Un capital invaluable, pero efímero

El futuro no tiene dueño

Hace tiempo que en la Argentina nadie es dueño de los votos. Quien siga pensando la política en términos de pertenencias imperturbables, se equivoca.

José Curiotto

@josecuriotto

Estimado lector... respire profundo... varias veces... intente desconectarse de todo... ¿lo logró...?

Si cree que es necesario, vuelva a respirar profundamente....

Le propongo un juego muy simple.

Responda a esta sencilla pregunta...

¿Cuál es la primera palabra que aparece en su mente ante el término “ARGENTINA”?

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Entre el 25 y el 27 de enero pasados, la consultora Giacobbe y Asociados propuso esta consigna a 2.500 personas localizadas a lo largo y ancho del país. Lo hizo a través de redes sociales, tomando como base un universo en el que se tuvieron en cuenta variables como sexo, edad, región y secciones electorales.

Las conclusiones resultaron sorprendentes. O quizá, no tanto.

La palabra más reiterada fue “Esperanza”, escoltada por la palabra “Futuro”. Cerca, apareció la palabra “Oportunidad”.

Nadie intentó influir en las respuestas. Simplemente, las personas consultadas asociaron con total libertad una palabra con otra, revelando a través de este juego cuál es su mapa mental. Lo que hicieron, fue compartir su real percepción.

Los consultores saben que en estos momentos su credibilidad se encuentra jaqueada debido a una serie de notables equivocaciones. No sólo en la Argentina, sino también en el resto del mundo. Lo sucedido con los sondeos previos a las elecciones norteamericanas, con el referéndum sobre el Brexit o con el acuerdo entre las Farc y el gobierno colombiano, son claros ejemplos en este sentido.

En algunos casos, estos errores reflejan el grado de corrupción que existe entre ciertas encuestadoras, que no dudan en generar resultados funcionales al cliente de turno. Pero en otros, las encuestas fallan porque los encuestados no dicen lo que realmente piensan. En lugar de hacerlo, buscan la respuesta políticamente correcta.

Cuando las consignas se presentan a modo de juego y las preguntas son absolutamente abiertas, las posibilidades de acercarse a la verdad se incrementan.

Capital invaluable

El hecho de que palabras como “Futuro” o “Esperanza” aparezcan entre las respuestas más frecuentes no parece casual. Los doce años de gobierno kirchnerista terminaron con una enorme porción de argentinos hastiados de un modo de hacer las cosas. Quizá no sabían exactamente qué querían en el momento de votar a fines de 2015. Sin embargo, sí estaban seguros de qué era lo que ya no querían.

Mauricio Macri estuvo en el lugar preciso, en el momento indicado. Se transformó en cuestión de meses en la personalización misma del cambio. Sus asesores lo percibieron a tiempo y con inteligencia. El PRO dio lugar a Cambiemos. Y sus nuevos socios llegaron para ocupar el vacío de un equipo de técnicos con escasa experiencia en la política nacional, sin demasiada estructura y con escasísima representación territorial.

Mauricio Macri puede sentirse un hombre afortunado. Frente a este contexto de un proceso político marchito como el kirchnerismo y un profundo deseo social de renovación, el nuevo presidente recibió un crédito inusual. Sólo así fue posible que la mayoría de los argentinos soportara estoicamente un año tan difícil como 2016, con una inflación récord, incrementos tarifarios -necesarios, pero extraordinarios-, marchas y contramarchas. El resultado de la encuesta de Giacobbe y Asociados confirma este panorama.

Sin embargo, el crédito social es un capital efímero que debe ser celosamente protegido. Es cierto que el recuerdo del pasado continúa sopesando los errores del presente. Pero el paso del tiempo reduce para cualquier gobierno los márgenes para cometer errores.

El crédito aún existe. Sin embargo, por momentos el macrismo parece empeñado en despilfarrarlo con desaciertos no forzados: sólo por mencionar algunos ejemplos, esta situación se produjo con el nombramiento por decreto de dos miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los incrementos en las tarifas del gas, los cambios en el esquema de feriados, el acuerdo entre el Estado nacional y el Grupo Macri por la concesión del Correo y el recálculo de los haberes jubilatorios.

En cada uno de los casos, se puede discutir si las medidas impulsadas eran o no apropiadas. De lo que no hay dudas, es que por diversos motivos el gobierno no midió las consecuencias de sus decisiones y se vio obligado a replantear sus políticas.

El mismísimo presidente debió salir al ruedo para aplacar los ánimos. Lo hizo en una conferencia de prensa en la que se sometió a todo tipo de preguntas. Incluso, a ciertos reproches. Este rotundo cambio de estilo es bienvenido, pero el gobierno se vio obligado a jugar su carta más fuerte, ésa que debería preservar para situaciones límite. Fue un desgaste evitable.

Capital sin dueño

Quienes asocian la palabra “Argentina” con conceptos tales como “Futuro” o “Esperanza”, no lo hacen en términos de pertenencia política. No se limitan a pensar en un partido o dirigente en particular. Simplemente, creen que es posible superar el pasado por algo mejor y sienten la necesidad de lograrlo.

Van paso a paso. Analizan, evalúan. A riesgo de equivocarse, viven el presente. Y eligen a quien sienten que mejor los represente en un momento determinado.

Hace tiempo que en la Argentina nadie es dueño de los votos. Quien siga pensando la política en términos de pertenencias imperturbables, se equivoca. Se trata de una lógica arcaica. El crédito social representa un capital invaluable, pero efímero. Por eso, debe ser inteligentemente preservado.

El mismo paradigma que llevó a Cambiemos al poder, podría hacer que los votantes decidan mirar al costado y optar por otras alternativas.

El gobierno debería ser consciente de este escenario. Y actuar en consecuencia.

Mauricio Macri puede sentirse un hombre afortunado. Frente a este contexto de un proceso político marchito como el kirchnerismo y un profundo deseo social de renovación, el nuevo presidente recibió un crédito inusual.