Tribuna de opinión

Varones, armas y delito juvenil

Por Osvaldo Agustín Marcón (*)

El lingüista y filósofo Noam Chomsky escribió que en Estados Unidos los varones norteamericanos blancos, de bajos o medios ingresos, piensan “que el movimiento feminista les ha quitado su rol en las familias patriarcales. De ahí creo que viene -dice- tanto fanatismo por las armas. Tienen que tener armas para mostrar que son hombres reales” (Le Monde Diplomatique, nov./2016). Chomsky hace esta afirmación en un contexto más general, analizando las razones que llevaron al triunfo electoral a Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016.

Aunque podríamos preguntarle si cree que el único responsable de esas conductas masculinas es el feminismo, atenderemos la última parte de sus dichos, donde hace depender la condición varonil de la posesión de armas. Como sabemos, gran parte de la ciudadanía norteamericana ha desarrollado todo un relato en favor del ciudadano armado (la famosa Asociación Nacional del Rifle es una expresión institucional de dicho ideario). Sabemos inclusive que, como consecuencia de ese marco, la virilidad se gradúa en función de la potencia de fuego de las armas poseídas (no por casualidad el fornido y recio mercenario “Boogie, el aceitoso”, creado por el humorista argentino Roberto Fontanarrosa, utilizaba en sus andanzas una poderosa y enorme pistola 44-Magnum).

Conductas delictivas y armas

El lugar simbólico que se ha dado a las armas en distintas sociedades no explica por sí solo y de manera universal la proliferación de los niveles de violencia delictiva interpersonal. Esto es así pues, por ejemplo, países como Suiza o Canadá exhiben elevados índices de tenencia de armas pero bajos indicadores de violencia derivada. Diferente es la situación en EE.UU., país que cuenta con elevados guarismos en ambos rubros (posesión de armas y violencia). En Latinoamérica, la realidad criminológica infanto-juvenil coincide con la norteamericana en ese punto: son importantes los indicadores de correlación entre las conductas delictivas juveniles y la tenencia ilegal de armas. Distintos organismos admiten esta realidad, por caso, a través del impulso a distintos programas de desarme cuyos resultados no parecen todavía suficientemente satisfactorios.

Ahora bien: desde las protoformas conceptuales medievales hasta los estudios contemporáneos, se han intentado variadas explicaciones criminológicas sobre las conductas delictivas. Sin embargo, no abundan los trabajos centrados en la relación género-crimen y, más específicamente, en el rasgo que permite pensar en términos de masculinización del delito. En nuestra realidad, la transgresión penal juvenil es mayoritariamente conducta de varones, característica harto evidente desde el punto de vista estadístico. Tenemos entonces al menos tres relaciones a atender: jóvenes varones, delito y uso de armas. Claro está que tales vínculos no son excluyentes de muchos otros, usualmente asociados a los efectos de la violación de derechos sociales, con su especificidad latinoamericana.

Pensando cuantitativamente, sabemos que no se trata de varones armados como Boogie. Hay casos de uso de armamentos sofisticados, claro está, pero en general no se trata de pandillas juveniles “mejor armadas que la policía”, como se suele afirmar de manera bastante ligera en diversas ocasiones. Obviamente, las armas de fuego, aún siendo pequeñas, tienen la capacidad de quitar vidas. Pero no se trata -insistimos- de aquel armamento que puede imaginarse en manos de célebres narcotraficantes. Por lo tanto, y eso es lo que aquí interesa, se trata de atributos de masculinidad muy menguados que, de todos modos, suelen funcionar como fuente de reconocimiento ante pares en -decíamos- entornos sociales altamente vulnerados y vulnerables.

Es por ello que quizás convenga atender la vinculación de este modo de ser varones en contextos altamente hostiles y la posesión de armas. Esta tarea podría ayudar a entender, al menos, algunos aspectos ubicados en la génesis de esa construcción pero, también, los modos en que ella es retroalimentada cotidianamente y desde los programas estatales. En ocasiones, esto pasa desapercibido, sin más consecuencias, pero en otras puede suponerse que las acciones reafirman a los jóvenes en ese modelo de virilidad, aún cuando ya no apelen a las armas.