Espacio para el psicoanálisis

Los varones y el amor

Por Luciano Lutereau (*)

El “primer amor” adolescente tiene un carácter particular en el varón. Muchas veces se trata de una relación agitada, transida de celos y un deseo posesivo que, si todo va bien, el adolescente logrará dejar atrás. En última instancia, para el muchacho se trata de que este primer amor quede fuera de la serie de los amores posteriores, en la medida en que fue la ocasión para elaborar conflictos propios de su masculinidad.

Sin embargo, ocurre también que este conflicto no sea superado y, eventualmente, el efecto sea una particular regresión que en el último tiempo hace que varios jóvenes adopten una actitud desencantada respecto del amor. Dicho de manera sencilla, el haber sufrido los lleva a quedar a resguardo, ya no quieren volver a exponerse y, por cierto, actúan con una suerte de misoginia confortable.

Recuerdo el caso de un hombre que, en la historización que implica un análisis, pudo encontrar diversas posiciones ante la cuestión amorosa. En su primera juventud se enamoró de una mujer con una entrega que, como él cuenta, nunca más volvió tener. Es cierto que cuando esa relación comenzaba a flaquear, recibió la noticia de una enfermedad de su madre y una invocación del padre: que él fuera quien lo anunciara a sus hermanos. A partir de ese momento, el lugar masculino quedó significado para él con una represión del deseo, cuya estructura podría resumirse del modo siguiente: si cedo al amor, algo malo pasará. Ahora bien, luego de esta relación inició un nuevo vínculo, esta vez el que lo llevó a un matrimonio. Para ese entonces, su vida estaba repartida entre el amor por su mujer y el encuentro esporádico con otras mujeres. Buscar una mujer para casarse, de acuerdo con la expectativa del padre, le permitió la satisfacción de cumplir con un mandato familiar sin tener que ocuparse demasiado del conflicto que le representaba el encuentro con una mujer.

No obstante, este conflicto retornó después de la interrupción del matrimonio. Una vez divorciado, volvió a salir con mujeres y advirtió que repartía sus encuentros de acuerdo con dos series: por un lado, aquellas con las que tener solamente una relación sexual; por otro lado, aquellas con quienes la relación es fundamentalmente tierna, basada en la escucha y la contención. Recién en este momento, a través del análisis, el encuentro con una mujer pudo cobrar un estatuto sintomático: ¿cómo amar a una mujer sin perder el erotismo? ¿Cómo desear a una mujer, sin que ésta sea sólo un objeto para la satisfacción?

Siempre que un varón me cuenta que conoció a una mujer presto atención al modo en que la nombra. Algunos dicen “la vecina del edificio de al lado” o “la amiga de mi primo”. Establecen series. De este modo, incluyen a las mujeres en conjuntos como objetos predicables. El deseo del varón, entonces, es sustitutivo, reemplaza, corta y pega (valga aquí el doble sentido). Pero también hay otro momento en que el varón se queda sin palabras, en el que no sabe decir qué le vio a una chica y no puede clasificarla. Podría decirse que pasa del fetiche al tótem, y el aura que envuelve a esa mujer “fuera de serie” produce respeto y temor. Por eso, Julia Kristeva vinculó alguna vez lo femenino con lo sagrado, no porque haya una esencia femenina, sino por la destitución que implica para el utilitarismo del deseo fálico.

Ahora bien, el deseo fálico en el varón no es algo espontáneo, sino que es una defensa que se constituye a partir del acontecimiento que implica el primer amor. Es difícil lograr una comprensión profunda de la sexualidad masculina si no se consideran los modos discrecionales de posicionarse ante el desvalimiento amoroso. Por un lado, están aquellos que ante el conflicto del amor realizan una regresión narcisista. Por otro lado, los que reprimen el conflicto y realizan un síntoma. No obstante, la superación del conflicto tiene un solo destino, el regreso al inicio: volver a amar como la primera vez, pero de un modo diferente, cada vez.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.