Espacio para el psicoanálisis

Solteros con hijos

Luciano Lutereau (*)

Es cada vez más frecuente que la llegada de un hijo implique la separación de una pareja. En casos en los que ésta funcionaba de manera espléndida, y la aparición de un tercero motiva una encrucijada disruptiva; pero también en aquellas situaciones en que el embarazo constituyó una pareja que, después del nacimiento, se disolvió. Analicemos ambos casos por separado.

Reacomodamiento

La llegada de un hijo impone un reacomodamiento del erotismo en la pareja. Podría decirse incluso que buena parte del amor que abrazaba al compañero ahora se dirige al recién venido... En cierta medida, entonces, la relación conyugal se vuelve el soporte de una hostilidad mayor. Para las mujeres, esto implica una mayor disposición para el reproche, que ya no es amoroso, sino narcisista: necesitan que su pareja las ayude, mientras que la otra parte advierte que sólo debe soportar una frustración a cambio de una recompensa bastante endeble.

En última instancia, tanto para el hombre como para la mujer, el acceso a la paternidad y la maternidad supone un reencuentro con aspectos de su propia infancia que, si fue gratificante, podrán ser un sustituto del amor que ahora está en otra parte. El varón podrá soportar, sin sentir celos, la exclusión de la célula que componen la madre y el hijo (o, mejor dicho, podrá soportar los celos); y la mujer podrá reencontrar en la figura del padre mucho más que un asistente, si es que puede elaborar el complejo de culpabilidad que la maternidad supone para toda mujer. Esto es algo que puede notarse en aquellas madres hiperpreocupadas que todo el tiempo tienen temor de estar haciendo algo incorrecto; esta preocupación es la expresión de una culpa que tiene como referente a la madre y el temor a una fantasía incestuosa (porque en el inconsciente, para toda mujer, el hijo es un sustituto de un hijo esperado del padre).

Dicho de otro modo, en este primer caso el destino de la pareja está supeditado a la transición de las regresiones que la paternidad y la maternidad conllevan para el hombre y la mujer. Por eso, es tan corriente también que este acontecimiento se vincule con un mayor acento de rasgos neuróticos que son una compensación reactiva a esta regresión. Hombres y mujeres lo dicen en la consulta cotidiana: “Desde que nació mi hijo estoy más obsesivo con el dinero, mientras que antes era una cuestión que no me importaba mucho”, o bien “Desde que nació ya no puedo ponerme una minifalda sin sentirme incómoda, la posibilidad de que un hombre me desee me produce asco”.

Uniones breves

Hasta aquí todo es más o menos típico. Por eso, el caso más notable es el segundo mencionado en el comienzo. Hoy en día, es común que algunas mujeres se aproximen a los cuarenta años y, ante la falta de una pareja estable, la pregunta por la maternidad acucie. Eventualmente, ocurre que han tenido una relación prolongada, que no se realizó lo suficiente, y de nuevo solteras están preocupadas por la posibilidad del embarazo. Ahí es donde suele pasar que uniones breves, con el primero que aparece (por decirlo así), concluyan en la aparición de un hijo. Son casos más o menos corrientes, los diarios cuentan historias de este tenor, ya que la sobremesa de estas relaciones son escenas conflictivas que terminan en los juzgados o en cosas peores.

No obstante, al psicoanalista no le toca juzgar si hay un modo mejor (u otro) de tener un hijo. Cada uno lo hace como puede. Lo que sí es significativo en el segundo caso, es que la llegada del hijo no estuvo atravesada por un lazo conyugal. Incluso para el varón es la oportunidad de tener un hijo a expensas del deseo de esa madre (lo que es un modo de decir que lo tuvo para el deseo de otra madre, esto es, la suya).

Esta circunstancia, a veces, se explica por la presencia de duelos no resueltos. Recuerdo el caso de una mujer que me contó cómo luego de una convivencia de una década, ante la separación, tuvo la penosa idea de que esa relación terminaría sin un hijo y que le parecía injusto. A los dos meses, estuvo embarazada de un viejo compañero de la escuela, con el que se llevaba pésimamente mal. La conclusión es perentoria: no buscó un padre para un hijo, sino el hijo del padre que no fue.

Que muchas personas tengan hijos desde una posición de “soltería” pareciera ser un rasgo habitual de nuestra época. Más allá de que hablemos de casos de alquileres de vientre, inseminación, etc. El hijo “en el seno” de la pareja, pareciera ser una estructura de otra época, y esta coordenada requiere pensar matices subjetivos mucho más precisos que la disolución contemporánea de la familia.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.