Entrevista a Luciano Lutereau

El psicoanálisis contra la misoginia

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Luciano Lutereau es colaborador habitual del diario El Litoral. Foto: ARCHIVO.

 

Por Eleonora Lubich

Luciano Lutereau es psicoanalista, doctor en Filosofía y Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, donde trabaja como docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de varios libros, entre ellos: “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” (2016) y, más recientemente, “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”, publicado por la editorial Letras del Sur, que reúne algunos de sus ensayos publicados en El Litoral.

—En principio, el subtítulo de su último libro es inquietante: “Por qué los hombres odian a las mujeres”, ¿a qué se refiere?

—Es inquietante, quizá provocador, pero no lo es tanto si se lo lee con detenimiento: los hombres son los varones y las mujeres; es decir, el odio a las mujeres es algo constitutivo del sujeto, al menos desde la perspectiva psicoanalítica. El complejo de Edipo implica la constitución del sujeto a partir del desprecio a lo femenino, por eso el libro se llama “Edipo y violencia”.

—Es extraño, porque para el sentido común, los hombres aman a las mujeres...

—Ayer en un grupo de estudio que coordino, una colega preguntó: “¿Por qué a los hombres les gustan todas las mujeres?”. ¡Pero eso no es cierto! Para el sentido común los hombres podrían estar con cualquier mujer, por lo general en función de una demostración de potencia (dedicada a otro hombre). La escena callejera de grotesco halago no tiene como fin la seducción. En realidad, la torpeza del piropo habla menos de la relación de un hombre con una mujer que de la formación reactiva con que un varón se defiende de la posición pasiva ante otro varón. Por eso las principales víctimas de la violencia del piropo son las travestis, con quienes la crueldad suele ser extrema. Este aspecto del machismo no suele ser pensado. Sólo para una visión exterior un hombre puede desear a cualquier mujer. Incluso es una idea habitual: creer que los hombres desean más de lo que aman. ¡Pero no es cierto! Al contrario, los hombres pueden amar a cualquier mujer, mientras que desear, desean sólo a una. E incluso cuando se acuestan con muchas mujeres, siempre es con la misma. En el varón, el amor es una forma de defensa respecto del deseo. Los varones pueden amar a diferentes mujeres para no desear sólo a una. Por eso el síntoma del neurótico obsesivo suele estar a nivel del amor (como una manera de dividir a la mujer, en “al menos dos” con la duda), mientras que la histeria masculina hace del amor una condición. Es como dice la canción de Sabina: “Y sin embargo, cuando duermo sin ti/ contigo sueño./ Y con todas si duermes a mi lado”.

—Y de manera más concreta, ¿cómo piensa la relación entre varones y mujeres?

—Los hombres no escuchan a las mujeres. Sólo obedecen lo que dicen otros hombres. A lo sumo escuchan lo que dicen sus madres, pero porque no las consideran mujeres. Un hombre le cuenta a su mujer la intervención fabulosa de su analista esa semana y ella responde: “¿Vos pagás para que te digan eso? ¡Te lo digo desde el día en que nos conocimos!”. Habría que escribir alguna vez un tratado acerca de los modos en que la diferencia sexual incide en la posibilidad de escuchar la palabra del analista, pero éste es otro tema. La dominación masculina es, en última instancia, un modo de relación con la palabra. Los hombres no escuchan. La misoginia consiste en el desprecio que los hombres expresan a hacia la palabra femenina. “No podés quedarte callada”, “Querés hablar todo el tiempo”, “De cualquier cosa hacés un problema”, son frases habituales. En 1958, Lacan contaba el caso de un fin de análisis en un hombre, lo resume a partir de la relación con su esposa: “Ella le habla tan bien como lo haría un analista”. Hoy en día, la última mascarada del machismo es la del hombre que se llama “feminista” a sí mismo. Esta impostura revela la posición de quien no quiere escuchar nada, sino identificarse a una masa. Y toda identificación masificada es masculina. El varón misógino de nuestro tiempo es feminista, y es tan políticamente correcto que hasta juega al fútbol con las chicas. Se fascina con lo que dicen las mujeres, pero no las escucha; porque dice lo mismo y, por lo tanto, no responde.

—Este último punto es importante, ¿el feminista es el varón misógino de nuestro tiempo?

—Lo resumo con una anécdota. Hace poco conversaba con un amigo filósofo. No sólo es un escritor conocido, sino que también fue un alto funcionario de un gobierno anterior. Hablábamos de los últimos casos de femicidios. Entonces él dijo: “Aparentemente la piba era medio bardera”. Me quedé duro. No me iba a indignar, porque la indignación es una pasión facilista (y neurótica). Su comentario no tenía que ver con una pseudo-complicidad masculina, en la reunión estaba una amiga de ambos. Con sinceridad le dije: “Yo no creo que con ese comentario vos hayas querido decir que existe una justificación de su muerte”. Es obvio que no, pero entonces ¿por qué lo dice? ¿Por qué dice algo que no sabe que dice (justo él que, como filósofo, es especialista en saber). En 1923, Freud decía que el varón desmiente la diferencia sexual, y sólo la acepta con la condición de suponer la falta de pene como un castigo. El “desprecio por las mujeres”, entonces, tiene un fundamento psíquico. Eso explica por qué cada ser despreciado es “feminizado” en la lógica fálica. No es una cuestión cultural, sino que tiene un fundamento pulsional. Por eso el saber no alcanza para combatir la misoginia. Mi amigo no es un misógino: es un tipo muy culto, que como funcionario ha hecho mucho por minorías oprimidas, pero lo no sabido del inconsciente no se modifica estudiando ni con buenas intenciones. En el inconsciente, la mujer es culpable de su diferencia, y la fuerza pulsional con que los varones culpabilizan a las mujeres, en mi experiencia, sólo pude corroborar que el análisis la alcanza. Porque el reverso de esa culpabilización es otra figura igualmente renegatoria (y fálica): la victimización. Por eso, para concluir, mi apuesta para combatir la misoginia es a través de la práctica del psicoanálisis.

 

Los hombres pueden amar a cualquier mujer, mientras que desear, desean sólo a una. E incluso cuando se acuestan con muchas mujeres, siempre es con la misma.

Los hombres no escuchan a las mujeres. Sólo obedecen lo que dicen otros hombres. A lo sumo escuchan lo que dicen sus madres, pero porque no las consideran mujeres.