paz “Aurelia tenía una inteligencia poderosa, un equilibrio manifiesto y modales y maneras de una gran distinción. Era una mujer extraordinaria, de un talento resplandeciente y de un sentido de la dignidad personal que la llevaba a ser arrogante”.

La relación entre ellos no debe de haber sido fácil. Las diferencias de edad, los prejuicios de la época, el estado civil de Sarmiento, los celos justificados de su esposa Benita Martínez Pastoriza, habrían complicado el vínculo y en algún punto lo deben haber hecho imposible. Convengamos que los antecedentes amorosos de Sarmiento para la moral de la época no eran precisamente recomendables. Para esos años, el sanjuanino tenía una hija, Faustina, producto de sus amoríos con una maestrita chilena que había conocido en 1832. En 1848 se había casado con Benita, después de haber sido su amante furtivo durante unos cuantos meses. Benita entonces estaba casada con un hombre cuarenta años mayor que ella, don Domingo Castro Calvo. Nunca se supo con certeza si Dominguito fue hijo de Castro Calvo o de Sarmiento, porque cuando nació el niño, la buena de doña Benita andaba con los dos Domingo, Castro Calvo y Sarmiento.

Sarmiento y Aurelia deben de haber vivido los momentos más fogosos de su relación durante los dos o tres primeros años. Una carta de ella es muy representativa de esa pasión: “Te amo con todas las timideces de una niña y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no era creíble que fuera posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Sólo tengo en mi vida una falta y es mi amor a ti. Perdóname encanto mío, pero no puedo vivir sin tu amor”.

Me encanta este Sarmiento capaz de despertar esas pasiones y de vivirlas con esa intensidad. Sarmiento en este punto es lo opuesto a Juan Manuel de Rosas, a quien su amante le escribía tratándolo de “Mi señor”, mientras él firmaba sus cartas con la sugestiva rúbrica: “Tu patrón”. Me encanta este Sarmiento fogoso, arriesgado, dispuesto a pagar el precio que sea necesario por su amor; decidido a querer y ser querido más allá de las normas y los prejuicios.

Porque claro, el romance fue muy apasionado pero también muy escandaloso. Para 1857, Benita, que ya estaba al tanto de todo, se instaló en Buenos Aires y allí empezaron las escenas con sus consabidas secuelas de rumores, chismes e insidias. Benita no está dispuesta a ser desplazada por “una petisa fea”, y a juzgar por las confesiones de Sarmiento a Mitre, la mujer le hizo la vida imposible con sus celos, sus amenazas iracundas, sus escenas de llantos y reproches. Como para completar el culebrón, Benita consiguió como aliadas a las esposas de Mitre y Avellaneda, Delfina Vedia y Carmen Nóbrega, quienes intrigarán en su contra y le sacarán el cuero en cuanta reunión social se celebre. Todo se complica, además, porque Dominguito cierra filas al lado de la madre. Y como si ello fuera poco, Sarmiento se entera de que la estricta de doña Benita mantiene relaciones amorosas con un amigo suyo. Está en su derecho, seguramente, pero convengamos que toda esta suma de escándalos no le deben de haber resultado agradables a una personalidad explosiva y fogosa como la de Sarmiento.

El presidente Bartolomé Mitre, que entonces era su amigo, decide mandarlo a San Juan en una controvertida misión política. Fue una decisión política, pero nada nos cuesta a nosotros pensar que así como en 1845 el presidente chileno, Manuel Montt, manda a Sarmiento a Europa para estudiar los sistemas educativos -cuando en realidad lo que estaba haciendo era apartarlo de sus habituales escándalos amorosos-, veinte años después, Mitre hace algo parecido, algo que además Sarmiento se lo pedía a los gritos- porque la situación privada en Buenos Aires era para él insostenible.

Aurelia fue la amante de Sarmiento, pero fue también su colaboradora política, en algún momento su hija, y tal vez en otro momento algo así como su consejera y su paño de lágrimas. Por estilo, por personalidad, Aurelia siempre prefirió un perfil bajo. Sin embargo, Sarmiento desde Estados Unidos recomendaba a sus amigos que para las cuestiones operativas de la política la consultaran a ella.

En la campaña electoral de 1868, ella fue la principal operadora del candidato que luego sería presidente de los argentinos. Para esa fecha, su padre la convocó para que lo ayudara en el trabajo de redactar el Código Civil. Padre e hija se trasladan a la quinta de Almagro e inician el gigantesco emprendimiento jurídico. En esa tarea también colabora un joven salteño que muchos años después también seria presidente de los argentinos: Victorino de la Plaza.

Aurelia trabaja con su padre, cultiva relaciones políticas y sigue enamorada de Sarmiento. En 1868 le escribe: “Me dirá usted que no se tiene la culpa de sentir de un modo u otro; quizá tenga razón, pero creo que la tengo y mucho cuando le recomiendo como antídoto para su enfermedad los vínculos del corazón. ¿Ya no es tiempo?”.

Siempre se dijo que la candidatura de Sarmiento a la presidencia fue propuesta por Lucio V. Mansilla. Otros hablan de la importancia de su amigo José Posse, pero si le vamos a creer a Sarmiento, la que más influyó para que él llegara a la presidencia fue Aurelia. La confianza de él en ella es absoluta. En una carta a Posse le comenta lo que piensa de Aurelia en materia política: “Entiéndase con Vélez y con su hija, más con ésta que con el viejo, tiene más carácter y, créamelo, juicio más sólido que todos nuestros amigos”.

Las elecciones se celebran el 12 de abril de 1868 y el 23 de julio Sarmiento sale de Estados Unidos sin conocer todavía los resultados. Ansioso, entretiene sus horas escribiendo un diario sobre sus impresiones de viaje y se lo dedica a Aurelia. “En este viaje que me propongo describir, el viajero sólo es el protagonista. Y le dedico a usted sola su lectura... pues a toda hora del día ha de estar usted presente en mi memoria. Viviré pues, anticipadamente en su presencia, y cada escena que describa la tendrá a usted como espectadora, complacido acaso de recibir este diario tributo”.

Sarmiento asume como presidente el 12 de octubre de 1868. El viejo Dalmacio es nombrado ministro de Interior. Es el primer nombramiento que hace, y el diario de la oposición comenta el episodio con reconocible ironía: “Sarmiento hace rato que está hechizado por los Vélez”. Hechizado o no, Aurelia va a estar al lado de Sarmiento en todas, en las buenas y en las malas, cuando gane y cuando pierda, cuando lo aplaudan y cuando lo insulten. (Continuará)

Me encanta este Sarmiento fogoso, arriesgado, dispuesto a pagar el precio que sea necesario por su amor. Decidido a querer y ser querido más allá de las normas y los prejuicios.

Según Enrique Martínez Paz, “Aurelia tenía una inteligencia poderosa, un equilibrio manifiesto (...) Era una mujer extraordinaria, de un talento resplandeciente y de un sentido de la dignidad personal que la llevaba a ser arrogante”.