Crónicas de la historia

Secuestro y muerte de Abel Ayerza

19_MUERE BORDABEHERE.jpg

“El defensor de Martínez Bayo fue el joven político y abogado demoprogresista, Enzo Bordabehere”; éste sería asesinado en el Senado, en 1935.

Foto: ARCHIVO

por Rogelio Alaniz

Abel Ayerza fue asesinado el 31 de octubre de 1932, una semana antes de su cumpleaños. La revista Caras y Caretas tituló en la edición de la semana: “Crimen cobarde, estúpido y brutal”. El diario santafesino El Orden reclamaba en su portada que la mafia debía terminar. Ayerza además de ser un joven integrante de las clases altas argentinas, ligado por vínculos familiares y políticos con el gobierno de Agustín Justo, era un militante de la organización ultraderechista Legión Cívica. En 1932, gobernaba la provincia el Partido Demócrata Progresista, opositor al régimen de Justo, motivo por el cual desde el oficialismo nacional se escucharon denuncias en contra de un gobierno que supuestamente hacía poco y nada para combatir a la mafia y a los secuestros extorsivos.

En parecida sintonía, el radicalismo santafesino denunciaba la inoperancia de la policía y en más de un caso la complicidad con la mafia. Por su parte, los demócratas progresistas le recordaban a los radicales que la mafia en Rosario había crecido y expandido durante sus gestiones, observación a la que reforzaban señalando al pasar que Juan Galiffi, el célebre Chicho Grande, nunca ocultó sus simpatías por el radicalismo yrigoyenista, simpatías que, a decir verdad nunca fueron más allá de algunas recatadas manifestaciones verbales o algunos pesos para algún caudillo de parroquia. A no llamarse a engaño: la única causa de Galiffi era la suya.

Como era de prever, la disputa política se trasladó al campo policial. El asesinato de Ayerza habilitó la intromisión de la policía de Buenos Aires. Los comisarios Víctor Fernández Bazán y Miguel Viancarlos llegaron a Rosario. Fernández Bazán para esos años ya era célebre por sus zapatos acharolados, su traje oscuro, el moñito haciendo juego y su eficacia, una eficacia que incluía los apremios ilegales y “el gatillo fácil”. La denominada “Ley Bazán”, de cuya autoría el comisario estaba orgulloso, se reducía a un solo artículo: “Primero tiro y después pregunto”.

Como era de prever, los cortocircuitos entre la policía de Buenos Aires y la santafesina fueron cada vez más frecuentes. En Santa Fe, los policías encargados de la investigación fueron, entre otros, Eduardo Paganini, Hugo Baraco Mármol, Félix de la Fuente y el más famoso de todos, José Martínez Bayo. A la policía “de los Demócratas Progresistas“ no le faltaban imputaciones. A De la Fuente se le reprochaban sus amistades con conocidos personajes de la mafia rosarina; Paganini era pariente de Lisandro de la Torre, pero el más controvertido y al mismo tiempo el más eficaz era Martínez Bayo, un policía cuya fama de duro estaba a la altura de la de Fernández Bazán en el orden nacional.

Martínez Bayo adquirió notoriedad en 1926, cuando asesinó a su cuñado Carlos Fidel de Paz. ¿Motivos? Paz había abandonado a su hermana para irse con otra mujer, una ofensa que, según se dice, en aquellos tiempos era irreparable. Paradojas de la vida. El policía a quien se le atribuye haber liquidado a la mafia en Rosario, se comportaba en su vida privada aplicando rigurosamente códigos de honor de tipo mafioso. El defensor de Martínez Bayo fue el joven político y abogado demoprogresista, Enzo Bordabehere.

Los restos de Abel Ayerza los encuentra la policía el 22 de febrero de 1933. El país entero manifestó su indignación y su furia. En Buenos Aires la Legión Cívica pegó carteles en las principales avenidas céntricas de la ciudad reclamando la pena de muerte. En el Congreso, la Cámara de Diputados aprobó la pena máxima, la que finalmente no fue tratada en Senadores. El clima “antimafioso” y antiitaliano se extendió a todas las capas sociales.

Mientras tanto, la policía hacía su trabajo. Demás está decir que los interrogatorios no se detenían en delicadezas, Ni Fernández Bazán ni Martínez Bayo perdían el sueño por estos escrúpulos legales. Políticos, funcionarios judiciales y periodistas miraban para otro lado. La indignación social era muy alta como para que alguien se acordara en ese contexto de la palabra “derechos humanos”.

Importa tener presente que mientras la policía rastreaba los restos de Ayerza, en Rosario era secuestrado el joven Marcelo Enrique Martín, hijo de un empresario yerbatero que en su momento fue presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario. Martín fue liberado después de cobrar el rescate. Su madre, Angélica Joostens, en su momento prometió que si su hijo aparecía con vida financiaría un centro de salud para la ciudad de Rosario. La Maternidad Martín tiene ese origen.

El otro secuestrado de esas semanas por la mafia, fue Jaime Favelukes. La policía pudo desarmar la madeja a través de un impecable operativo de inteligencia que incluyó, como era de esperar, los apremios ilegales del caso. En realidad, lo que la policía brava de esos años practicaba con los mafiosos no era muy diferente a los métodos que recurría para perseguir y ejecutar anarquistas.

El crimen de Ayerza se fue esclareciendo a punta de pistola, cachiporrazos y sopapos. Desagradables o no, la verdad se fue imponiendo. Los interrogatorios a Carmelo Vinti y José la Torre fueron brutales y en el camino Vinti perdió la vida. Nadie en su momento puso en discusión la calidad de esa “eficacia” para buscar la verdad. Martínez Bayo no se quedaba atrás. Las crónicas posteriores hablan de detenidos obligados a cavar su tumba. La opción que le presentaba la policía no dejaba muchas alternativas. O hablaban o se quedaban para siempre en el pozo que ellos mismos habían cavado. Como es de imaginar, la mayoría de los detenidos optaban por hablar. Los códigos de honor de la mafia eran muy severos, pero Martínez Bayo lo era más.

O sea que a las pocas semanas, los operativos, los principales responsables del secuestro y muerte de Ayerza estaban detenidos o con pedido de captura. Así se supo que el secuestro de Ayerza exigió en su momento un modesto operativo de “inteligencia” a cargo de los hermanos Gianni. Los mafiosos pensaron en principio secuestrar al empresario Domingo Benvenutto de la ciudad de Leones, operativo descartado porque éste no se encontraba en el país. El segundo objetivo fue uno de los herederos de la familia del empresario Pedro Araya, de Marcos Juárez, operativo también descartado porque había un juicio sucesorio de por medio. Fue así como se decidió secuestrar a Ayerza.

Los trámites judiciales se tomaron su tiempo. Pero finalmente hubo condenas para los responsables. Cadena perpetua para Romero Capuani, José de la Torre, Vicente y Pablo di Grado y Juan Vinti. Penas de diez a quince años para Pedro Gianni, Salvador Rinaldi, María Fabella y Graciela Marino. El juez interviniente fue Francisco Setien.

Para 1939 la mafia de Rosario estaba desarticulada.

A todo esto, Chicho Grande había sido deportado a Italia donde sostuvo una “interesante” amistad con Benito Mussolini. Según se cuenta murió en 1943 en Milán. Según se cuenta... porque no faltan los que aseguran que se aprovechó del bombardeo de los Aliados a esa ciudad para disimular su muerte.

Chicho Chico, es decir Francisco Morrone, después de enfrentarse con Chicho Grande fue ejecutado por los secuaces de éste en 1933. La hija de Galiffi, la mítica Agata, se casó con el abogado mafioso Rolando Lucchini, pero luego se fue con el gángster Arturo Pláceres, una relación amorosa en que la pasión se alternó con los asaltos, la falsificación de dinero y los tiroteos con la policía.

Martínez Bayo fue separado de la policía en 1934 por los excesos represivos cometidos en un partido de fútbol entre Newell’s y Rosario Central. Dedicado a la actividad privada, fue jefe de seguridad del diario La Capital, del Jockey Club y de la empresa Acindar. Murió en 1968.

Fernández Bazán recibió más honores y reconocimientos. Las denuncias por el asesinato de anarquistas o la aplicación a rajatabla de la funesta “Ley Bazán” no le impidieron, por el contrario es probable que lo haya alentado, la decisión de Perón de designarlo subjefe de Policía y, como broche de oro, cónsul en Estocolmo. Desde Lombilla a Villar, desde Margaride a Bazán y desde Velasco a López Rega, Perón siempre sostuvo una sugestiva fascinación por este tipo de “agentes del orden”.

Los restos de Abel Ayerza los encuentra la policía el 22 de febrero de 1933. El país entero manifestó su indignación y su furia.

 

(...) a las pocas semanas de los operativos, los principales responsables del secuestro y muerte de Ayerza estaban detenidos o con pedido de captura.