“Odiar lo que se ama” en la Sala Marechal

El presente convoca los recuerdos

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En la trama se aborda la historia de dos primos que se reencuentran en la misma casa en la que se vieron hace muchísimos años. Foto: Gentileza Pablo Fernández

 

Roberto Schneider

Prolijamente, la memoria suele almacenar todos los recuerdos. Los guarda -algunas veces los cuida- para que irrumpan en la conciencia en determinados momentos de una existencia. No siempre aparecen en las circunstancias más oportunas, porque ellos habitan una jungla gobernada por sus propias leyes.

A regañadientes, algunas veces el presente convoca los recuerdos y suele convertirlos en conductas. Esas conductas, reminiscencias infantiles y juveniles que suelen ser encubridoras de situaciones y sentimientos, se imponen al ser humano modificando su relación con los demás. Estos son algunos de los temas que aborda el dramaturgo José Ignacio Serralunga en “Odiar lo que se ama”, el espectáculo estrenado en la Sala Marechal del Teatro Municipal.

En la trama se aborda la historia de dos primos que se reencuentran en la misma casa en la que se vieron hace muchísimos años. Con un diálogo cotidiano, sin subterfugios, un lenguaje habitual, nada rebuscado, se muestra una situación cotidiana que en determinado momento se transforma con el claro intento de buscar respuestas. Una búsqueda en lo que no está, lo que no se dice, lo que ha permanecido oculto se revela como un sentimiento trascendente para que cierta catarsis haga aflorar alguna mezquindad y grandezas individuales.

Los diálogos muy bien elaborados por el autor conducen a los dos personajes de la pieza por diversas edades del pasado. Un ámbito preciso será el lugar de las confidencias, que por supuesto no revelaremos. El presente, en cambio, deja pocas esperanzas. Probablemente alguien pueda recriminarse el silencio, pero la realidad no se modifica. Cada uno de los personajes tiene características propias.

No es frecuente que en un equipo actoral exista una verdadera conexión entre la palabra y el cuerpo. Pero el mismo Serralunga en su condición de director de la propuesta consigue que él mismo y su compañera de rubro Florencia Minen expresen el universo espiritual del discurso. El director domina el lenguaje y logra trasladarlo al escenario. Cierto quietismo en la acción por parte del rol del sacerdote no empaña la totalidad.

La obra exige de algún modo que los intérpretes actúen por momentos en tiempos alternados. Interpretar las diferentes edades de un personaje es un desafío del que Florencia Minen sale más que airosa. La actriz tiene una belleza conmovedora y entrega todo su potencial para construir los sentimientos de una mujer de otro tiempo. Exhibe vitalidad y miedos y obtiene así un excelente resultado. La acompaña bien Serralunga, sobre todo en la comprensión de un personaje de difícil carnadura. Los rubros técnicos son adecuados. Siempre resulta difícil que los autores dirijan sus propias obras, más si las protagonizan. Pero aquí se sortea airosamente y el resultado vale la pena.