Mesa de café

Lo lograron

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Por Remo Erdosain

Marcial lo mira a José que acaba de sentarse a la mesa. Es una mirada irónica, tal vez burlona.

—Los felicito -le dice.

—¿Y a qué se debe tremendo agasajo?

—A que lo lograron.

—¿Logramos qué?

—La educación privada duplica en calidad a la pública. Mejores rendimientos en Matemáticas, mejores rendimientos en comprensión de textos, mejores rendimientos en todo. Y no sólo mejores rendimientos, sino que la ventaja es del ciento por ciento.

—Yo no tengo por qué creerle a esas mediciones.

—Claro, ya se sabe, las únicas mediciones en las que vos creés son las de monseñor Guillermo Moreno. Pero lo siento por vos, son verdaderas.

—Además -agrega Abel- con sólo darse una vuelta por una escuela privada y otra pública es posible apreciar esa diferencia.

—Repito: lo lograron. Baradel y sus compinches deben de estar festejando. Los padres mandan en tropel a sus hijos a la escuela privada. Y los que no los mandan es porque no tienen plata. Otra hazaña de los compañeros sindicalistas. Felicitaciones.

—Yo moderaría un tanto las fogosas apreciaciones de Marcial -digo-, las escuelas privadas no son el Paraíso; por lo menos no lo son todas, y en algunas el nivel deja mucho que desear; pero asimismo, conozco escuelas públicas de muy buen nivel.

—Son las de los barrios acomodados -dice Abel-; allí el nivel de los chicos es diferente y, sobre todo, la presión de los padres es mucho más alta.

—Digan lo que quieran -insiste Marcial-, pero las menciones no mienten. Puede que haya una escuela privada que no tenga nivel o una pública muy buena, pero en la totalidad las señales son inequívocas. Agrego algo más: no le demos tantas vueltas al asunto. Los padres mandan a sus hijos a la privada porque están hartos de los paros docentes lanzados por los compañeros sindicalistas, de esas huelgas salvajes en las que “revolucionarios” de pacotilla se dan la mano con ventajeros y ventajeras a los que les resulta cómodo no ir a trabajar, con la certeza de que total cobran lo mismo.

—Los maestros en la calle te demuestran lo contrario.

—Yo quisiera saber cuántos salen a la calle y cuántos se quedan en su casa.

—Los planes de lucha son acatados por una mayoría.

—Por lo que sé, casi un cincuenta por ciento de los maestros están yendo a clases.

—Ahora yo pregunto -dice Marcial levantando un tanto la voz-: ¿De qué planes de lucha me hablan estos compañeritos? ¿Qué entienden por lucha? Porque es fácil posar de luchador cuando no van a trabajar y cobran. Así hasta Macoco Álzaga Unzué es luchador.

—El derecho de huelga es constitucional. Es el arma de los trabajadores para no ser avasallados por las patronales.

—Yo defiendo el derecho de huelga -digo-, pero pregunto cuáles son los deberes correspondientes a ese derecho, salvo que alguien suponga que en este mundo sólo existen los derechos.

—En mi condición de patrón te digo lo siguiente -responde Marcial-, el derecho de huelga está garantizado y yo no puedo despedir a un trabajador porque pare. Aclaro: no lo puedo despedir, siempre y cuando la huelga sea legal y se acaten las disposiciones del Ministerio de Trabajo, entre otras cosas la conciliación obligatoria. Ahora bien, yo no echo a un trabajador porque para, pero no estoy obligado a pagarle. El principio que reza: día no trabajado, día no pagado, se cumple.

—Ese es un argumento gorila.

—Por supuesto. Y seguramente mi argumento lo aplica al pie de la letra esa patrona que se llama Cristina Elisabeth en sus hoteles, estancias inmobiliarias y locales de juegos.

—Ya está el chicanero.

—Chicanas al margen -digo-, creo que ningún país puede vivir en un clima de paros, piquetes, huelgas y todo ello en nombre de luchas.

—Los resultados están a la vista: cuantos más paros, más huelgas y más plata destinada a los llamados planes sociales, hay más pobres y más indigencia. La ecuación en ese sentido no falla.

—Según vos -dice José-, a los pobres hay que dejarlos que se mueran de hambre.

—Nadie -dice Abel-, nadie, ni el conservador más ortodoxo desconoce que a los más postergados hay que ayudarlos. Pero esa ayuda debe ser transitoria y no transformarse en una industria de la que viven malandras, como Pérsico, Grabois y el Chino Navarro.

—Los malandras a los que vos aludís son luchadores.

—Luchadores de su bolsillo. En esta industria que se llama pobreza hay muchos que se hicieron millonarios en nombre de los pobres.

—Admitamos que hay luchadores leales con sus convicciones.

—Puede ser, pero no son los que ocupan los primeros planos. Por el contrario, los que se destacan se llaman Moyano, Barrionuevo, Baradel, Yasky, Pérsico...

—No son todos iguales.

—A la hora de recaudar todos se parecen.

—Vos te la agarrás con los luchadores sociales -reprocha José-, pero no decís una palabra de los empresarios que remarcan, vacían empresas, giran la plata al exterior, negrean a los trabajadores, se niegan a competir.

—No hace falta decir mucho -responde Marcial-, esa corporación empresaria suele ser aliada de estos sindicalistas y piqueteros mafiosos.

—¿Lo ponemos a Macri en esa lista?

—A Franco Macri yo lo pongo sin vacilar -dice Marcial-, aunque se enoje Cristina Elisabeth porque me meta con su amigo.

—Yo creo -digo- que el Estado debe ser solidario con los que más sufren, pero esa atención no nos puede hacer perder de vista un hecho estratégico y ese hecho consiste en saber que a una sociedad la levanta, la hace próspera los que trabajan, los que innovan, los creadores, no los que esperan que les tiren una limosna.

—Hay gente que necesita esa ayuda.

—Claro que la necesita, pero al país lo van a sacar adelante los que trabajan.

—Y ya que hablamos del Estado -dice Marcial- yo no entiendo a estos luchadores sociales. Y no los entiendo porque se llenan la boca con la palabra Estado y lanzan sapos y culebras contra la empresa privada, pero los sindicatos que saquean al Estado con sus pretensiones son los sindicatos estatales.

—Nosotros no atacamos al Estado, atacamos al gobierno.

—No jodan, atacan al Estado. Y la prueba es que a todos los gobiernos les han hecho paros. A los gobiernos peronistas menos, porque los compañeros arreglan entre ellos, pero lo que se ha impuesto en las últimas décadas es la industria del empleo público fogoneada por políticos y sindicalistas y el saqueo de los recursos estatales con demandas permanentes.

—No comparto -concluye José.