Viajar, comer, luchar. Metáforas de la lectura (*)

Figuras que “arrojan luz” y “hablan a los ojos”

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El poeta francés Charles Baudelaire. Retrato de Nadal (1862).

 

Por Estanislao Giménez Corte

Apertura

Como observan muy distintos pensadores, las metáforas atraviesan -ubicuamente (1), podría decirse- los discursos sociales, los textos de cualquier género y el habla popular. A lo largo de la historia, escritores, investigadores, científicos sociales y artistas han concebido hermosas y certeras figuras para pensar prácticas, espacios, nociones, conceptos; y, en el caso que nos ocupa, para referirse al acto íntimo de recorrer y penetrar un texto. Ello, por derivación, nos lleva a las diversas especulaciones que nacen de las preguntas por qué, cómo, cuándo, cuánto y porqué leemos. Se trata de hipótesis de trabajo u objetos de estudio que han dado lugar a alusiones y comentarios de toda naturaleza. Este texto se propone presentar un breve recorrido al respecto.

1. Pensar con metáforas

Veamos, primeramente, algunas observaciones sobre la noción de metáfora. Para Aristóteles, se trata de “la intuición de una analogía entre cosas disímiles”; para Ortega, la figura “es un suplemento a nuestro brazo intelectivo”, con el que obtenemos más y mejor potencia y alcance conceptual. Nietzsche refiere que ésta es una “afinidad captada (...) una imagen realmente vista”; y Borges la explica a partir de las “secretas simpatías” establecidas entre determinados conceptos. Un rápido recorrido nos llevaría a pensar también en las “muletas” de Freud; en los “hombros de gigantes” del poema de John Donne (2) y en las “prótesis” referidas por Umberto Eco.

Deténgamonos en la definición de Aristóteles y pensemos en estas figuras, para observar las analogías: “la vida (o el tiempo) es un río” (3); “la muerte es la noche”. Para Sarmiento, “la pampa es la imagen del mar en la tierra”; Darwin, en el marco de su incursión en Argentina, describía el “silencio fúnebre de la llanura”.

Borges entiende que todas las metáforas son variaciones de un reducido número de acoplamientos tradicionales. Llama Metáforas Patrón a los pares (“causales”, sostenemos nosotros), a partir de los cuales se daría origen a todas las figuras posibles: novia-estrella, niña-flor, labios-clavel; estrellas-ojos, perlas-dientes, mujer-flor, muerte-noche, tiempo-río. Es importante considerar que, desde una perspectiva conceptual, una metáfora nos proporciona una información, nos permite pensar algo a lo que no accedemos si no es a través y por intermedio de la figura (torna inteligible una situación a partir de la comparación con algo conocido; acerca algo alejado; hace concreto algo abstracto). Así, es el propio pensamiento metafórico el que introduce una noción teórica.

Veamos algunos ejemplos ilustres: Saussure sostiene que la lengua puede equipararse a un tablero de ajedrez (la ubicación, función y valor de las piezas correspondería a las clases de palabras que se organizan en un sintagma y a “cómo se mueven”). Deleuze desarrolla el concepto de rizoma (un tallo con varias yemas que nos recuerda la emergencia de las metáforas biológicas propias de la Sociología del siglo XIX). Bourdieu piensa en el campo intelectual como un campo magnético de fuerzas que se repelen y se atraen. Lasswell concibe la famosa figura de “aguja hipodérmica”. Marx y Engels, al inicio del Manifiesto, escriben: “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa”. McLuchan postula la idea de “aldea global” (que a la vez es un oxímoron); y Ford, para pensar esa idea en el panorama latinoamericano, imagina un más adecuado “conventillo global”. Las metáforas -escribe- muchas veces “ordenan, fijan, naturalizan, bloquean. Dirigen el conocimiento”. Pensemos en construcciones como “la cortina de hierro”, “el equilibrio del terror”, “la guerra de las galaxias”, “la tormenta del desierto”: en el componente profundamente ideológico que se advierte en estas formas discursivas. Perelman, en su Tratado... reproduce esta cita: “(...) los primeros estudiosos que describieron la electricidad como una ‘corriente’ le dieron para siempre, en este campo, forma a la ciencia”. La formación de una hipótesis es, para Peirce, como un “acto de penetración” (...) que se nos acerca, “como un relámpago”. Saramago escribe que “Palestina es Auschwitz” (el tristemente célebre campo de concentración).

En estos casos, y en tantos otros, los pensadores, para incorporar un concepto novedoso, han debido elaborar figuras de pensamiento y aún de argumento. Sabato explica que algunos sistemas filosóficos son “el desarrollo de una metáfora central”: el río (de Heráclito), la esfera (de Pascal). Borges, en “Otras inquisiciones” (1952), escribe una frase que es en sí misma una notable hipótesis de trabajo: “Quizás la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas”.

2. Leer. Un deslizamiento

Puede decirse que, en los últimos años, asistimos a un cambio histórico en esta práctica varias veces milenaria. Y que la impronta de la cultura escrita como norma o convención social se desliza hoy en día hacia otras prácticas: los recorridos digitales, táctiles o interactivos vinculados con las pantallas, que incorporan distintos soportes (los medios de medios, meta-medios o multiplataformas). Y que se presenta como característica, en la actualidad, la aparición de estructuras “arbóreas” que fragmentan la lectura, o la convierten en otra cosa (al menos en relación a la noción tradicional). En parte, también ha sido reformado el otrora clásico “placer” de la lectura, por la más efectista y posmoderna búsqueda de información “útil”. Pero, qué utilidad, nos preguntamos, puede tener este verso de Lorca: “Las piquetas de los gallos/ cavan buscando la aurora” o la extraordinaria figura shakespereana: “Oh!, daga bienhechora, ésta es tu vaina” (alude al cuerpo). Su sentido se halla en el propio recorrido por el texto.

3. Metáforas de la lectura

Consideremos algunas figuras:

. Metáfora 1. La naturaleza es un libro. Mucho se ha escrito y reflexionado a propósito del “Libro de la Naturaleza”: se trata de la consideración del libro como objeto sagrado y aún como objeto precioso. Carlyle sostenía que “la historia universal es un libro”: así, estaríamos destinados a leer las letras de la naturaleza. Nos preguntamos si todo ello deviene del libro de libros, La Biblia, cuyas poderosas metáforas y cientos de frases se cuelan en el habla coloquial, sin que percibamos claramente esa relación. Esta primera figura está sostenida en diversos orígenes. Podemos aludir, por ejemplo, al verso de Goethe: “(...) la naturaleza es un libro vivo, difícil de leer, más no ilegible”. Pero ésta también nos lleva a otras: “la vida es un río”, de Heráclito; o “el hombre es una caña, pero una caña que piensa”, de Pascal. Y desde allí podemos encontrar numerosas variaciones, como si se tratase de glosas, derivas o notas a pie: en Nietszche, por caso: “En verdad os digo que el hombre es un río inmundo”; en Eliot: “No sé mucho de dioses; pero creo que el río es un fuerte dios moreno”; en Duras: “Porque un libro (...) es la noche”; o: “(...) un libro abierto también es la noche”. La propia dinámica social ha permitido la aparición de otras figuras que aluden a las consecuencias del progreso: Eliseo Verón, por caso, sostiene que “con la evolución de la técnica (...) la naturaleza deja de ser un libro y comienza a ser pensada como una máquina, y el observador deja de ser un lector y se va transformando en un operador”. Observemos, además, estos dos pasajes. En Eco: “cada libro era para él como un animal fabuloso encontrado en una tierra desconocida” (4); y en Henry Miller: “(...) ahora las personas son libros para mí”. Los casos y ejemplos podrían multiplicarse exponencialmente.

. Metáfora 2. La lectura es un viaje. Diversos autores han calificado a los lectores como a sujetos nómades, navegantes, cuya esencia es la movilidad, la travesía o la aventura (más intelectual o emocional que física). Claro que el hecho de aludir a los lectores como a “buscadores” tiene innumerables antecedentes: ya Michel de Certeau los describió como a “(...) viajeros; que circulan por tierras extrañas, nómadas dedicados a la caza furtiva”. Montaigne consideraba que la mejor forma de viajar era recorrer su biblioteca, encerrado, tras su “retiro del mundo” a los 38 años. Es la idea paradojal del viaje como inmovilidad. “(...) un ansia de experimentar lo inalcanzable sin moverse de su sitio”, escribe a propósito Ezequiel Martínez Estrada. Copiemos, además, las referencias de Reinhard Wittmann a propósito de la “manía, epidemia, revolución lectora” que se observó en Europa a finales del siglo XVIII.

. Metáfora 3. La lectura es comida. En algunos pasajes de los evangelios se encuentran metáforas “gastronómicas” sobre la relación entre el saber, el conocimiento o un libro, y la ingesta. En Ezequiel 2, 9-10 leemos: “Abre la boca y come lo que te voy a dar”. También en el Apocalipsis: “Yo corrí hacia el ángel y le rogué que me diera el pequeño libro, y él me respondió: ‘Toma y cómelo; será amargo para tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel’. Yo tomé el pequeño libro de la mano del ángel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago” (Apocalipsis, 10, 9-11). Alberto Manguel menciona la “dieta de papel” que seguía el Dr. Samuel Johnson (5). Y Boswell describe: “(...) leía con hambre canina, como si lo devorase”. Una noción extendida aseguraba que: “(...) el que leía comía el fruto prohibido del árbol del conocimiento”. Otra figura posible alude a la lectura como agente contaminante, como “veneno”, como “cáncer”. Virginia Woolf escribe: “(...) pues una vez que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil presa de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir”. Y Arlt: “Querido amigo, has entrado en un terreno prohibido. El del pensamiento. Y estás embromado para toda la cosecha. No podrás dejar de pensar ya nunca más. El pensamiento es como un veneno sutil: en cuanto se gustó, no se le puede abandonar y cada vez va uno más adentro”.

. Metáfora 4. La lectura es una lucha física. Este apartado puede abrirse con un famoso verso de Quevedo: “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos”. Es la idea, muy extendida, de la lectura como una conversación. La figura “hace imagen, coloca bajo los ojos (...) es una forma de hablar a los ojos”, sostiene Rousseau. Para Kant, ésta “arroja luz sobre un tema”. Junto a estas nociones pueden mencionarse muy bellas figuras en torno del “goce físico”: para Whitman, el espacio de la lectura proporcionaba un “escenario físico al texto”; para Roland Barthes, “el lector es tocado”, por un texto, y debe “suspender la vista en el vacío” (para incorporar una idea, un argumento, una alusión). En distintos textos de Borges se escribe, sucesivamente: “el intachado goce físico de su métrica”; “esa violencia casi física de su verbo”; “de una manera casi física siento la gravitación de los libros”. Pero estas ideas se originan posiblemente en Whitman cuando, en “Hojas de hierba”, el poeta escribe: “Camarada, esto no es un libro/ el que lo toca, toca a un hombre”.

Algunas ideas equivalentes o similares pueden hallarse en otros tantos textos, no ya literarios, sino de la filosofía: Schopenhauer explica que “la verdadera definición de dialéctica es (...) la que hemos formulado: esgrima intelectual para tener razón en las discusiones”. El pensador sostiene que una discusión es un “roce o colisión de dos cabezas”. Podemos incorporar aquí la figura de “esgrima intelectual”, en relación al trabajo del poeta, que observamos en los “Cuadros Parisienes” de Baudelaire: “Salgo solo a entregarme a mi esgrima arbitraria,/por doquier husmeando el azar de la rima”. Se trata, en este caso, de alusiones que trabajan a partir de pensar la ciudad moderna como un organismo vivo (“Hormigueante ciudad” y “Nervudo coloso”, escribe el francés); y que representan a su modo el “movimiento de lo vital”, que puede buscarse en otros tantos textos, como en “El hombre de la multitud” de Poe.

Cierre

Puede decirse, con Aristóteles, que las figuras nacen de una “intuición”; de una relación, interacción, comparación, “comercio”, entre dos conceptos, que tanto el poeta como el hombre de a pie “ve” por primera vez. Similar al verso de Dante: “Yo vi y aún viendo está mi mente”. En una difundida sentencia, Borges opina que “el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’”. En el último libro de los Evangelios, nos detenemos en esta mención: “Feliz el que lea” (Apocalipsis 1.3). Estas construcciones discursivas, y cientos de miles más, se han concebido, publicado, difundido; han sido apropiadas, comentadas, criticadas, como un modo indirecto -pero poderoso y bello-, de describir y de pensar el acto misterioso en que una persona, un día o una noche, por accidente ocasional o prefigurado destino, entra en una obra.

 

Notas

1) Ubicuo: adj. Dicho principalmente de Dios: que está presente a un mismo tiempo en todas partes. Dicho de una persona: Que todo lo quiere presenciar y vive en continuo movimiento (www.rae.es)

2) La famosa aseveración es utilizada en muy distintos volúmenes. Su origen se establece, aparentemente, en el filósofo Bernardo de Chartres.

3) Es la noción del transcurrir.

4) Aquí se inscribe la idea tradicional de la terra incognita.

5) El crítico literario inglés más importante del siglo XVIII.

(*) Este texto es una adaptación y síntesis de la conferencia “Metáforas de la lectura”, que el autor presentó el pasado 9 de junio en las instalaciones de la biblioteca Dr. José Gálvez (UNL).