Hombre, historia, mito, símbolo

Manuel Belgrano y la idea de Nación

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El General Manuel Belgrano grabado en cobre por el correntino Núñez de Ibarra en 1819. Foto: Archivo

 

Por Mario Daniel Andino

Manuel Belgrano es una de las figuras máximas de nuestro panteón nacional, y junto a José de San Martín lidera el procerato recordado por las sucesivas generaciones de argentinos, superando incluso la confrontación ideológica respecto del pasado. En el caso de Belgrano, ello puede explicarse por la evidencia de una vida realmente ejemplar, donde los humanos errores quedaron sepultados por la memoria de sus actos heroicos, su sacrificio personal y su honestidad en el servicio de lo público. Aunque en su última etapa como jefe militar enfrentó al federalismo litoraleño, involucrándose en el conflicto entre los bandos que pugnaban por la organización nacional, su aporte a la emancipación lo pudo resguardar de las polémicas historiográficas desatadas a lo largo del tiempo.

Entendemos que la idea de nación constituye una poderosa motivación que atraviesa las generaciones y se constituye en una fuerza aglutinante aún vigente, y Belgrano tiene una profunda vinculación con la forja de esa idea. Una mirada biográfica no puede desconocer que su figura atraviesa el proceso fundacional de la patria desde un protagonismo sustentado antes en la actitud de servicio que en la búsqueda de gloria personal.

Una larga trayectoria

Nacido criollo, en una próspera familia donde se vincula el origen genovés paterno con la ascendencia hispana materna, luego abogado educado en España, con tradiciones propias de la escolástica pero abierto a la influencia doctrinaria de la ilustración y el liberalismo político. Al regreso, secretario de la institución virreinal del Consulado, promotor de principios fisiocráticos de apertura comercial y desarrollo agrícola, capitán de milicias enfrentado a las invasiones inglesas, articulista que divulga las nuevas ideas de libertad, miembro activo de la Revolución de Mayo, integrante de la primera Junta de Gobierno, general al mando de la expedición militar al Paraguay y del Ejército del Norte, sufre derrotas en territorios hostiles al movimiento de Buenos Aires, pero también consolida las fronteras con victorias decisivas en Salta y Tucumán. Posteriormente, diplomático enviado a Europa, partícipe del Congreso en Tucumán, apoya la independencia y la organización monárquico-constitucional legitimada por una figura representativa del incario precolombino. En sus últimos años, con la salud quebrantada, otra vez con el mando militar para enfrentar al federalismo artiguista opuesto a los proyectos centralistas.

Tras su muerte, casi olvidada en medio de la crisis de 1820 en Buenos Aires, su figura será rescatada gradualmente, valorándose, quizás en forma algo excluyente de toda su obra, su creación de la bandera nacional en 1812, reconocida poco después como símbolo de la entidad política en formación.

Si esta trayectoria es demostrativa de su participación en la génesis de la argentinidad y su figura se confunde finalmente con el símbolo más amado de la misma, es oportuno considerar brevemente lo que entendemos por nación, y en forma particular el caso de la Nación Argentina.

La construcción de la Nación

En primer lugar, reconocer lo dificultoso de encontrar un fundamento diferenciador en tiempos de la emancipación, basado en lo étnico, lo religioso o lo sociocultural, ya que si bien existía un sustrato criollo con diversos grados de mestizaje, entre el conquistador y su descendencia, los grupos étnicos aborígenes y el aporte africano, la dirigencia que anima el proyecto de emancipación sudamericana reconoce integrar originalmente la “nación española”, vinculada por comunidad de lenguaje, religión, costumbres y, obviamente, por el dominio político colonial. A decir de Francois-Xavier Guerra (1), la mayor parte de las naciones hispanoamericanas fueron concebidas como proyecto político, partiendo de intereses económicos y sociales diferenciados de la metrópoli, pero a partir de identidades forjadas en el Viejo Régimen. Por ello, la forja de la identidad nacional se construye desde el proceso mismo de la lucha emancipatoria y en adhesión a ideas liberales.

Juan C. Chiaramonte (2) y T. Halperín Donghi (3) han planteado en su obra historiográfica la gravitación que tenían desde el tiempo virreinal las identidades locales basadas en las ciudades y sus jurisdicciones, en intereses regionales diversos, antes que la vigencia de una identidad compartida de tipo nacional, inexistente en los primeros años de la emancipación. Desde otra línea, Ricardo Levene, desde su vasta producción, así como José Luis Romero (4), han visto condiciones preexistentes para una entidad nacional diferenciada en lo social y en lo doctrinario, como factor de ruptura y de identidad sociopolítica. En forma similar, Pilar González Bernaldo (5) considera que, conviviendo con el horizonte colonial superviviente en la sociedad, se construye durante el proceso emancipatorio una visible identidad cívica, demostrada en las ideas liberales de las primeras instituciones de gobierno criollo, en la adhesión de las clases propietarias y en la considerable movilización de clases subalternas formando los ejércitos.

Generalizando, puede decirse que subyacen dos líneas interpretativas clásicas: la idea de una nación con elementos socioculturales preexistentes y la de una nación-proyecto que es necesario construir. Transitando este doble sentido y abierto a diferentes interpretaciones, tiene importancia del pionero relato histórico de Bartolomé Mitre. En un contexto conflictivo, como lo fue la separación de Buenos Aires, desconociendo inicialmente la Constitución Nacional de 1853, el Mitre escritor completa una primera versión de su Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1800-1846), en 1858 y con edición definitiva en 1887. Junto a su otra gran obra, dedicada a San Martín y la emancipación americana, el líder liberal porteño sienta las bases de un “relato del origen”, reafirmado y extendido luego por otros historiadores e instituciones como el mencionado Levene y la Academia Nacional; un relato constituido en fundamento simbólico de una nación aún débil en sus componentes aglutinantes, una épica emancipatoria que instala la noción de la singularidad argentina y, en una apelación no exenta de romanticismo, la de su destino de grandeza.

Cabe recordar a uno de los teóricos de la idea de nación, Anthony Smith (6), quien destaca, entre sus elementos fundantes de carácter simbólico, la necesidad de una memoria transgeneracional, de un relato o mito del origen nacional que motive sucesivamente a las futuras generaciones de educandos y ciudadanos -sin desconocer también la necesidad de un marco jurídico, un mercado unificado, lenguaje y costumbres comunes-. Otro especialista, Benedict Anderson (7), forjó la noción de “comunidades imaginadas”, lo que en esta región del mundo significó diferenciarse mediante una construcción simbólica de quienes compartíamos la mayor parte de nuestro bagaje cultural. Admitiendo esta tesis, San Martín y Belgrano constituyen arquetipos notables para el caso argentino.

El relato de la lucha emancipatoria y la difusión de los símbolos nacionales fueron esenciales en un país que, organizado y abierto a los mercados del mundo, fue receptor de una inmigración masiva que, en su diversidad y sumada a la base social criolla, requería ser educada en las nociones de la argentinidad, a través de la brillante expansión de la escuela pública y el respeto al marco constitucional; una pedagogía patriótica que enalteció la figura de Belgrano, elevado no sólo por su sacrificada trayectoria personal y por su aporte de la enseña nacional, sino también por su honestidad en el manejo de lo público, algo que sobrevive en el imaginario social actual por su fuerte contraste con las realidades políticas contemporáneas.

La memoria de Manuel Belgrano, renovada año tras año entre los argentinos y consagrada materialmente en monumentos significativos, importa por el rescate de una figura cuyos valores inspiran a las nuevas generaciones, desde un perfil donde la condición humana se vincula con el mito fundacional. Si se concibe la nación preexistente, el prócer ayudó a desocultarla y expresarla, si en cambio se concibe la nación como fruto de una construcción, hombres como Belgrano se constituyen en artífices esenciales de la misma.

Para concluir, puede reconocerse otra duplicidad esencial: el Estado-Nación moderno requiere de una condición material, una burocracia racionalizada y un ejercicio concreto del poder; pero al mismo tiempo, para sostener su vigencia en la sociedad, apela al mito de la idealización histórica y propicia la adhesión patriótica desde la emoción despertada por el objeto simbólico. Hombre, historia, mito, símbolo: todo aquello que los argentinos recordamos, desde lo profundo de nuestra identidad, en torno a la figura de Manuel Belgrano.

Autores mencionados:

(1) Guerra, Francois-Xavier. “La Nación en América Hispánica. El problema de los orígenes”.

(2) Chiaramonte, Juan C. “Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)”.

(3) Halperín Donghi, T. “Argentina: de la revolución de independencia a la Confederación rosista”.

(4) Romero, José L. “Las ideas políticas en Argentina”.

(5) González Bernaldo, P. “La identidad nacional en el Río de la Plata postcolonial”.

(6) Smith, A. “La identidad nacional”.

(7) Anderson, B. “Comunidades imaginadas”.